En virtud del Código Fiscal, la unidad monetaria nacional en 1912 era el peso de oro. El mismo estatuto autorizó la acuñación del doble cóndor de veinte pesos y de sus subdivisiones, y la emisión de monedas de plata.
También permitió la circulación en el país de la libra y la media libra esterlina inglesa, que eran equivalentes a las monedas nacionales de oro por tener el mismo peso y ley; para entonces el peso estaba prácticamente a la par del dólar. Ahora el cóndor ya no vuela ni circula, pero el peso ha venido ganando valor, al menos en apariencia, lo cual pareciera haber silenciado las voces que intentan revivir la idea de suprimir tres ceros a nuestra unidad monetaria.
A simple vista son evidentes las ventajas de manejar una moneda con menos ceros. Por ejemplo, en esta época informático dependiente el ahorro en el espacio de memoria sería enorme, si pensamos en lo que representa suprimir cuatro dígitos -porque se eliminaría el punto- a todas y cada una de las cifras que se almacenan en los millones de equipos utilizados en el país.
Otra ventaja consiste en la posibilidad de leer informes en las pequeñas pantallas de los teléfonos móviles. También en la contabilidad, porque a pesar de que muchos informes financieros vienen expresados en miles de pesos y a veces en millones, los libros se llevan y se imprimen en pesos; y así se haya generalizado la costumbre de suprimir los decimales y aún las decenas y las centenas, incluso en las declaraciones de impuestos, no es sencilla la tarea de colocar cifras de varios dígitos en hojas tamaño carta.
Aparte de los costos que representa reemplazar todo el dinero circulante, el cambio de cultura es la principal desventaja a vencer. Porque habría que reaprender a regatear los centavos, como se hacía en las plazas de mercando con las tradicionales 'marchantas' y a espantar el oso que produce reclamar el cambio en monedas fraccionarias.
Tomaría tiempo habituarse nuevamente a la costumbre de usar el monedero para subirse al bus o para comprar los periódicos, pagar diez pesos por una entrada al cine o dos mil por un pasaje a Europa, porque regresaríamos más o menos al cambio que prevalecía en los años cincuenta. Lo que es peor, la medida podría degenerar en una inflación artificial; no están lejanos los ejemplos de la Unión Europea, donde el redondeo ocasionó alzas significativas, aún en productos y servicios esenciales, por la llegada del euro.
De manera que, sin discutir sus ventajas, una medida de esta índole exigiría un intenso y continuo programa de educación de la población, en especial la más vulnerable, para hacerle frente a un cambio de las costumbres, tan drástico, que fácilmente hace perder el sentido de las proporciones. Así sea un consuelo, las experiencias sobre la extinción de especímenes como los cruzeiros, australes, sucres, escudos y bolívares pueden ser útiles.