Según todas las cuentas disponibles, el año que acaba de terminar fue el peor en la historia de Wall Street. Al fin de cuentas, entidades centenarias como Bear Stearns o Lehman Brothers desaparecieron, mientras que miles de trabajadores perdieron su trabajo. Pero esa situación no impidió que los millonarios bonos de fin de año fueran pagados, así la cuantía girada fuera inferior a la del 2007 cuando llegó a 32.900 millones de dólares.
De acuerdo con las estadísticas publicadas, la suma global cancelada ascendió a 18.400 millones de dólares, equivalente a la del 2004 y la sexta más grande en la historia. En respuesta, el presidente Barack Obama dijo que la situación era penosa y que no tenía nada que ver con la realidad de los mercados.
Pero la gran inquietud es determinar si parte de los 700.000 millones de dólares que el Gobierno federal ha utilizado para inyectarle recursos a decenas de entidades financieras fue usada con este propósito. De hecho, una de las condiciones del paquete de ayuda aprobado en octubre fue que las bonificaciones y los pagos extraordinarios deberían desaparecer, así como los salarios exagerados.
El problema es que determinar la fuente de dichos pagos no es fácil. Además, durante la primera mitad del 2007 numerosas firmas tuvieron buenos resultados y el esquema imperante es que estos dan lugar a recompensas, sobre todo en un sector en el cual las remuneraciones básicas son relativamente moderadas.
No obstante, esas prácticas cambiarán, en la medida en que el Gobierno estadounidense se vuelve accionista de los bancos y las casas de bolsa más grandes. Una prueba de ello fue lo que le ocurrió al Citigroup que debió cancelar la compra de un jet ejecutivo valorado en 50 millones de dólares, después de recibir una importante inyección de fondos públicos.
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enero 30 de 2009 - 05:00 a. m.
2009-01-30
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