El tema de la seguridad alimentaria ha vuelto a ser prioritario en la agenda mundial como consecuencia del creciente desbalance entre la demanda y la oferta global de alimentos, que ha tenido generalizados efectos económicos por los excesivos incrementos de precios de la canasta básica. Eso, sin hablar de las implicaciones políticas de las protestas populares en más de 30 países por la escasez de comida y sus altos costos, o de las sociales por las hambrunas que ya empiezan a afectar a las poblaciones más pobres.
Las causas del desbalance son conocidas. De una parte, la demanda se ha intensificado de manera exponencial por la mayor capacidad adquisitiva de millones de personas en India y China. De otra, la oferta no ha aumentado, e incluso en algunos productos ha disminuido, por catástrofes climáticas y la sustitución de cultivos para la producción de biocombustibles, inducida por las elevadas cotizaciones del petróleo e incentivos legales y fiscales.
En Colombia, las expresiones de la coyuntura no han sido graves hasta ahora. Así, la inflación de alimentos es un poco más alta que el promedio, pero no está desbordada. Por otro lado, ha habido una leve disminución en las compras y el consumo, especialmente en las familias de estratos más bajos. Además, los abundantes ingresos de capitales han permitido contar con las divisas necesarias para pagar por las crecientes importaciones de bienes agrícolas, y la revaluación del peso ha mitigado, en parte, los incrementos de las cotizaciones internacionales de los mismos.
Tal vez, el hecho de no haber tenido en Colombia reacciones con el carácter explosivo de otras naciones, pueda explicar el optimismo del Ministro de Agricultura, para quien "el país está blindado ante la silenciosa embestida de la crisis alimentaria de nuestro tiempo". Más aún, piensa el funcionario, que Colombia podría llegar a beneficiarse de los altos precios que conlleva la escasez mundial de comida por la gran cantidad de tierra disponible para aumentar la producción agropecuaria y los cuantiosos subsidios y estímulos que está ofreciendo el Gobierno.
Sin embargo, ese entusiasmo oficial que es compartido por varios analistas, contrasta con la visión de organismos internacionales y sobre todo con la de los productores agrícolas. En cuanto a los primeros, el Banco Mundial y el Instituto Internacional de Investigación sobre Políticas Alimentarias (Ifpri) clasifican a Colombia dentro del grupo de Estados perdedores. La razón es simple: como el país es importador neto de alimentos, sus compras van a deteriorar la balanza comercial en una cuantía cercana al 1 por ciento del PIB.
En cuanto a los productores nacionales, la más reciente encuesta de opinión empresarial agropecuaria del Cega, revela una tendencia pesimista. A pesar del aumento de los precios, es creciente el porcentaje de empresarios del agro que percibe que su situación está desmejorando y que reporta que sus volúmenes de producción están disminuyendo. La excepción son los productores de palma y los ganaderos, pero en los demás subsectores el valor de los insumos y la revaluación predominan como factores negativos. Dicha apreciación es preocupante porque, de confirmarse, volvería a ubicar la actividad en el campo dentro de la retaguardia de la economía.
No obstante, es claro que Colombia sí tiene un enorme potencial de producción de comida que le permitiría garantizar la seguridad alimentaria a toda su población. Pero para realizarlo se requiere una política adecuada, coherente e integral. El Gobierno está dedicando gran parte de recursos presupuestales a apoyar y subsidiar algunos productores agrícolas pero, como se analizó en un reciente foro en la Universidad de los Andes, estas ayudas tienen muchas falencias como la dispersión de mecanismos, la concentración en pocos productores y la falta de focalización hacia la producción de bienes específicos, que deben ser corregidas para obtener un uso más eficiente de los escasos recursos públicos. En particular, hay quienes piensan que debe modificarse la asignación de subsidios y ayudas para lograr que lleguen a los campesinos, a los pequeños productores y, por supuesto, a los desplazados, que al volver al campo aumentarían la oferta actual.
Finanzas
21 may 2008 - 5:00 a. m.
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