Pocos consumidores son conscientes de que al comprar determinadas marcas de productos se hacen partícipes de las malas prácticas que llevan a cabo los fabricantes que ellos cuestionan.
Vivimos en una época en la que es frecuente oír escándalos sobre violación de los derechos humanos por parte de grandes productores de bienes y servicios. Sin embargo, lo más sorprendente es ver cómo muchas de las grandes marcas que han sido objeto de escándalos por explotación infantil, trabajo forzado, y demás falta a los derechos humanos y a la dignidad de la persona, siguen teniendo amplia cuota de mercado y asombrosos resultados económicos año tras año.
En aras de no desviar la atención de ki que me interesa resaltar, evito dar ejemplos de algunas de las prestigiosas marcas que han optado por bajar sus costos de fabricación reubicando sus plantas de producción en países remotos, donde al parecer los derechos humanos son menos importantes o más vulnerables.
Si bien es cierto que las empresas son responsables de estas malas prácticas, bien sea porque las llevan a cabo directamente o porque sus maquiladores y proveedores las ejercen, mi preocupación va más allá. Y es que pienso que como consumidores ¡no nos hemos dado cuenta de que en último término somos igualmente o más responsables que dichas compañías!
Cada vez que compramos un producto que sabemos o sospechamos ha sido fabricado transgrediendo los derechos humanos, nos convertimos, en buena medida, también en infractores de los derechos humanos. Estamos cooperando con el mal obrar de esas sociedades.
Es fácil criticar como ciudadanos a aquellas organizaciones que solo se preocupan por maximizar sus resultados o que tratan de manera pobre a sus empleados; a las empresas que en sus campañas de publicidad atentan contra la dignidad intrínseca del ser humano; a las compañías que pagan salarios miserables, o a las que contaminan el medio ambiente de manera indiscriminada, pero ¿en qué medida somos conscientes del poder que como consumidores tenemos para cambiar dichas malas prácticas corporativas?
¿Nos preguntamos antes de adquirir una marca si comulgamos con los valores, misión y prácticas gerenciales de la compañía a la que le compramos? ¿Somos conscientes de que al comprar productos que violan la dignidad de la persona estamos siendo partícipes de esa violación? ¿Reflexionamos acaso antes de comprar un producto acerca del comportamiento de la marca que vamos a adquirir?
Desde luego, me preocupa el mal comportamiento de muchas corporaciones y su falta de responsabilidad social. Tal vez me preocupa más la falta de conciencia por parte de los consumidores de su gran poder y amplia responsabilidad al comprar.
Creo que muchos usuarios no han reflexionado acerca de cómo, con cada compra, se hacen cómplices de las malas prácticas y, por tanto, responsables de esas prácticas que tanto les disgustan.
Invito al lector a pensar en campañas de publicidad que a su parecer sean inadecuadas. Es más, lo invito a reflexionar si ha dejado de comprar dicha marca por tal motivo o se ha quedado en el terreno cómodo de criticar a la empresa, sin tomar ninguna medida de distanciamiento, pues al fin y al cabo ‘¿Qué más da lo que yo haga o deje de hacer?’ Si bien es claro el asunto en el caso de productos que consumimos, el tema no se limita solo a este ámbito. En el caso de los servicios, por ejemplo ¿Sabemos en dónde es invertido el dinero que tenemos depositado en las entidades financieras? ¿Sabemos qué hace el banco con los depósitos que le hemos confiado? o ¿Tenemos nuestros ahorros en aquellos bancos que tanto cuestionamos por los bonos millonarios que se llevan sus ejecutivos, mientras que los gobiernos tienen que salir a rescatarlos con dinero público?
Tal vez sea momento de cambiar algunos de nuestros hábitos de compra. Soy consciente de que no es posible conocer exactamente el comportamiento de cada una de las compañías a las que decidimos comprarle y que sería agobiante buscar dicha información antes de tomar cada decisión de compra, pero creo que se trata es de hacer conciencia del poder y la responsabilidad que como consumidores tenemos cada vez que entregamos nuestra confianza a un productor y decidimos adquirir sus bienes y servicios. Los grandes cambios siempre empiezan por pequeñas cosas.
No podemos caer en el desaliento o el desinterés, excusándonos en razones como “¿Y qué más da si yo saco mi dinero de ese banco, si al final seguirá en el mercado? ¿Qué pierde esa corporación si yo dejo de comprar sus productos? ¿Quién soy yo para influir en el comportamiento de semejante gigante?”. Al escoger, también se puede decidir a quién se apoya.
ALEJANDRO MORENO SALAMANCA
PROFESOR DE DIRECCIÓN DE PERSONAS EN LAS ORGANIZACIONES
INALDE BUSINESS SCHOOL