Los opositores de Barack Obama están de pláceme. Con un Presidente que ha perdido popularidad, una victoria en el estado de Massachusetts y el desempleo cediendo en cámara lenta, los republicanos se han envalentonado y sueñan con el control de las dos Cámaras en las elecciones parlamentarias de noviembre.
Como se trata de un año electoral, los más ponzoñosos exponentes de la ultra- derecha estadounidense, como el locutor Rush Limbaugh, atribuyen la cesación de la 'luna de miel' a una serie de factores. Para ellos Obama es la resurrección del 'Estado Pantagruélico' que crece aceleradamente aumentando su poder regulatorio, mientras limita la iniciativa privada. De la misma manera, consideran que se ha obsesionado por la ideología partidista jugando su capital político en la reforma a la salud, mientras lo que el pueblo pide a gritos es empleo. Para colmo señalan al primer Mandatario de blandengue frente a Irán, Corea del Norte, Venezuela y Cuba, y que su política exterior se basa en una oratoria poética pacifista.
Ante estos ataques, que coincidencialmente corresponden con el primer año de gobierno, no faltan quienes ya se atreven a señalar que Obama es la encarnación de Jimmy Carter, con la intensión de anticipar su decadencia y quizás la derrota en la búsqueda de su reelección. Estos mismos intérpretes sostienen que el resultado de un gobierno guiado por una ideología demócrata y no centrista, como se predicó en la campaña, será el renacer de la oposición.
Es verdad que la pérdida de popularidad del Presidente es una demostración de descontento, y que si los demócratas pierden el control de una de las Cámaras será sencillamente una derrota. Pero no hay que dejar de ver las cosas en contexto y sin el lente de la historia para evitar conclusiones a la ligera. Al examinar los resultados de los presidentes estadounidenses en las primeras elecciones parlamentarias de medio término, es notorio que desde 1946 el Partido de Gobierno siempre tiende a sufrir derrotas. La única excepción ha sido George W. Bush en el 2002, cuando después de los ataques de septiembre 11, el Partido Republicano logró el control de la dos Cámaras.
Harry Truman perdió el dominio del Senado y la Cámara luego de catorce años de gobiernos demócratas, y presidentes tan populares como Eisenhower, Reagan e inclusive Clinton -que por cierto fueron reelegidos-, tuvieron que lidiar con un parlamento controlados por la oposición tan solo un año después de su ascenso al poder. Si ha de existir una moraleja detrás de esta tendencia es que mientras haya control del Congreso los presidentes deben jugársela con su partido, como lo ha intentado Obama, porque lo más seguro es que las mayorías duren poco. La Casa Blanca es consciente del desgaste que ha sufrido por tocar intereses muy poderosos, pero no claudicará en promover una reforma a la salud y a los mercados financieros en lo que falta del año, así le cueste el descontento de los votantes independientes.
Mientras la prensa no se cansa de alertar sobre el peligro que corre el Presidente de no ser reelecto, el mismo Obama ha dicho que "prefiere gobernar cuatro años a renunciar a su agenda". Esta demostración de coraje político determinará si Obama pasará a la historia por sus promesas inconclusas o por sus ejecutorias.