En circunstancias normales, la noticia del viernes pasado en Venezuela, cuando el propio Hugo Chávez anunció la decisión de adoptar dos tipos de cambio para el bolívar fuerte, habría ocupado los principales titulares en Colombia.
Pero ahora que el comercio binacional va en picada, ante la decisión del Gobierno vecino de restringir al mínimo sus compras en el país, el impacto parecería ser menor. No obstante, la de la indeferencia es una actitud errada, pues es indudable que las determinaciones adoptadas en Caracas tendrán impacto de este lado de la frontera, tanto en el corto como en el mediano plazo.
La razón de que eso sea así es que los efectos de la devaluación de la moneda van mucho más allá del esfuerzo de ponerle orden a un mercado cambiario que esperaba algún tipo de medida desde hace meses.
Dicho con toda claridad, la pérdida de valor del bolívar tendrá impactos económicos, pero también políticos, sociales y hasta militares, pues hay quienes dicen que la carta de la confrontación bélica que ha jugado el Palacio de Miraflores tiene mucho con ver con el ánimo de distraer a la opinión de los problemas internos.
Pero antes de entrar en esas consideraciones, no está de más recordar lo que ocurrió con el bolívar. Ahora, la moneda venezolana tiene dos cotizaciones. La primera, de 2,6 por dólar, equivale a una depreciación del 21 por ciento y se aplica para las importaciones que se hagan de alimentos, al igual que bienes asociados con salud, ciencia y tecnología, maquinaria y equipo, útiles escolares, compras del sector público, remesas a estudiantes en el exterior y gastos de consulados y embajadas.
La segunda de 4,3 por dólar, es decir una depreciación del 100 por ciento, tiene el nombre de dólar petrolero y se aplica para todo lo demás, incluyendo al sector automotor, el comercio o las telecomunicaciones. Además, sirve para liquidar el valor de las exportaciones petroleras lo cual implica duplicar, en bolívares, los ingresos por ventas de crudo.
Desde el punto de vista de la lógica económica, el propósito de la medida no era otro que el de cerrar, así fuera parcialmente, la brecha cambiaria, pues en el mercado paralelo las negociaciones se estaban haciendo a casi 6 bolívares por dólar. Una de las razones de la diferencia es la elevada inflación, una de las más altas del mundo desde hace varios años.
Y es que con un aumento en los precios de 22 por ciento en el 2007, de 31 por ciento en el 2008 y de 25 por ciento en el 2009, era imposible evitar la devaluación. Esa situación fue la que llevó a los consumidores venezolanos a depender de manera creciente en las importaciones, desde alimentos hasta confecciones, pasando por vehículos y medicamentos.
El problema es que no es seguro que la descolgada en el tipo de cambio tenga un efecto benéfico. Por un lado, la economía experimentó una caída del 2,9 por ciento el año pasado y nada sugiere que la nueva realidad estimule las inversiones, sobre todo en un país donde la seguridad jurídica es casi nula.
Lo dicho por Hugo Chávez, quien el fin de semana prometió expropiar a los almacenes que subieran sus precios, deja a muchos empresarios entre la espada y la pared.
Incluso a pesar de las amenazas presidenciales, es muy probable que la inflación tenga un rebrote importante. Si a una espiral alcista se le suman los fuertes racionamientos de electricidad ocasionados por la sequía, el aumento en la inseguridad que ha hecho de Caracas una de las ciudades más peligrosas del continente y los escándalos de corrupción, como los que llevaron al cierre de varios bancos hace unas semanas, es claro que el ciudadano medio no tiene muchos motivos para estar contento.
La duda es si la creciente impopularidad del Gobierno servirá para que este pierda sus mayorías en las elecciones legislativas fijadas para finales de septiembre.
En el intermedio, Colombia debe seguir de cerca lo que ocurra al otro lado de la frontera. Y es que la previsible inestabilidad que viene en los próximos meses puede alimentar la tentación de crear un incidente militar, orientado a jugar la carta nacionalista y distraer a los venezolanos de una realidad innegable: que el bolívar fuerte, es cada vez más débil.