La primera: que el país esté dirigido bastante más bien que mal por primera vez en medio siglo, y la gente de a pie se percate de ello mejor que los analistas de postín. La segunda, que los formadores de opinión, en gran parte, insistan en pintar el panorama político de negro retinto, cuando la mayoría de la gente está viendo por primera vez luz en muchos años, sin que los primeros dejen de revolcar las sábanas, pero a la vez, sin que a la gente común le importe gran cosa su lloriqueo de casandras. Y la tercera, que al lado de eso, cuando parecemos estar en un momento exitoso del centro-derecha, veamos resurgir la izquierda democrática con un ímpetu de juventud representado en gente tan vieja como yo. Es una hazaña con nombre propio: Carlos Gaviria. Esas tres realidades son todo un suceso. Sin duda, los hados maléficos que han regido los destinos colombianos están cambiando, como un regalo del zodíaco tal vez, o por un repentino repunte de la cordura del elector medio, frente al eclipse vinagroso de la llamada intelligentzia capitalina, en particular de esa que alardea con demasiado fuego fatuo entre arribistas y politólogos. Nunca en Colombia, que yo recuerde, los periodistas, columnistas y caricaturistas de los diversos medios se han encontrado tan perplejos del poco caso que sus escandolas provocan en la opinión. Hubo quién pintara la situación de hoy como la más grave que el país haya vivido desde el 9 de abril del 48, comparación que produce más risa que susto, porque si la cosa es grave -lo ha sido de hecho- su destape ahora es el mejor síntoma de que la Colombia de hoy es bien distinta de la Colombia de hace tres, cuatro o seis años. No estamos ahogados en la miasma sino saliendo de ella. De eso nadie debería tener duda. Tan raro es el asunto, que me he tomado el trabajo de tantear entre quienes conozco una coincidencia paradojal: muchísimas personas se dicen contentas con el régimen y también están felices de que el Polo avance con paso firme en la disputa del poder, siempre que se afiance en la unidad y se depure de muchos paracaidistas, tirapiedras y aprovechados que todavía invaden su atmósfera. ¿Por qué? Por un factor enteramente nuevo en el espectro de opinión: la gente común cree en el Presidente, le concede la presunción de que actúa de buena fe -lo que la fronda malaleche llama teflón- y le atribuye honradez y aciertos en su esfuerzo por recuperar la seguridad democrática. Pero, al tiempo, las mismas personas ven que el panorama de tranquilidad permite recobrar ambiente democrático capaz de introducir una nueva relación entre las grandes mayorías desamparadas y la codicia de una oligarquía que no tuvo inconveniente en financiar el paramilitarismo, untarse de los dineros del narcotráfico y sacar provecho del caos reinante durante décadas. Es otra hazaña que también tiene nombre propio: Uribe. Los dos extremos del péndulo, por lo demás, se parecen, pese a ellos mismos: son de la misma ciudad, de la misma universidad y de la misma profesión, son elocuentes y categóricos, son consistentes en lo que piensan, son generosos en su dedicación al bien público, son poetas clandestinos los dos y los dos se repelen cordialmente. Ambos van a detestarme por decirlo, pero también sería un rasgo en común que probaría el aserto. Consultor privado "Los hados maléficos que han regido los destinos colombianos están cambiando, como un regalo del zodíaco tal vez.
Finanzas
21 dic 2006 - 5:00 a. m.
Bienvenida la nueva izquierda
Congratula que en medio de tanta bulla justa y tanta otra orquestada entre las noticias de corrupción (que no son realmente noticias, porque todos las conocíamos o presentíamos desde hace años), sucedan tres cosas inverosímiles. Y el hecho aún más inverosímil de que se den juntas.
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