La ciudad de las autopistas ha tenido carros deambulando sin norte ni destino y los que se animaron a irse a Orlando tardaron once horas (en un viaje que normalmente toma cuatro horas). El Coral Gables de los árboles, el Alton Road de la milla de oro, el Aventura de los lujosos condominios y otras vecindades del norte parecen haber sido envenenados por aire y agua. Pasan cosas cuando se comprende la incertidumbre de los castigos de la naturaleza y que estos daños son prácticamente inevitables. Años de desarrollo de la vegetación y el cuidado de árboles que parecen eternos, se convierten en recuerdos en un par de horas. Cristales que explotan en cualquier esquina, carros destruidos, techos de casas que volaron, inundaciones por doquier, fachadas de locales comerciales que ya no existen, oficinas protegidas por vidrios antihuracanes que quedaron desarmadas y miles de personas damnificadas. Es el precio de un huracán.Pero también pasan cosas cuando Wilma no se asoma por sorpresa; fue huracán categoría cinco por largo rato; su paso por Cancún y playa del Carmen no fue propiamente jugando a las escondidas, ni mucho menos amoroso. La destrucción se registró en la televisión y sus intenciones con la Florida no eran precisamente las de dar una serenata. En Naples y ciudades menores cercanas advertían de su furia.¿Quién puede explicar que no exista -en la Miami del dinero a borbotones, del glamour, del metro cuadrado más costoso de la zona, del mayor incremento de construcción de la costa este y de la bonanza turística- un verdadero plan de evacuación perentoria y de manejo sensato de la etapa post-huracán? No hace sentido que se esté hablando de dos semanas para que regrese la electricidad en algunas zonas, y menos, que dure una semana el colapso general. Que haya un plan de toque de queda para evitar el vandalismo es algo positivo, pero que una metrópoli como Miami esté paralizada, considerando la cantidad de riqueza que produce, pero sobre todo la que pierde por estar quieta, tiene haciéndose muchas preguntas a sus habitantes que pagan impuestos muy altos y seguros aun más elevados. Parecería que el Alcalde no hubiese mirado CNN el fin de semana y que no se hubiese preparado mejor para afrontar y superar dignamente su propia tragedia en vivo y en directo que se vive hoy en el sur de La Florida. En la ciudad en donde se hacen tantas películas, esa misma recursividad se ha debido utilizar para pasar de la ficción a la realidad: cientos de camiones limpiando el desastre, unidades móviles satelitales activando las comunicaciones, docenas de carrotanques con agua, desfile de buques con combustible abasteciendo las estaciones, generadores de energía por todas partes, unidades de reparación inmediata en cada esquina. Mejor dicho, todo el dinero que se respira siempre en Miami, esta vez al servicio de la emergencia. Todo esto para que Wilma, como otros demonios, no deje a la otrora ciudad de moda como un pueblo más, enterrado en el subdesarrollo y la pobreza de otras latitudes distintas a la que alberga una de las más largas avenidas de hoteles sobre el mar en el mundo -Collins Avenue, un muelle que atiende 10 cruceros gigantescos por día, docenas de vuelos internacionales por hora, islas de millonarias celebridades, centros comerciales con lujosas tiendas y el mayor número de caras incrédulas que pensaron que su sol siempre brillaría.Julio Sánchez CristoDirector de La W
Finanzas
31 oct 2005 - 5:00 a. m.
De Wilma y otros demonios
El centro financiero en español más importante de la región tiene papeles nadando por la bahía. Los cristales de seguridad de sus rascacielos volaron, la avenida Brickell -la misma de los famosos comerciales de televisión- parece haber sido víctima de un extraño ataque por mar y tierra. Sus edificios ya no brillan.
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