También se habla de varios libros recientes que reflejan esa tendencia como uno que está en el tercer lugar de ventas titulado Dios no es grande: God is not great. Me adhiero a lo que dice el editorialista al afirmar que fallan como guías de la sociedad unos intelectuales en contravía de lo que sienten las mayorías y tienden a mirar como inferiores a los que creen en Dios. No quiere eso decir que para liderar o guiar haya que pertenecer a un credo o declararse creyente; ni más faltaba. Hay seres agnósticos con una vida intachable y unos principios bien cimentados. Y al decir esto recuerdo a Alvaro Pio Valencia, un intelectual consciente y coherente, con quien tuve la oportunidad de conversar en más de una ocasión en su austero refugio de Popayán: un rincón de monje en un caserón lleno de libros y de historia. Ya quisieran muchos creyentes vivir como vivía él, ligeros de equipaje, con una vida transparente y un estoicismo ejemplar. Pero no todos los intelectuales son así y, en ocasiones, la incredulidad de algunos es tan grande como su arrogancia. En otros casos el Dios que niegan es el mismo que los creyentes críticos rechazamos. Ese del que hablaba con agudeza el escritor español Juan Arias en un libro que hace años causó sensación: El Dios en quien no creo. Un dios sádico, castigador, milagrero, hecho a la medida del hombre, juez e indiferente al sufrimiento de la humanidad. Ese Dios al que le rezan una gran mayoría de creyentes que siguen como borregos las creencias humanas de los credos. La verdad es que cuando las penas los doblegan pelean con él y se quedan sin asidero porque la fe no les da respuestas en los tiempos aciagos como le pasaba a Job. En mi propio camino yo solo coincido en parte con el Dios de las religiones sin dejar de valorar lo bueno que ellas ofrecen. Es un dios con minúscula en el que una persona crítica no puede creer. Creo en el Dios de Francisco de Asís o de la Madre Teresa, el mismo Dios en el que creían personas brillantes como Newton, Einstein, Von Braun, Albert Schweitzer, Kierkegaard, Teilhard de Chardin, Papini y tantos pensadores. Para ser intelectual no es indispensable ser incrédulo y ciencia y fe no son realidades excluyentes a no ser que cada una invada el espacio de la otra. La ley de la polaridad, tan conocida en el Oriente, lleva a ateos y creyentes a estar más cerca de lo que piensan: ambos rechazan o defienden a un Dios inexistente. Las antípodas se encuentran y el ateo arrogante termina rechazando el Dios del creyente igualmente soberbio y sin sentido crítico. Escritor - Conferencista "Para ser intelectual no es indispensable ser incrédulo y ciencia y fe no son realidades excluyentes a no ser que cada una invada el espacio de la otra.
Finanzas
29 jun 2007 - 5:00 a. m.
Ateísmo y fe
En un reciente editorial de la revista Arcadia se toca con sapiencia un tema que conviene ahondar: los nuevos ateos y la incredulidad de ciertos intelectuales. Se cita una encuesta reciente de Harris Poll según la cual el 31 por ciento de los intelectuales norteamericanos se declaran no creyentes o sin fe.
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