Los seres humanos nos exponemos a lo largo de nuestra vida, por voluntad o azar, a experiencias que continuamente generan nuevas versiones de nosotros mismos y de las que ocasionalmente no somos plenamente conscientes. Por ello, a veces nos sorprendemos por capacidades o reacciones que no anticipábamos expresar. Nuestra evolución es permanente en tanto tenemos una disposición natural para aprender, aun sin que nos lo propongamos, y tal aprendizaje queda completo cuando hacemos consciencia de dicha evolución para ponerla deliberadamente al servicio de nuestra transformación.
El mismo fenómeno sucede en las empresas, en tanto ellas están integradas por personas que, desde sus aprendizajes individuales, ensamblan versiones conscientes e inconscientes de evolución colectiva. Los dos años recientes expusieron a las empresas de manera intensiva a experiencias que forzaron en ellas densos aprendizajes y, ahora que la situación sanitaria nos da un respiro, puede ser oportuno hacer una pausa para volver conscientes tales lecciones, identificar los rasgos de esa evolución y reconocer aquello con lo que ahora cuentan para acelerar su transformación de manera intencional. Los inductores evolutivos surgieron desde muchos frentes a partir de los choques inesperados y profundos al inicio de la pandemia. Por fortuna, muchas empresas consiguieron adaptarse y por eso, en múltiples dimensiones y en mayor o menor proporción, son ahora una nueva versión de ellas mismas. Evolucionar en la pandemia no fue opcional, pero encuentro que no todas las empresas han hecho consciencia de sus nuevos rasgos para ponerlos al servicio de su futuro.
La pregunta central que le propongo ahora sin falta a las empresas a las que acompaño como consultor es la siguiente: tras dos años de esta experiencia, ¿en qué son ahora mejores y a qué les da ello derecho?
Casos de empresas que hacen consciencia de su evolución y la incorporan proactivamente en su direccionamiento estratégico veremos cada vez con más frecuencia. He observado, por ejemplo, empresas con propuestas de valor ahora enriquecidas desde el desarrollo obligado y accidental que hicieron de capacidades digitales. También empresas que profundizaron su competitividad luego de replantear sus paradigmas logísticos en razón a los malabares con los que experimentaron por necesidad. Y otras que ingresaron a negocios nuevos. En un caso, al utilizar la capacidad de manufactura para un producto que no solía elaborar y motivada por la presión de un cliente de su portafolio tradicional urgido de abastecerse. En otro, al adquirir una empresa que tuvo problemas financieros para explorar un negocio que de tiempo tras le resultaba de interés.
La evolución tampoco fue opcional para las personas. Por ello, en estas conversaciones estratégicas le planteo a los asistentes la pregunta traducida al plano personal: ¿en qué evolucioné y a que tengo derecho ahora a atreverme?
CARLOS TÉLLEZ
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