Para no entrar a mencionar nombres ni a manosear prestigios, digamos que hasta los estertores de su historia en el siglo XX la ciudad era un verdadero caos. Fea, desorganizada y sucia, estaba literalmente tomada por el automóvil, que era un rey de burlas: arrinconaba con insolencia al peatón en un espacio de pobreza que recibía el nombre de andenes, pero se desplazaba por trochas ahuecadas. No se le veía por parte alguna un Plan de Ordenamiento Territorial, y la gente tenía dos sentimientos viscerales: los que vivían en ella no la querían y buscaban cualquier oportunidad para abandonarla; y los foráneos consideraban tortura venir y verdadero martirio vivir aquí. La ciudad cambió en un momento dado y, por una suma de factores, su condición de Cenicienta y comenzó el siglo XXI convertida en La Princesa de Suramérica. La miraban con orgullo en otras comarcas, y sus habitantes, propios y extraños, mudaron su manera de apreciarla, como tocados por una varita mágica. Había muchas razones para ello, pero una llamaba la atención: su noción del Espacio Público y que definitivamente era una ciudad para la gente. Los ciudadanos conocieron un modelo de andenes que ya no debían disputar a los vehículos y sobre los cuales podían caminar, no como montañistas avezados, sino como mujeres, niños, ancianos. Ese modelo de ciudad -demasiado revolucionario y contundente- solo podría conservarse con dos instrumentos: recursos para inversión y mantenimiento y cultura ciudadana, para que no terminara asolado por el vándalo que nos acecha y minado por el deterioro natural de la materia. Eran clave la pedagogía y la sanción, para apropiarnos del milagro y que este no se extraviara en la desidia. Hoy Bogotá está devolviéndose a su condición de Cenicienta. Lo vive el ciudadano común y corriente. Lo muestran las encuestas en el retroceso en la tasa de promedio de espacio público peatonal por habitante y cómo disminuye la percepción favorable de la ciudadanía con respecto a los espacios públicos, como las zonas verdes y los andes y separadores. El carro ubicuo se ha montado de nuevo a los que fueron brevemente transitables andenes y sobre los cuales corren como locas bicicletas y motos, serpenteando entre la fronda de vendedores ambulantes. Hay invasión de todos los pelambres y la contaminación visual ha vuelto por sus fueros. Se ve sucia. La ciudad de la gente está apabullada y no tiene defensores veraces. Qué lástima. Si no detenemos la caída vertiginosa, la Princesa Bogotá volverá a fregar los pisos, ante la mirada cruel de la madrastra del desdén y de las hermanitas ruines de los intereses demagógicos.'' Hoy Bogotá está devolviéndose a su condición de Ceni- cienta. Lo muestran las encuestas en el retroceso en la tasa de promedio de espacio público peatonal.WILABR
Finanzas
16 may 2008 - 5:00 a. m.
Bogotá: ¿la Cenicienta destronada?
Aunque el cuento de La Cenicienta es cada día más real, la fantasía tiene un lado cruel. Es decir, aquel que degrada a la bella muchacha a su condición original y a sus vestidos manchados de escoria, por la sencilla razón que le es imposible mantener la categoría de Princesa. Es lo que le puede estar pasando a Bogotá
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