Una equivocación usual de la gente es pensar que la materia prima con la que trabajan los bancos es el dinero que captan como depósitos y entregan como préstamos. La verdad es que la materia prima del sistema financiero es la confianza; por algo la expresión 'dar crédito' tiene el doble significado de prestar plata y creer en una persona. Por eso, toda crisis financiera es ante todo una crisis de confianza, que se genera cuando el público pierde la credibilidad en una o varias entidades financieras.
La actual crisis financiera de los Estados Unidos es también una crisis de confianza, pero con dos componentes nuevos que la han hecho más compleja y difícil de enfrentar: en primer lugar, no se trata en este caso de la pérdida de confianza del público en los bancos comerciales ni en sus tradicionales operaciones de crédito, sino que ahora los afectados son otras instituciones (como bancos de inversión y fondos de cobertura) que crearon en las dos últimas décadas toda una burbuja de sofisticadas innovaciones financieras, genéricamente conocidas como Derivados (también se usa el anglicismo 'derivativos'), que es la que ha estallado produciendo millonarias pérdidas.
Con el uso de los Derivados las entidades financieras dejaron de registrar en sus balances un gran volumen de créditos, desembolsados, inclusive, a deudores de alto riesgo como el caso de las hipotecas subóptimas. De esta manera, lograron incrementar sus utilidades sin necesidad de invertir más capital propio para respaldar esos créditos y, sobre todo, sin someterse a las regulaciones oficiales que limitan los riesgos que puede asumir un banco que utiliza los ahorros del público.
El segundo elemento nuevo de esta crisis es la pérdida de confianza de las entidades financieras entre ellas mismas, que es lo que ha amenazado con colapsar el inmenso mercado de Derivados. Porque si bien, con estos instrumentos se traslada la mayor parte del riesgo al inversionista que los compra, una pequeña parte de ese riesgo queda en la entidad que los origina; es lo que se denomina 'riesgo de contraparte', y la pérdida de confianza de los otros bancos en su capacidad de ser contraparte fue la causa de la quiebra del banco de inversión Bear Stearns.
Dentro del mercado norteamericano Bear Stearns era una entidad relativamente pequeña, que además no captaba en los tradicionales depósitos de ahorro del público que son los que tienen garantía estatal, de manera que en teoría no era una de esas entidades que debería ser rescatada, pues su quiebra podría producir una crisis sistémica. Sin embargo, si era una de las más activas en el mercado de Derivados, y era la contraparte de transacciones por valor superior a los 10 billones (millones de millones) de dólares. Su quiebra sí habría hecho colapsar el mercado financiero mundial, que hoy en día depende mucho de los Derivados.
Ante este riesgo el Banco Central de los Estados Unidos (la FED) debió romper todas sus reglas y salir al rescate. Se supone que los bancos centrales son los prestamistas de última instancia de los bancos comerciales y les compran su cartera para darles liquidez y así evitar las corridas de depósitos del público; pero en este caso por primera vez la FED aceptó apoyar a un Banco de Inversión y le inyectó 30.000 millones de dólares a Bear Stearns a cambio no de cartera, sino de otros activos de valor muy cuestionable.
Este radical cambio de política de la FED muestra lo que está dispuesta a hacer para evitar que la crisis financiera alcance unas dimensiones similares a las de la Gran Depresión de 1929. Sin embargo, para restaurar la confianza no basta entregar dinero a chorros ni bajar las tasas de interés; además es necesario que el mercado se convenza que las entidades financieras no van a repetir los excesos que condujeron a esta crisis, para lo cual es indispensable reforzar los controles y la regulación oficial, así esto implique reducir las utilidades.