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Carlos

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Finanzas

14 oct 2011 - 5:00 a. m.

¿Seguirá un TLC con el Vaticano?

La política de comercio exterior colombiana se concentró exclusivamente en la negociación de acuerdos comerciales con los países que estén dispuestos a hacerlo.

POR:

El mensaje que nos envía el Gobierno después de concretar un tratado es recurrente: impresionantes volúmenes de exportaciones para el futuro y cientos de miles de empleos, gran riqueza para la cual debemos prepararnos, y obviamente un anticipo de los próximos acuerdos, pues ningún país quiere dejar de firmar uno con el nuestro. No interesa mucho si tenemos productos para vender, y tampoco que la balanza comercial tienda a desequilibrarse aun más en contra nuestra. Somos y seremos beneficiarios de la eliminación de aranceles para nuestros productos, somos y seremos beneficiarios de privilegios arancelarios que nos favorecen desde hace ya muchas décadas, y que muy poco aprovechamos, precisamente por carecer de oferta exportable. Ahora las cosas serán muy diferentes por una sola razón: porque lo dice el Gobierno colombiano, y eso debe ser suficiente. Del sitio web del Ministerio de Comercio copio esta frase: "tener hoy libre comercio con Canadá y Suiza, gracias a la entrada en vigencia de los TLC con estas dos grandes economías, fue mencionado por el ministro Díaz-Granados como un hecho sin precedentes en el ámbito comercial, ya que es la primera vez que Colombia puede ingresar sus productos, sin restricciones arancelarias, a países desarrollados". Me resisto a creer que esto haya dicho el Ministro desconociendo que durante los últimos veinte años prácticamente todos nuestros productos han podido ingresar sin impuestos a la Unión Europea y Estados Unidos. Siguen Turquía, Panamá y Corea. Y yo propongo un TLC con el Vaticano, pues no podemos ser excluyentes, y debemos darle la oportunidad a ese Estado por la inmensa mayoría de católicos que tiene Colombia. Algo podremos vender, como por ejemplo velas de parafina, estampas de nuestros tres beatos, sotanas bordadas en Cartago, sandalias artesanales con motivos precolombinos, y pastillas de incienso; y quizás logremos por algún convenio de repatriación bilateral, que se nos regrese la custodia de Badillo. Tal vez este TLC no sea tan importante como el que firmamos finalmente con Estados Unidos, pero lo que interesa es firmarlo, publicitarlo y archivarlo, en cumplimiento de nuestra política de comercio exterior. Quiero mencionar dos casos que confirman que una cosa son los acuerdos comerciales y otra la posibilidad de aprovecharlos: en Chile y México participamos únicamente con el 1,1 por ciento (US$907 millones) y 0,2 por ciento (US$638 millones), respectivamente, de sus importaciones totales. Firmamos acuerdos, pero no contamos con producción para exportar, ni la generamos. Colombia depende cada vez más de la venta de productos básicos que poco contribuyen al crecimiento del empleo nacional, y esos productos son los que menos requieren de tratados comerciales, pues precisamente por ser materias primas fundamentales para las grandes corporaciones mundiales, están por lo general exentos de impuestos. Las negociaciones que adelantamos tienen justificación mayor para los renglones industriales, pero observamos lamentablemente que mientras más acuerdos logramos menos exportaciones de manufacturas realizamos. Durante el periodo 2005-2010, la mayoría de nuestros renglones industriales disminuyeron sus exportaciones hacia Estados Unidos; la lista es larga: confecciones, cemento, joyería, tubería, barras de aluminio, cerámicos, artículos de cuero, laminas plásticas, PVC, entre muchos otros. A Venezuela la perdimos como principal destino de nuestras manufacturas, y hoy estas dependen del mercado ecuatoriano, sin mayores posibilidades de grandes crecimientos allí por el tamaño de su demanda. ¿Dónde están los sectores de clase mundial que impulsaría el programa de Transformación Productiva del Ministerio de Comercio? Bonitas presentaciones y autoelogios no venden en el exterior, no recuperan sectores de la producción deprimidos ni crean nuevos renglones competitivos para el mercado global. Hay que ser pragmáticos: acceso al crédito y bajas tasas de interés; innovación con el aporte de cooperación técnica y económica internacional; eliminación total de aranceles para importaciones de maquinarias, materias primas e insumos; inteligencia comercial efectiva; embajadores comerciales y no políticos; bajos costos de energía para los empresarios; y beneficios tributarios para generación de empleo por fuera de las zonas francas, son algunos de los instrumentos que deberían hacer parte de una nueva política de fomento a la nueva producción exportable del país. Y para finalizar, en Colombia las regiones deben cumplir un rol protagónico en la determinación de su destino exportador, lo que amerita una descentralización real del Ministerio de Comercio para que no sea desde unas oficinas centrales abarrotadas de funcionarios que ignoran las necesidades o posibilidades de cada región, que se diseñen los programas que finalmente para nada sirven, como el de Transformación Productiva, por ejemplo. Tengo un nombre para un nuevo programa que de seguro le encantará al nuevo gobierno: Prosperidad exportadora. Pero desde las regiones para el país, y no desde un edificio bogotano para las regiones. HELGON

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