Tenían controladas las policías municipales y estatales, que les servían de custodios al paso de sus mercancías hacia el norte y de espías para avisarles de operaciones federales.
Al llegar, Calderón puso a los militares al frente de la lucha contra el narcotráfico, lo que le trajo críticas por echar mano de una institución que tiene el carácter de resguardar la seguridad nacional y no la persecución de delincuentes, además de que su entrenamiento es de guerra y no combates callejeros.
Aún así, y pese a la presión de organizaciones civiles, Calderón ha dicho que no es hora todavía de que los militares vuelvan a los cuarteles.
En marzo pasado, el gabinete de seguridad publicó una lista de los 24 barones de las drogas más buscados, de los seis grandes carteles mexicanos: Golfo-Zetas, Pacífico, Beltrán Leyva, Carrillo Fuentes (Juárez), La Familia y Arellano Félix (Tijuana). Por cada uno de ellos, las autoridades ofrecen un recompensa de 30 millones de pesos (2 millones de dólares) y 15 millones (un millón de dólares) a quien ofrezca información que lleve a la captura de 15 sicarios de estos grupos.
Aunque la mayoría de los principales líderes del narcotráfico nació en Sinaloa, estado del noroeste del país donde el tráfico de heroína hacia Estados Unidos tuvo su auge en las primeras décadas del siglo XX, existe una rivalidad sangrienta entre ellos, principalmente entre los carteles del Golfo y del Pacífico, y el del Beltrán Leyca y el del Pacífico.
Esta guerra por el control de las rutas a E.U. y los campos de cultivos de marihuana y amapola ha dejado más de 10.000 muertos en tres años, entre los sicarios de esos grupos.