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Finanzas

27 ene 2006 - 5:00 a. m.

Sustentabilidad y tropicalidad

Por largo tiempo hemos creído que la Amazonia es el pulmón del mundo. Esto fue revaluado por el informe de Naciones Unidas, el tratado de Cooperación Amazónica y el BID, que dice: “El bosque maduro de la Amazonia tiene un balance casi perfecto entre la producción de oxígeno y la fijación de dióxido de carbono”.

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“Uno nunca sería capaz de controlar la naturaleza. Lo más indicado es comprender cómo funciona y hacerla trabajar a nuestro favor”. Rafael Bras, Ingeniero del M.I.T. Nuestro planeta, con mil doscientos millones más de personas cada 15 años (equivalente a la población de China) continuará suspendido en la oscuridad del espacio, pero la sustentabilidad de la vida, humana y no humana, seguirá amenazada por una de sus 45 millones de especies, el mal llamado Homo Sapiens, de quien para bien o para mal también dependerá su futuro. Como futurible plánteamos un desarrollo, en armonía productiva con la naturaleza, respetando sus límites y ciclos, admirando la maravillosa casualidad en que la vida fue generando el ambiente apropiado para establecerse, originada más en la cooperación (simbiosis) que en la competencia. Esto es especialmente importante para nuestro continente intermedio de la América Latina, por estar situado en la faja tropical del Globo terráqueo, que coincide con la faja de la pobreza, a diferencia de épocas anteriores. En el cinturón ecuatorial se originó la vida humana, y aparecieron las primeras culturas. Uno de los tantos ejemplos que cabe resaltar, es el de la ciudad de Teotihuacán y su región en México, que era ya una urbe de gran significado, mientras Londres era apenas un caserío. En 1776, cuando se dió la independencia de las 13 colonias de los Estados Unidos, tanto Centro como Suramérica, ostentaban índices de desarrollo y bienestar muy superiores a los del país del norte. ¿Por qué ahora sucede lo contrarío? Porque a esas tierras fueron a establecerse, principalmente en busca de libertad, inmigrantes europeos, que llevaban consigo, una cultura, ciencia y tecnología que coincidía con sus nuevas condiciones geográficas, fue una transferencia de norte a norte, en otras palabras apropiada a su entorno, pero en los últimos 50 años, ha empezado a socavarse su medio ambiente. Pero al transferirlas a los hábitats tropicales, presentan toda clase de incongruencias, que han llevado a la pobreza sostenible, a más del 50 por ciento de sus pobladores. Por ello, en unas circunstancias, en donde es imposible ser pobres, somos pobres, alguien irónicamente lo llamó “el milagro de la pobreza”. Propiciar la reinvención de la tropicalidad, es la propuesta para un área que ostenta la mayor productividad biológica y diversidad del organismo planetario, siempre y cuando seamos capaces de tener otra mirada sobre los cinco reinos de la naturaleza (todavía para referirnos a la naturaleza, usamos términos monárquicos, ¡qué nostalgia!) y de elaborar una normatividad coherente con el trópico. Esta reinvención debe ser la inspiración de nuestra educación, de construcción permanente. Tenemos que dejar de estudiar la naturaleza por disciplinas, separadamente, lo que ha impedido analizarla en su totalidad, máxime si lo invisible todavía es mayor que lo visible, son las conexiones ocultas, de que nos habla Fritjof Capra. La postmodernidad llegará cuando comprendamos al trópico y sepamos interactuar con él, sistemáticamente y haciendo parte de una conciencia global. Mirar lo que es obvio, requiere de mucho esfuerzo mental, como dice el bolero "Estás tan cerca de mí, que no te veo". Durante largo tiempo hemos creído que la Amazonia es el pulmón del mundo. Este concepto ha sido revaluado por el informe conjunto del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el tratado de Cooperación Amazónica y el Banco Interamericano de Desarrollo, que textualmente, dice: “El bosque maduro de la Amazonia tiene un balance casi perfecto entre la producción de oxígeno y la fijación de dióxido de carbono”. La Amazonia cumple una función más estratégica para la sustentabilidad de la Tierra, como es de servir, de termóstato, de regulador de la temperatura. La combustión de su biomasa emitiría a la atmósfera biológica tal cantidad de sustancias no deseadas, que alteraría la estrechísima composición química de nuestra envoltura gaseosa, algo aún más grave que el solo crecimiento, de las emisiones de dióxido de carbono, una de las causas principales del efecto de invernadero. Por otra parte, la mayor biodiversidad, no se encuentra en la Amazonia, sino en el área andina, a partir de los 500 metros de altura. Dentro de este contexto los planes de desarrollo, deberían tener, como máxima prioridad, proteger el capital biológico, hacerlo más que sostenible, llegar a la sustentabilidad, estimulando unas condiciones que a la naturaleza le permita autosostenerse para que al aprovecharla, no explotándola, sea capaz de generar altos índices de productividad para beneficio de la población, pero sin afectar las estructuras vitales, que la vida siga generando vida y que los componentes biológicos de su atmósfera, como los elementos ligeros, nitrógeno, oxígeno, carbono y otros, puedan seguir retroalimentándose a través de la biomasa y conservar la actual composición del aire, considerado como un bien libre, sin valor económico. Por ejemplo, si el nivel de participación del oxígeno en la constitución de la atmósfera, que en la actualidad es del 21 por ciento, aumentara al 25 por ciento, se desencadenarían masivos incendios de bosques y selvas en todos los continentes. El ser humano, puede vivir solamente 4 minutos sin aire, 4 días sin agua y 43 días sin alimentos. Aquí cabe poner de relieve como entre 1991-1993, un grupo de ocho científicos norteamericanos que participaron en el experimento de la biosfera 2, en el estado de Arizona, (E.U.), conviviendo en un gran receptáculo acristalado, construido para el efecto, con una inversión de 200 millones de dólares, no lograron reproducir la composición del aire ni el funcionamiento de un ecosistema, llevando el experimento a su fracaso. Sin embargo, el sistema biosfera 1, es decir, la Tierra, realiza todavía esta función para 6.500 millones de personas y el resto de las especies, sin ningún costo. Ni siquiera en un tubo de ensayo hemos podido crear la vida. El ser humano, en su soberbia, insiste en escribirle las leyes a la naturaleza. Esta es una demostración de que los sistemas vivos, no pueden ser sustituidos, tienen un valor incalculable, que las llamadas ciencias económicas no lo pueden cuantificar, con su actual patrón académico; de allí que la bioeconomía, aún por elaborar, se constituirá en materia de estudio, en los centros mundiales del pensamiento. Los ciudadanos hablan en nombre de las naciones, ¿quién habla en nombre de la vida? Qué sentido tiene estar científicamente en la era de los viajes espaciales, si seguimos atados sicológicamente a la edad de piedra, destruyendo lo que más necesitamos y queremos. No olvidemos, que el planeta Tierra, es hasta ahora, el único con el código de vida, el ADN, y nuestro compromiso no será otro, que garantizar sus procesos vitales, más allá de los alinderamientos ideológicos.

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