El 4 de noviembre, Nicolás Sarkozy rescató y entregó en Madrid cuatro azafatas españolas retenidas en Chad por supuesta participación en una red para dar en adopción en Europa falsos huérfanos africanos, y retornó a su país a tres periodistas franceses. El 23 había ido a Marruecos, con 50 empresarios. Y en su más reciente excursión, ejerció de seductor en Washington, aplaudido de pie por el Congreso.
Ante tan sorprendente ubicuidad, solo falta que Sarkozy, presidente desde hace apenas seis meses, se abra la camisa y surjan el pecho atlético y el traje con la S de Supermán. Su estilo no deja descanso a los periodistas. Como Supermán, es más rápido que las cámaras, las libretas y los computadores. Su última aventura le ha deparado generosos titulares. "Vengo decidido a reconquistar el corazón de Estados Unidos", declaró al llegar al país con el que su antecesor, Jacques Chirac, mantuvo tensas relaciones por la guerra de Irak. Y lo logró. Derrochando sonrisas, declaraciones amistosas, oratoria emocional y gestos simbólicos -como la reunión con veteranos de la II Guerra Mundial-, consiguió que lo ovacionaran los legisladores estadounidenses, que hace cuatro años les habían cambiado el nombre a las 'papas a la francesa' por el de 'papas de la libertad'.
Esta velocidad no le permite ver que puede causar 'daños colaterales'. No ha sido totalmente satisfactorio para José Luis Rodríguez Zapatero el 'mandado' con las azafatas, que sirvió a la oposición para criticar la 'lentitud' del gobierno español. No olvidemos que en su agenda está también la liberación de Íngrid Betancourt; que Hugo Chávez se dirige a visitarlo con pruebas de supervivencia de los secuestrados colombianos; y que, si los franceses ya protagonizaron insólitos episodios como el del avión militar con el que presuntamente iban por Íngrid, este presidente puede deparar a Colombia cualquier sorpresa, en cualquier momento.
La diplomacia de Sarkozy dista de ser solo estilo. Con el canciller Bernard Kouchner, antiguo socialista, a la cabeza, ha dado un vuelco a la política externa francesa de más de medio siglo.
Terminada la guerra, el general Charles de Gaulle dibujó una Francia pro árabe, cercana al Tercer Mundo, europeísta y distante aliada de Washington. En un semestre, Sarkozy declaró su apoyo a Israel, se abstuvo de condenar las nuevas colonias israelíes en territorio palestino, endureció la postura frente a Irán, entró a Irak con un proyecto petrolero y ahora abraza al presidente estadounidense. Y no le faltan desplantes de arrogancia, como el de anunciar que volverá por los demás acusados de la trama de los falsos huérfanos, lo que motivó la justa protesta de las autoridades chadianas.
Pero la febrilidad no es solo externa. Como lo anunció en la campaña electoral, su proyecto es conmover los cimientos mismos de Francia, que pasa por un periodo de interrogarse a sí misma sobre sus principios, en especial en materia económica y laboral. Ya anunció que planea acabar con los regímenes privilegiados de pensiones. Y aunque los sindicatos de transporte hicieron una huelga de un día y anuncian otra para la semana entrante, y hay otras protestas, ahora la actitud de la ciudadanía no parece tan hostil a cambios que Francia lleva considerando por años, sin decidirse a ellos. Todo indica que, con 'Super-Sarkozy', llegó la hora.