El discurso de los extremistas de viejo cuño, fundamentado en que el neoliberalismo no solo defiende el libre cambio y la carencia de protección de los mercados, sino impulsa de manera muy firme también la libertad de movimientos de capital, lo que representa otra fuente de problemas para los países atrasados; y en que la facilidad con que las multinacionales y el capital extranjero se han apropiado de los centros neurálgicos de las economías dependientes, forma parte de los resultados de la nueva doctrina, combaten la inversión foránea. La apertura exterior incontrolada a la entrada de capitales ha dejado en una indefensión casi absoluta a los sectores productivos de muchos países, sostienen de manera vehemente. Reconociendo que no siempre la inversión extranjera es el mejor antídoto contra el atraso, porque no aporta a la superación del obstáculo que entraña la baja tasa de formación de capital, ingrediente básico para incrementar el crecimiento económico; y que muchas veces tiene unas implicaciones políticas perjudiciales, pues se orienta al control de porciones de mercado o la exclusión de competidores, no se puede olvidar que, cuando la calidad de la inversión y los objetivos que persigue son claros, representa un buen aporte al avance de las economías, dado que sirve bien al objetivo de completar la fracción de ahorro que suele faltar para financiar la inversión. La historia reciente recoge con fidelidad el acontecer económico de América Latina, en general, y de nuestro país, en particular. Es el caso, por ejemplo, del notable contraste entre el deficiente crecimiento de la producción registrado desde los años 80 y el mayor dinamismo exhibido por estas economías en las décadas precedentes. Esta zona del mundo mostró un crecimiento económico significativo entre 1950 y 1980, con un aumento del Producto Interno Bruto cercano al 6 por ciento promedio anual. No obstante las múltiples ineficiencias en el aparato productivo, en promedio los países mantuvieron tasas de inversión creciente y una utilización relativamente elevada de su capacidad instalada, con ese crecimiento respetable. La situación se revirtió a comienzos de los 80, cuando la formación de capital público y privado bajó abruptamente. Según los analistas, el fenómeno estuvo asociado al ajuste recesivo que debieron soportar, tanto por las condiciones de la economía mundial como por las políticas nacionales aplicadas. Superada esta etapa, en parte debido a una oferta de fondos externos muy abundante, las tasas de inversión mostraron un alza significativa que sugiere que los recursos externos tendieron a complementarse con el ahorro nacional y contribuyeron al desarrollo de la capacidad productiva de la región. Ante este panorama, es evidente que los beneficios que aporta esta inversión son positivos y comprobables, pero hay que tener muy presente que ello depende de la manera como llegue al país. En últimas, si en realidad brinda un aporte positivo en términos de nuevas tecnologías, formas de producción modernas, innovaciones importantes para el desarrollo, en fin, si sirve para completar el acervo de medios con los cuales se pueda lograr una mayor productividad del sistema, debe ser bienvenida. En esto hay que ser selectivos y cuidadosos, pues si los países compiten agresivamente ofreciendo subsidios a inversionistas potenciales, los beneficios netos generados por los proyectos de inversión extranjera pueden quedar contrarrestados y los únicos beneficiarios ser los inversionistas extranjeros. En este aspecto lo mejor es tratar con cuidado el tema, pues estos países no tienen el suficiente ahorro interno para financiar la formación de capital. Ex ministro de Agricultura La historia reciente recoge con fidelidad el acontecer económico de América Latina.
Finanzas
22 nov 2007 - 5:00 a. m.
Inversión extranjera: mejor cuidarla
Los vecinos del barrio, ahítos de divisas por cuenta de los elevados precios del petróleo, se están tomando muy en serio el cuento de que la inversión extranjera no se necesita para propósitos de desarrollo. Como si tuvieran todo resuelto, de manera sistemática se empeñan en darle patadas a la lonchera.
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