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Carlos

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Finanzas

29 feb 2008 - 5:00 a. m.

Otra vez el dólar

"Ante lo sucedido con la tasa de cambio, la pregunta es si las autoridades han estudiado todas las opciones posibles para moderar la caída del billete verde".

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Corría julio de 1999 y las noticias económicas no eran buenas en Colombia. Tanto la coyuntura externa como el clima dentro de las fronteras, auguraban nubarrones para la actividad productiva, a pesar de los esfuerzos de las autoridades por inspirar confianza. 

Quizás por ello, y ante el anuncio de que sería necesario negociar un programa de ajuste con el Fondo Monetario Internacional, el dólar, que había comenzado enero en 1.542 pesos, empezó una carrera alcista que lo llevó el 7 de julio a 1.849 pesos, una devaluación cercana al 20 por ciento en menos de siete meses.

Han pasado casi nueve años desde esa fecha y el país de ahora es muy diferente al de entonces. Para comenzar, el crecimiento económico es el más alto en tres décadas y la confianza, tanto de la comunidad de negocios, como de los consumidores, está cerca de sus máximos históricos. Tal vez la única similitud es el nivel de la tasa de cambio, que ayer cerró en 1.838 pesos, generando las previsibles quejas del sector exportador. El motivo es que no se necesita ser un especialista para entender que quienes venden en el extranjero han visto subir sus costos locales y bajar sus ingresos cuando los convierten a moneda corriente. Hasta cuándo es eso sostenible, depende de la realidad de los sectores afectados, pero es evidente que la única actitud inaceptable es la de ciertos funcionarios del Gobierno que se declaran impotentes ante lo sucedido.

Es cierto que lo que ha ocurrido en Colombia es un fenómeno mundial. Ayer el euro llegó a un nivel récord frente al dólar, dando lugar a ceños fruncidos entre los exportadores del Viejo Continente. Y ese sentimiento es el mismo en Brasil, en Tailandia o la República Checa, tres naciones de muchas en donde las monedas locales han ganado terreno frente al billete verde. No obstante, el peso ha tenido la segunda mayor revaluación del hemisferio, a pesar de que el país registró en el 2007 un abultado déficit en sus transacciones con el resto del mundo.

En respuesta, las autoridades han culpado a la inversión extranjera, cuyo ritmo no ha parado, después de los casi 8.000 millones de dólares recibidos el año pasado. Hasta mediados de febrero, por ejemplo, los ingresos por este concepto ascendieron a 1.469 millones de dólares, de los cuales algo más de la mitad llegó a los sectores de petróleo y minería, mientras que buena parte del saldo correspondió a dos operaciones de Carrefour y Telefónica, con el objeto de expandir sus actividades.

En contraste, hay quienes culpan al Emisor de tener una buena cuota de responsabilidad en la marcha de la tasa de cambio, ante las decisiones que buscan moderar el ritmo de la inflación. Si bien las comparaciones son odiosas, no falta quien diga que mientras el Banco de la República ha elevado sus intereses en 63 por ciento desde el 2006, el Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos las ha disminuido en 43 por ciento, con el fin de espantar los fantasmas de la recesión. En consecuencia, el diferencial de tasas entre un país y otro es de 6,75 puntos porcentuales, lo cual estaría estimulando la llegada de dinero atraído por la mayor rentabilidad de las inversiones en Colombia.

Pero más allá de ese debate, la pregunta de fondo es si las autoridades han estudiado todas las opciones posibles para moderar la caída del dólar. Ese es un tema en el cual Gobierno y Emisor, que a veces han estado a lados opuestos de la mesa, deberían cooperar. La razón es que al primero le interesa la buena salud del sector productivo, mientras que el segundo gana en legitimidad si logra ganarle la batalla a la inflación sin ser acusado de quebrar a algunos exportadores. Por tal motivo, la propuesta de una compra masiva de divisas por parte del Banco, complementada por una decisión del Ejecutivo de esterilizar los pesos que se emitan, debería ser estudiada. Algunos dirán que eso no garantiza nada, y así es. Pero una decisión de ese estilo aliviaría la presión pública y evitaría las predicciones de los profetas del desastre quienes aseguran que, de seguir como vamos, volver a la crisis de 1999 es un desenlace ineludible.

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