Sorpresa. Ese fue el término más usado por los analistas a la hora de describir su reacción frente al anuncio de que el crecimiento de la economía estadounidense había sido de 5,7 por ciento en el último trimestre del 2009. Y es que los cálculos más optimistas sugerían que el PIB norteamericano estaría un punto por debajo de lo reportado.
Sin embargo, el aumento en inventarios por parte del sector privado y la buena dinámica de las exportaciones que tuvieron un alza del 18 por ciento, sirvieron para darle solidez a un repunte importante. Gracias a lo sucedido se confirma que la economía más grande del mundo salió de la recesión en la que estuvo sumida durante buena parte de los pasados dos años
Pero esa alentadora realidad debe ser tomada con cierta prudencia. La razón es que no se puede olvidar que los estragos que dejó la crisis son muchos. De hecho, y a pesar de la recuperación anotada, el Producto Interno Bruto de Estados Unidos tuvo una contracción del 2,4 por ciento durante todo el 2009.
Además, todo indica que será muy difícil mantener las buenas cifras en los meses que vienen. Los expertos dicen que la perspectiva es de tasas positivas, pero muy bajas. La causa principal de ese razonamiento es que el gasto de los consumidores sigue golpeado y ese es el motor que explica dos terceras partes del crecimiento estadounidense.
En la más reciente medición, el incremento de dicho agregado fue de 2 por ciento, algo que no tiene nada de espectacular. El motivo de ese tímido desempeño es que el desempleo, cercano al 10 por ciento, ha golpeado la demanda.
En el pasado reciente, Washington logró compensar tal situación con un ambicioso programa de gasto público que está a punto de terminar. De tal manera, hay que buscar un nuevo jalonador del crecimiento norteamericano, pero eso no será fácil en la actuales circunstancias del mundo.