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Finanzas

30 abr 2010 - 5:00 a. m.

¿El sexo da más felicidad que la plata?

Tener relaciones sexuales con frecuencia así como una pareja estable suelen incidir en que las personas se sientan más contentas con la vida.

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El dinero nos proporciona una cuota razonable de felicidad, pero tal vez no tanta como el sexo.

Sin duda, quienes tienen ingresos más altos gozan de mejor salud y son más felices que los que cuentan con ingresos inferiores. Sin embargo, para el individuo típico, una duplicación del sueldo no supone un cambio en la vida tan importante como el matrimono o el desempleo. Es más probable que una cita ardiente nos haga más felices que unos miles de dólares más. Hay algunas pruebas que lo corroboran.

Hace unos años, mi colega Andrew Oswald y yo comprobamos que para "compensar" la pérdida de felicidad provocada por un hecho importante de la vida como enviudar o una separación matrimonial sería necesario proporcionar a una persona 100.000 dólares de ingreso adicional por año (casi 300 millones de pesos), o más del doble de su ingreso.

También podemos usar esos datos para calcular el valor monetario del sexo. En promedio, la cuota de felicidad que se adquiere cuando se pasa de tener relaciones sexuales menos de una vez por mes a tenerlo por lo menos una vez al mes es aproximadamente equivalente a unos 40.000 dólares (120 millones de pesos aproximadamente) de ingreso anual. El sexo proporciona mucha felicidad, pero después de eso se instala una merma de los dividendos del mismo. Algo es mucho mejor que nada.

Según los datos de la encuesta más reciente de la General Social Survey que realizó en 2008 el Centro Nacional de Investigación de Opinión en Chicago, el estadounidense adulto típico declaró tener relaciones sexuales entre dos y tres veces por mes (entre la gente menor de 40 años, la cuota mediana de sexo es de una vez por semana).

Alrededor del 6 por ciento de la población dijo que tenía sexo por lo menos cuatro veces por semana. El 40 por ciento de las mujeres de más de 40 años dijo que no había tenido relaciones sexuales en el último año. La cifra es el 21 por ciento en el caso de los hombres. Esos célibes son especialmente infelices.

Hay pruebas de que el sexo tiene efectos de una contundencia desproporcionada en la felicidad de la gente que tiene un nivel de educación alto. Las mujeres profesionales tienen menos compañeros sexuales. Sin embargo, la cantidad de compañeras sexuales que tienen los hombres no se relaciona con su nivel de educación. El dinero no compra ni más compañeros sexuales ni más sexo, tanto en el caso de los hombres como en el de las mujeres. La gente que tuvo un sólo compañero sexual en los últimos 12 meses es más feliz que la que tuvo múltiples compañeros.

A pesar del iPad, la BlackBerry y los dispositivos portátiles de GPS que nos indican la distancia del tiro al banderín, los estadounidenses no son en la actualidad más felices que en la década de 1970. Lo sabemos por las respuestas a las preguntas planteadas en la encuesta General Social Survey.

Se preguntó a los participantes: "En general, ¿cómo diría usted que están las cosas en este momento? ¿Diría que es muy feliz, bastante feliz o no muy feliz?"

En 1972, el 30 por ciento de los consultados dijo que era "muy feliz". Cuando se volvió a hacer la pregunta en la encuesta de 2008, también el 30 por ciento de los consultados contestó que era "muy feliz".

La preocupación evidente es que esas respuestas cualitativas nos dicen poco o nada sobre el nivel de bienestar de una persona. De todos modos, parecen decir algo. Ya hay muchos indicios de que esas declaraciones tienen una fuerte relación con características objetivas como el desempleo y la mala salud, así como con evaluaciones de la felicidad de la persona por parte de amigos, familiares y cónyuges.

Las personas felices corren menos riesgos de sufrir trastornos cardíacos coronarios y tienen la presión arterial más baja. Hasta se curan más rápido si tienen lesiones. La gente feliz difiere mucho de la gente menos feliz en lo que respecta a los niveles de resistencia cutánea como reacción al estrés y los registros electroencefalográficos de actividad cerebral prefrontal.

Es interesante el hecho de que en esas encuestas las mujeres tengan un mayor nivel de felicidad que los hombres, pero la brecha se ha ido estrechando con el tiempo. La felicidad de ellas se ha reducido, mientras que la de los hombres casi no ha sufrido cambios. Se descubre una situación similar en los datos de salud, que indican que las mujeres ahora se ven más expuestas que antes a enfermedades que son producto del estrés y que están relacionadas con el trabajo, de lo que se deduce que el movimiento feminista ha dado a las mujeres mayor igualdad, pero menos felicidad.

No todo es plata

El descubrimiento de que el aumento del ingreso no se relaciona con el aumento de la felicidad es algo que se repite en otras economías occidentales, tales como el Reino Unido y Alemania. El incremento de los ingresos ha generado más felicidad en los países en vías de desarrollo, pero en algún punto se produce una declinación de los réditos del ingreso. El nivel de felicidad de los 10 países que se incorporaron a la Unión Europea desde 2004 ha aumentado con rapidez desde el ingreso.

De forma similar, los países latinoamericanos se han vuelto más felices con el tiempo. Sin embargo, conforme aumenta el nivel de vida, el incremento de la felicidad se hace más lento. Se trata de la 'paradoja Easterlin', llamada así en homenaje a la figura más importante de la economía de la felicidad, Dick Easterlin, de la Universidad de Southern California en Los Ángeles En términos de felicidad, los dividendos disminuyen en el caso de los países, pero también en lo que respecta a las personas.

El aumento del ingreso proporciona una felicidad adicional a las personas pobres, pero ese aumento es mucho menor en el caso de los ricos. La razón es que para la mayoría de los estadounidenses las cosas relativas sí importan. Una vez que se cubren las necesidades básicas de la vida, la acumulación adicional de riqueza no proporciona mucha felicidad extra.

Se dice que Arnold Schwarzenegger, tal vez de forma apócrifa, ha dicho que su trigésimo millón no lo hizo tan feliz como el primero. Erzo Luttmer, de la Universidad de Harvard, ha demostrado que un aumento de, por ejemplo, el 10 por ciento de los ingresos de los vecinos, o una reducción del 10 por ciento del propio ingreso, tienen aproximadamente el mismo efecto negativo en el bienestar.

 Mi felicidad aumenta si tengo un BMW nuevo, pero no lo hace si mis vecinos también lo tienen. Aquí debería pensarse el vecindario como cualquier otro grupo de comparación relevante, incluidos colegas y amigos.

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