Un día, hace cerca de medio siglo, Noel Rodríguez Cubides se topó en la vía Cali-Palmira con un accidente en el que resultó involucrado un camión lleno de ataúdes.
Ese mismo día empezó a maquinar el que sería luego uno de sus muchos emprendimientos: una fábrica de cajas mortuorias que llegó incluso a producir baúles abullonados, con tanque de oxígeno, alarma y hasta con un gato hidráulico que se activaba con un botón y expulsaba el cuerpo, por si en ellos llegaban a enterrar a una persona viva.
Aunque la empresa fracasó, la anécdota revela el talante de Noel Rodríguez, uno de los principales proveedores de alimentos preparados del país, que con su organización NRC, factura más de 300.000 millones de pesos anuales y emplea a más de 6.500 personas.
Rodríguez fue ayer el invitado a Lecciones Empresariales, las tertulias que organiza Uniandinos Networking y Portafolio.
En una conversación animada, en tono coloquial, con el director de este diario, Ricardo Ávila, el empresario reveló anécdotas de su trayectoria y algunas claves con las que desarrolló de la nada un emporio que está en las grandes ligas del mercado.
Además, posee haciendas de caña, productoras de leche y una línea de construcción, entre otras.
Así mismo, reveló que está construyendo una planta en el Valle del Cauca para transformar leche en quesos, almojábanas, pandebonos y dulces. En próximos meses saldrá también a la luz otra empresa con su sello, tal vez la más moderna del país, según él, que se centrará en alimentos de larga duración sin necesidad de preservantes ni otros aditivos, solo con atmósferas modificadas y asépticas.
“De eso no puedo hablar porque existe una cláusula de confidencialidad de 5 millones de dólares”, le dijo a Portafolio cuando se le preguntó.
ASÍ CRECE UNA EMPRESA
¿Cómo un pueblerino de Piedras (Tolima) –el último entre 16 hijos de dos campesinos, nacido en 1946–, llegó donde está él hoy? Rodríguez es un ejemplo de empresario hecho a pulso.
A los 14 años, salió a probar suerte en Palmira, sin hoja de vida laboral y con apenas segundo de primaria.
Primero se empleó como obrero de construcción, pero no tardó mucho en montar el primero de sus negocios: una venta de arepas en una esquina de barrio, la misma que transoformó utilizando un horno fabricado por él mismo.
“Mi ilusión siempre fue tener un horno industrial”, dice.
Así, en 1976 nació la panadería Tolima y el mismo año fundó el restaurante Olla del Tolima con 180.000 pesos que le prestó el banco donde trabajaba un amigo. Las especialidades, por supuesto, eran la lechona y el tamal de su tierra.
“Yo mismo atendía y hasta me daban propinas, sin saber que era el dueño”, cuenta.
A la par, consiguió contactos para abastecer la comida en los hospitales del Seguro Social, pero el punto de quiebre de su historia ocurrió en 1982, al ganar su primera licitación para alimentar a los presos de Palmira.
En un año ya tenía el contrato de 22 centros de reclusión.
Cuando le hicieron una oferta por su planta procesadora, aún no muy tecnificada, vendió.
Entonces, su espíritu aventurero lo condujo a Argentina, a vender pescado, y a Estados Unidos, donde creó su fracasada empresa de cajas mortuorias. “Siempre decía que quedaban tan bonitas que a uno le daba ganas de morirse”, cuenta entre risas que no lo hace ver como un fracaso que lo marcara.
Dice que no pudo con el idioma y el sistema de vida y por eso retornó a Colombia, a montar Quick&Tasty (Rápido y Sabroso), la firma insignia desde la que sale casi todo lo que vende, y que acaba de ser certificada por el grupo Casino, con lo cual se le abre la puerta a cerca de 1.300 almacenes en el mundo.
LAS CLAVES
Hoy día, además de atender un tercio de los presos del país, lo hace con los niños y ancianos beneficiarios de los comedores del Gobierno. Según indica Rodríguez, llega a 8.318 comedores del Icbf en todo el territorio nacional.
Fuera de eso, distribuye alimentos precocidos y congelados para almacenes de cadena.
Aunque la exportación no fue en principio su norte, en la actualidad cuenta con proyectos en Argentina, Panamá, República Dominicana, Ecuador y posiblemente, mire hacia Venezuela, a pesar de la crisis económica que reina allá.
Rodríguez deja entrever que una de las claves de su éxito es un talento natural para los negocios, capacidad de trabajo y una determinación férrea para resistir a los fracasos.
“No me ha importado lo que me vaya a ganar (en un negocio), solo pongo la cabeza en demostrar que soy capaz, y en sacar cada vez mayores cantidades”, dice.
Otro aspecto importante, anota, es controlar todos los procesos de la producción de alimentos, al indicar que su organización incluye “varias fábricas para venderme yo mismo, aunque llega el momento de abrirse”. Y otro tema clave es “endeudarse, pero saberlo hacer”.
La empresa, que creció casi silvestre al ritmo de su intuición y donde siempre ha sido Rodríguez el que toma las decisiones, ahora está en un proceso de maduración estructural y de sucesión hacia sus hijas, mientras que él se concentra en el restaurante Mansión del Río, en Cali, y en hacer realidad un hotel 5 estrellas en Palmira, que, dice, construirá para retribuirle a sus habitantes tanta arepa quemada que comió por su cuenta.