El terremoto y el posterior tsunami afectaron su empresa de manera determinante y la incertidumbre se apoderó de sus horas. En medio de la densa confusión y sin mayores razones más que el destino y su inexplicable capacidad de labrar el futuro de los hombres, sostuvo un sorprendente diálogo con su principal competidor japonés. Aquel que por años fue su competencia en el mercado le ofreció su apoyo para que pudiera levantarse de la tragedia, con el único argumento de que no concebía mejorar su posición competitiva a causa de un hecho fortuito y que por lo tanto no estaba dispuesto existir sin su mejor competidor. Le puso a disposición un espacio de bodega en Osaka y le ofreció su casa de campo para que tuviera un techo donde resguardar a su mujer y sus dos hijos. Eduardo agradeció el sorprendente gesto, pero por restricciones de movilidad de su personal debió reconstruir su negocio en la localidad en la que funcionó por años. Lo importante de la anécdota radica en su profundo significado, sus causas e implicaciones, que se remontan al análisis desarrollado por Francis Fukuyama, librepensador contemporáneo que a mediados de los 90 publicó su libro Trust - Confianza-, en el que plantea el concepto del capital social, el cual define como la capacidad de los individuos a cooperar en pro de un objetivo común. Su análisis permite ir a las entrañas de las sociedades y explicar en buena cuenta su capacidad para establecer relaciones entre individuos y entre estos, con el Estado. En el análisis de Fukuyama se realiza un paralelo entre sociedades cuyo desarrollo social y empresarial contrastan de manera clara: Japón frente a China, el norte frente al sur de Italia y, en nuestro medio, América Latina frente a los países norteamericanos. A través de una situación hipotética hace la disección del contraste que explica el fundamento del capital social. Así, expone que si a un hogar japonés llega la policía en busca del padre porque ha cometido un delito, el hijo no duda en entregarlo porque la figura del Estado como institución está por encima de la familia. La lealtad al Estado se superpone a aquella que representa el vínculo filial. En contraste, de darse la misma situación en China, dice Fukuyama, el hijo habría conocido con anticipación del delito del padre y haría lo posible por encubrirlo y permitir su huida. El fundamento no filial del capital social en Japón permitió el desarrollo de grandes corporaciones. Lastimosamente no es el caso de América Latina, y Colombia no es la excepción, donde prima la estructura societaria de carácter familiar, subsiste una alta concentración del ingreso y la baja supervivencia empresarial una vez llega a manos de la segunda o tercera generación, son situaciones por todos conocidas. Consecuencia de este fundamento del capital social es la relación entre lo público y lo privado, que lejos de fluir para beneficio del bien común ha incentivado la cultura del atajo, que retroalimenta la baja capacidad de cooperación entre los individuos. Al mirar a Colombia y en especial al reto que implica para el Gobierno, liderado por el presidente Santos, el desarrollo de una infraestructura razonable, resulta loable el anuncio de la próxima presentación al Congreso de la República de una ley que regule los esquemas de asociación público- privados, que además de ponerle orden al cuestionado esquema de concesiones busca incentivar de una vez por todas la figura de las iniciativas privadas financiadas ciento por ciento sin recursos públicos. No obstante, es natural preguntarse si los objetivos de la nueva ley serán alcanzados, ya que basta con traer a la memoria la dinámica de las audiencias públicas de adjudicación de este tipo de contratos, donde prima la desconfianza y es común encontrar que a como dé lugar los individuos buscan la descalificación de sus pares y el cuestionamiento de los procesos de contratación invocando fallas de procedimiento, en el mejor de los casos, o falsedad documental, en no pocos de ellos. La expedición de la nueva ley de asociación público-privada dará un marco determinante para desarrollar la anhelada infraestructura, pero su efectividad estará limitada a menos que se geste especial liderazgo del Presidente y su equipo de Gobierno, para que con paciencia y perseverancia se eduque a los ciudadanos y a órganos de control, en la construcción de la confianza que requiere esta sociedad. Sólo de esa forma será posible dejar de sorprendernos frente situaciones como la de Eduardo en Japón, en donde la capacidad de cooperación primó y se hizo evidente la muestra de una sociedad capaz de surgir de los escombros y reconstruir sus pilares, la infraestructura incluida, por encima del beneficio individual.HELGON
Finanzas
27 jul 2011 - 5:00 a. m.
Confianza: del Japón a la nueva ley de APP
Eduardo Cárdenas es un colombiano que debe haberse ido a Japón hace 15 o más años, y con dedicación y buen olfato desarrolló un negocio que les ha permitido a los nipones disfrutar el sabor fresco y los aromas a aires de montaña andina de nuestras frutas.
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