Se conocía como cimarrones a los esclavos que se internaban en las maniguas, en el bosque espeso de tierras inhóspitas, para escapar a sus amos. Allí fundaban palenques (conocidos así por las estacadas de madera que rodeaban sus bohíos) para vivir en comunidades independientes, bajo sus propios jefes. Para la dirigencia blanca de Cartagena, con apenas 5.500 habitantes, en su mayoría de color, los palenques representaban una constante amenaza. Los cimarrones se tornaban con frecuencia hostiles, aunque no pretendían derribar el orden establecido. Asaltaban en los caminos al comercio que se dirigía hacia el interior del Nuevo Reino y en la ciudad estaban convencidos que, dejados a su arbitrio, sublevarían a los esclavos sumisos. En tiempos de don Sancho el problema de los cimarrones iba para más de cien años. Los gobernadores de Cartagena habían armado entradas para someter palenques más o menos cada 20 años. Esas expediciones dejaban un rastro de fuego y sangre y no siempre regresaban triunfantes. Pocos se hacían la reflexión de que existía cimarronaje porque existía esclavitud. Al reprimir la libertad, ésta explotaba por las costuras. Cualquier similitud con la absoluta prohibición del consumo de drogas y su consecuencia, el narcotráfico ilegal, hay que atribuírsela a la naturaleza humana. La guerra contra las drogas, como la represión de los cimarrones, se desprende de atacar manifestaciones en vez de causas. Se pretende extirpar el consumo por la absurda vía de erradicar el suministro, sin que ello contribuya a asistir al drogadicto marginalizado. Quizá la generosa donación de Warren Buffet debería emplearse en curar la drogadicción y su propensión misma, que son un flagelo más grave que muchas epidemias. En el proceso de erradicar al cimarrón de la droga, Colombia ha padecido y padece el imperio de los peores, con su carga de corrupción y muerte. Hoy no más, el comienzo de un juicio penal a quien los asistió ocupa las primeras páginas de la prensa local. Hay que admirar la fortaleza de las instituciones colombianas que han resistido 40 años de lucha contra el narcotráfico en la fuente, desde la época de la marimba. Es un milagro que el país aún sea viable cuando todavía tiene que combatir, a un costo social enorme, una guerrilla obsoleta, que, sin opinión y sin sustento ideológico, hubiese debido extinguirse. Irónicamente, se aferra a sus montañas, con su reguero de terror, sólo gracias a que ha abrazado la explotación de una ilegalidad artificial y necia, que dispensan los mismos que luego apoyan a Colombia para que la combata. El propio don Sancho, siendo gobernador encargado, y para aplicar la ley, armó una formidable expedición contra los esclavos escapados con vanguardia, cuerpo de batallas y retaguardia, y dos mangas de arcabuceros por los costados para batir el camino y cubrir la marcha hasta más allá de Tenerife, que hizo estragos entre los cimarrones. La verdadera solución para el cimarronaje como malestar regional, malo para amos y esclavos, hubo de esperar, sin embargo, a que poco a poco se extinguiera la esclavitud en la provincia de Cartagena. Colombia no debe aguardar tanto, cuando una módica dosis de inteligencia metería bajo campana, en paz con Dios y rey, a los que carecerían de incentivo para irse al monte y desobedecer. Ex ministro. Historiador "Quizá la generosa donación de Warren Buffet debería emplearse en curar la drogadicción y su propensión misma.
Finanzas
30 jun 2006 - 5:00 a. m.
Cimarrones
Don Sancho Jimeno de Orozco era hombre de pro. Poseía muchos esclavos y extensas propiedades en los alrededores de Cartagena de Indias. Se le conocía por sus virtudes marciales. Ostentaba el cargo de castellano del fuerte de San Luis de Bocachica en la entrada de la bahía, donde se distinguiría por la tenaz resistencia contra los piratas franceses que atacarían la ciudad en 1697. En 1694 era, además, Sargento Mayor y gobernador encargado por deceso del titular. Juzgaba peligrosos a los cimarrones.
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