Jorge Robledo, el fundador de Santa Fe de Antioquia, nunca se pudo llevar bien con sus vecinos. Primero fue Pedro de Heredia, su colindante del norte, quien lo puso preso en 1542 acusándolo de haber fundado una ciudad en territorio de la gobernación de Cartagena. Y luego vino Sebastián de Belalcázar, el no menos ambicioso habitante del sur, quien no solo lo tildó de traidor, sino que lo persiguió con saña por las orillas del río Cauca, y lo mató en octubre de 1546.
De nada le sirvió a Robledo el grado militar de mariscal ni la real cédula que le concedía a su ciudad de Antioquia un curioso escudo de armas engalanado con seis murciélagos "abiertas las fauces y listas para chupar" (¿mal presagio?), según consta en el documento que reposa en el Archivo de Indias de Sevilla.
Ambos reconocimientos, el escudo de armas y el grado de mariscal, le fueron otorgados personalmente en la corte de Valladolid por el emperador Carlos I de España y su señora madre, la mismísima Juana la Loca, por entonces reyes de Castilla, León, Aragón, las dos Sicilias, Jerusalén, Navarra, Granada, Valencia, Galicia, Mayorca, Sevilla, Córdoba, Córcega, Murcia, Jaén, los Algarbes, Algeciras y Gibraltar, por no hablar de las Indias, Islas y Tierrafirme de la Mar Océano.
Pero vamos por partes. Los primeros españoles que pasaron por el valle del río Tonusco, en donde hoy queda Santa Fe de Antioquia, no fueron los hombres de Robledo, sino un grupo de soldados bajo el mando del capitán Pablo Fernández, un subalterno del sanguinario Juan de Vadillo.
Hizo parte de esa expedición de 350 hombres el cronista Pedro Cieza de León, un testigo de excepción que, la verdad, deja mal parados a estos indígenas de las tierras paisas. Dice que su población ya venía diezmada por luchas intestinas, y que no solo practicaban la antropofagia, sino que criaban hijos con mujeres cautivas de tribus rivales tan solo para comerlos después, apenas llegaban a la pubertad. Y ellas, vale decirlo, tampoco se salvaban del banquete.
Y solo por seguir con historias de canibalismo, se puede anotar aquí que, según el cronista fray Pedro Simón, cuando estos primeros conquistadores de tierras antioqueñas enfrentaron a los numerosos ejércitos del cacique Nutibara "acompañábalos gran suma de mujeres con ollas y cargadores para cargar y cocer la carne de los nuestros, teniendo por cierta y segura su victoria". Esa noche de su derrota el pobre Nutibara se quedó, pues, sin su bandeja paisa.
Ires y venires
El descubrimiento del valle del Tonusco ocurrió en 1538, cuando Cartagena tenía apenas cinco años de fundada y en la sabana de Bogotá se estaban reuniendo Jiménez de Quesada, Belalcázar y Federmán. Tres años más tarde, en 1541, llegó desde el sur Jorge Robledo, después de fundar a Cartago y a Santa Ana de los Caballeros (más tarde rebautizado Anserma).
Pero la ciudad que fundó Robledo con el nombre de Antioquia el 4 de diciembre de 1541 no quedaba en el valle del Tonusco, su lugar actual, sino a un centenar de kilómetros más al norte, en cercanías del municipio antioqueño de Peque.
Durante la estancia de Robledo en España, Belalcázar, que asumía la ciudad como suya, la hizo trasladar algo más al sur, a tierras que son hoy del municipio de Frontino. A su regreso, Robledo hizo otra fundación a la que llamó Villa de Santa Fe, a donde emigrarían meses más tarde los habitantes de la segunda Antioquia, aburridos por el acoso de los indios. El nombre de Santa Fe de Antioquia vino a resumir en uno solo los dos nombres de las tres ciudades. Enredado ¿no?
No fue Robledo el único personaje en recorrer las calles de la vieja Antioquia. Deambuló por ahí Andrés de Valdivia, el primer gobernador de la provincia, quien cayó a manos de los indígenas en 1574, poco antes de completar los cuatro años en ese cargo.
Tuvo mejor suerte su sucesor Gaspar de Rodas, un compañero de andanzas (y de prisión) de Jorge Robledo, quien logró morir aquí, de muerte natural, con casi noventa años edad, algo inusual en esos tiempos de Conquista.
El siglo XVII debió ser bastante tranquilo en esta villa de la confluencia del Tonusco y el caudaloso Cauca. Solo resaltan los historiadores seis visitas obispales de sendos prelados de la diócesis de Popayán, entonces distante cuarenta días de camino. Hubo también en 1656, como consecuencia de un rayo, el incendio de la iglesia pajiza que servía de parroquia y, si creemos la versión del poeta Julio Vives Guerra, hasta la historia de una muchacha sonámbula que se ahogó en el Cauca, y cuya familia, de luto, pintó para siempre su casa de negro, (y ,'Casa Negra' se sigue llamando).
Se detuvo el tiempo
Y así se cerró la Colonia, con las promesas de una diócesis propia y con la rivalidad creciente de esas otras dos ciudades de la provincia, la una en el valle de Aburrá y consagrada a la Virgen de la Candelaria, la otra, menos pía, en las tierras altas de Rionegro. En el museo local, que lleva su nombre, se encuentra la mesa en donde el 11 de agosto de 1813 el momposino Juan del Corral firmó la independencia de la provincia de Antioquia y se consagró como 'Presidente Dictador'; para que vean que el de ahora no es el único con esas ínfulas.
Del Corral moriría de muerte natural menos de un año más tarde, mientras ejercía el poder desde Rionegro. Pero el ocaso de Santa Fe de Antioquia se selló aquel día de 1826 cuando Medellín fue designada capital de Antioquia.
Hoy, y gracias a ese traslado del 'progreso' a Medellín, la Villa de Robledo ha quedado preservada en el pasado para los visitantes que quieran vivir la calma de otros tiempos y, sobre todo, para quienes quieran invocar las raíces del legado paisa.