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Carlos

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Finanzas

31 jul 2006 - 5:00 a. m.

El duro momento de la despedida

Tengo ganas de llorar y al mismo tiempo de golpear a alguien. Tengo un sentimiento de tristeza profunda, decepción, depresión y rabia. Creo que estoy sudando frío y al mismo tiempo estallo del calor.

POR:

Por segundos me siento anestesiado, confundido, asustado, débil… estoy recibiendo la notificación de la cancelación de mi contrato de trabajo, me están despidiendo… ¡se acabó mi vínculo! … ¡se murió lo que tenía! Cuántos hemos estado en una situación similar en la vida. No se acabó el trabajo pero ¿se terminó el matrimonio? ¿le cancelaron su contrato de servicio? ¿perdió un gran negocio frente a la competencia? ¿descubrió que le pusieron los cachos? ¿se acaba de morir un ser querido? Es un momento, un instante que se vive en segundos pero nos queda grabado en la mente y en el corazón toda la vida. Qué difícil reflexión sobre este episodio que, por fortuna, no es muy frecuente pero se presenta varias veces en la vida. Y cinco minutos después ¿qué? Una hora después ¿qué? ¿al día siguiente? ¿a la semana? Estos son los casos donde se necesita llenarse de valor muy rápidamente para comenzar a ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío. Se puede pensar en un fracaso o en una oportunidad, es el final o el comienzo de una nueva vida. Y del equilibrio ¿qué? Hay que recuperarlo rápido, pero a conciencia. Hay que tener claridad respecto al sentido de la vida, los apegos, el valor de las cosas o de los hechos o de las enseñanzas o de lo pasajero que es todo lo que conocemos. Todo inicia y todo acaba, se nace y se muere, así somos y así es la vida, pero en ese momento de la ‘despedida’ se nos olvida lo que sabemos o lo que aprendimos y se nos apaga o se nos va la luz por un instante en el que no vemos salida o se nubla la vista. Recuerdo un día que se me ocurrió pensar qué podría pasar si me robaran el automóvil... Y unos minutos después archivé mis conclusiones y pensamientos. Pasaron años y un día salí a buscar mi auto que había dejado estacionado en una calle del centro de la ciudad y había recomendado a alguien que lo cuidara, pero no encontré ni el carro ni el vigilante, simplemente mi automóvil había desaparecido. Como había experimentado un tema similar en mi mente, años atrás, no me molesté en desperdiciar más mi tiempo en algo que no tenía posibilidades y resolví tomar un taxi de regreso al trabajo, para atender otros asuntos urgentes. Lo del robo del carro solo pude atenderlo un par de días después, cuando tuve suficiente tranquilidad para hacer algo al respecto. ¡No sentí dolor! No me preocupé más de la cuenta! Solo tomé la vida como viene y la administré con madurez. Días después apareció el carro y el asunto quedó arreglado. Ustedes se preguntarán de dónde saqué toda esa calma y frialdad respecto a la pérdida del auto y la respuesta es sencilla, no le otorgué vida propia a un objeto, como lo hace mucha gente que parece tener un hijo reflejado en el carro. Tener clara la visión de lo que es posible que nos ocurra en un futuro y definir qué vamos a hacer en ese momento ayuda muchísimo, porque nos saca de la emotividad llevada al extremo y nos centra en la justa proporción de los hechos, sin magnificaciones, ni excesos. Cuando uno se explica a sí mismo cómo es la vida y la entiende no se deja llevar fácilmente a condiciones de pérdida de control. No quiero decir que en todo momento uno logre algo como lo que he descrito, pero yo lo he experimentado en un buen número de situaciones adversas y funciona de maravilla. ¿Quién dijo que tenemos que dejar el empleo solo cuando dejemos de existir? ¿Quién sueña con morir trabajando y que lo saquen en el féretro, en medio de la mirada sorprendida y triste de los compañeros de trabajo, después de 50 años de vinculación con una empresa? Entonces por qué preocuparse o por qué alterarse? Los contratos finalizan algún día de alguna manera, no es verdad? Los vínculos o las relaciones entre seres humanos y entre empresas se agotan o se marchitan algún día y eso es natural. Hay personas que no admiten una despedida en ninguna circunstancia, pareciera como si la gente o las organizaciones tuvieran la obligación de estar unidas para siempre y que el momento de decir adiós no fuera posible o fuera malo. La vida inicia y desde ese mismo momento empieza el conteo regresivo hacia la muerte. Desde que nacemos corremos el riesgo de morir en cualquier momento y eso es así de natural o posible, sin la menor duda. Usted tiene un contrato de trabajo eterno? Tiene empleo seguro para los próximos diez años? O los próximos cinco? Hay que prepararse para las ‘despedidas’, son lo más frecuente y normal que existe en cualquier escenario de la vida, son una oportunidad de cambio, son el inicio de algo nuevo, son un giro válido y hay que estar listos a recibirlas y manejarlas con altura, con madurez y equilibrio. Las despedidas dejan enseñanzas, cierran unas puertas y abren otras, concluyen ciclos e inician nuevos horizontes. Las despedidas no son ni buenas ni malas, simplemente son despedidas y debemos aprender a entenderlas y manejarlas como cualquier otra condición en la vida. ¡Adiós!

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