Tal como lo venían anticipando los especialistas desde hace algún tiempo, ayer el Dane confirmó un logro histórico. Se trató de la baja tasa de inflación en Colombia, que cerró el 2009 en un nivel del 2 por ciento, una cifra que prácticamente no tenía antecedentes en las estadísticas nacionales.
Como se ha repetido hasta la saciedad, es necesario remontarse a 1955 para encontrar un aumento tan pequeño en el índice de precios al consumidor, a lo largo de un año calendario.
Lo sucedido fue el resultado directo de varios factores. En primer lugar, estuvo el comportamiento de los alimentos que en 2008 habían tenido un incremento del 13,7 por ciento y que en esta oportunidad cayeron en 0,3 por ciento.
Tanto el ciclo agrícola que generó nuevas siembras, como el cierre del mercado venezolano en el segundo semestre incidieron en un mayor abastecimiento interno.
Dicho de otra manera, la oferta de comida fue abundante y esa realidad combinada con la de una demanda débil se sintió en las cotizaciones de los productos básicos. Los cereales, las frutas y la carne disminuyeron de valor, mientras que el pescado o los tubérculos tuvieron alzas moderadas.
Teniendo en cuenta que este grupo tiene un peso de 28,2 por ciento en la canasta familiar, su comportamiento fue clave para mantener la carestía a raya.
Y en este caso los grandes beneficiados fueron los más pobres que destinan, frente al promedio, una proporción más alta de su ingreso para alimentarse. Esa fue una de las razones por las que el propio Álvaro Uribe interrumpió sus vacaciones con el fin de señalar que el país "recuperó la senda de disminución de la miseria".
Por otra parte, ramos importantes como los de transporte y vestuario también tuvieron alzas de precios cercanos a cero. En el caso del primero, la pequeña rebaja en el valor del galón de gasolina, que reflejó en parte lo que pasó con la cotización internacional del petróleo, les alivió el bolsillo a los automovilistas y propició reajustes mínimos en los pasajes.
Y en lo que tiene que ver con el segundo, la abundancia de ropa importada que puso en aprietos a los confeccionistas nacionales, acabó beneficiando a los consumidores.
En contraste, fue llamativo el aumento cercano a 4 por ciento en la vivienda, sobre todo por los arriendos. Tampoco fue alentador el incremento de más de 6 por ciento en la educación, al igual que el de algunos servicios públicos.
Esos casos vuelven a poner sobre el tapete a los llamados precios administrados, en los cuales las decisiones estatales impactan en la carestía.
No obstante, lo sucedido en tales campos no resta la importancia de un logro, que es muy alta en lo económico y en lo social. Una inflación moderada no sólo propicia el desarrollo empresarial, sino que preserva los ingresos de los trabajadores y evita que el poder adquisitivo de los más pobres se vea afectado. Dicho de manera coloquial, el dinero alcanza para más.
Aunque es indudable que circunstancias extraordinarias, como la crisis internacional de los últimos meses, intervinieron a favor de lo acontecido, ahora el desafío de las autoridades es mantener la economía dentro de la senda fijada.
Ese será un asunto complejo en el futuro cercano, en la medida en que el ritmo de las cosechas se altere debido al fenómeno climático de 'El Niño' o pase la relativa calma en las cotizaciones mundiales de las materias primas.
Además, los expertos pronostican que, cuando la producción global recupere el vigor perdido dentro de unos meses, volverán también las alzas en alimentos y combustibles que tantos dolores de cabeza les produjeron a los más diversos gobiernos hace escaso año y medio.
Afortunadamente, mientras ese chaparrón ocurre, habrá tiempo para que en Colombia se desactiven los movimientos inerciales que en el pasado tuvieron mucho que ver con la fijación de diferentes precios.
En ese sentido, el reajuste conservador del salario mínimo ayuda a que se logre la meta inflacionaria para el 2010, fijada en 3 por ciento por el Banco de la República.