Es corriente ver por estos días que los aspirantes a la Alcaldía de Bogotá se trencen en debates sobre la forma y reforma más adecuada de acomodar a los casi siete millones de habitantes o más que tiene la ciudad, sin contar los inmigrantes desplazados y los de otros municipios anexos que con el tiempo se unieron a esta gran urbe, incrementando las dificultades de organización del espacio público. Al proceso de crecimiento urbano descrito los técnicos lo llaman conurbación, con la diferencia de que la Real Academia de la Lengua Española define el término conurbación, como el conjunto de varios núcleos urbanos inicialmente independientes y contiguos por sus márgenes, que al crecer acaban formando una unidad funcional. Lo de funcional en nuestro caso es discutible. El crecimiento de la población de Bogotá ha mantenido desde siempre la tendencia de una curva exponencial, fenómenos que también han venido experimentando ciudades como Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga y ahora Pereira en menor escala, no tanto por sus índices de crecimiento interno, sino por la llegada de miles de desafortunados desplazados, que por diversas causas ven en las ciudades grandes, una oportunidad para mitigar sus múltiples dificultades, amén de quienes se desplazan hacia ella en búsqueda de oportunidades de negocio o progreso personal. Se discuten soluciones angustiosas al fenómeno de la movilidad, como la ampliación del TransMilenio, la implantación de metro, cables y trenes subaéreos. Se diseñan bodegas de almacenaje a las afueras de la ciudad desde donde, para disminuir el impacto sobre la malla vial y evitar el tránsito de camiones y tractomulas de 50 y más toneladas, se pretende trasbordar las mercancías que llegan a carritos más pequeños de tres y cinco toneladas. ¿Alguien podría decirnos, además del volumen de automóviles que entran en rodamiento mensualmente, cuántos carritos adicionales de esos de carga soportará la ciudad? Entre tanto, excepto extensos núcleos que se han ido formando sobre los cerros tutelares de la ciudad en donde todavía hay casas de un solo piso de gentes humildes y de algunos colonizadores hacia el norte con buenos recursos y palancas, desde hace tiempo la gente se apeñusca en edificios cada vez más altos. Las construcciones más exclusivas y con algo de verde están buscado su asentamiento desde La Calera hasta Sopó, así como sobre los cerros orientales fuera del límite metropolitano y alrededor de los cementerios-parque, tratando de huir del ruido y del alboroto. Hay quienes dicen que, en la Sabana todavía hay mucho espacio para construir. Si el asunto fuera solo de espacio el problema estaría resuelto. Para solucionar los problemas de suministro de agua potable que demanda la capital, las administraciones han tenido que recurrir a fuentes de agua de otras regiones creando un desbalance regional. Nadie ha dicho que las fuentes de agua también se agotan y que, a futuro, será cada vez más difícil satisfacer la demanda que exige el crecimiento urbano. En medio de toda esta locura e insensatez, habría que pensar si Bogotá y las otras cinco grandes capitales tienen que seguir resolviendo indefinidamente los problemas de ausencia de planificación del espacio y del suministro de servicios del orden nacional. Se me ocurre pensar que si estamos tratando de meter una carga de 70 o cien kilos en un costal que resiste 50, tal vez sería mejor pensar en otro costal. Amplio espacio tiene el país. Leonardo Rivera Pérez
Finanzas
26 oct 2007 - 5:00 a. m.
Los temas de fondo en las principales ciudades del país
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