Con frecuencia se oyen opiniones no solo disímiles, sino incluso contrarias. La excelencia académica es uno de esos conceptos cuyo significado pareciera el mismo para todos, pero no es así. Hay quienes piensan que obtener las mejores notas va en detrimento de otros aspectos del desarrollo de los niños; como si la competitividad académica fuera enemiga de la formación en valores, necesaria para una vida sana y justa. Nada más equivocado. Si a algo nos obliga la academia es a formar seres humanos íntegros, éticos, comprometidos con su entorno, sensibles a las necesidades de los demás y respetuosos de la diferencia. Ser mejores estudiantes en el mundo de hoy, implica, necesariamente, ser mejores personas.
La división entre la formación académica y la formación personal es una idea que no tiene vigencia. Los antiguos modelos pedagógicos concebían el aprendizaje como un proceso de transmisión de conocimientos en el cual primaban el saber del maestro y, por ende, la capacidad memorística del estudiante. Saber, en última instancia, no era otra cosa que repetir. Y no hace falta ir lejos para reconocer que entre el dictado del profesor y la repetición del estudiante, no cabía más que la recepción pasiva, la obediencia y el ejercicio estéril de responder a la pregunta con la única respuesta correcta. Bajo ese modelo, pensar, cuestionar y diferir eran actitudes desafiantes de la autoridad y no ejercicios de desarrollo del ser en su camino hacia la autonomía.
Hoy, por fortuna, la educación es otra cosa. El paradigma de la individualidad como base de la comprensión ha sido fuertemente cuestionado. Ahora, sabemos que trabajar en equipo, negociar roles de liderazgo, hacer valer las opiniones y las experiencias, construir, en fin, en comunidad, son todas competencias que benefician el aprendizaje. Y qué mejor manera de desarrollar valores que cuando cada estudiante tiene un papel principal en el crecimiento y educación propios y de sus pares.
La pedagogía actual nos ha llevado a asumir el conocimiento no solo como un privilegio, sino como una responsabilidad. Los maestros tienen el reto de hacer que el aprendizaje sea relevante para sus estudiantes. Si lo que se enseña tiene relevancia para quien aprende, no solo lo aprendido perdura, sino que tiene la posibilidad de generar impacto.
Estamos en la era del conocimiento al servicio del planeta y esto nos hace protagonistas de una verdadera transformación social. Cómo no ver en esta apuesta el medio ideal para el crecimiento ético del ser.
La excelencia académica ya no es lo que solía ser. Tanto las universidades como el mercado laboral son cada vez más escépticos de quienes son los mejores solo en el papel. Las becas académicas se otorgan no a los estudiantes que tienen notas superiores, sino a los que, además, cuentan mejores recomendaciones, escriben los ensayos más audaces y persuasivos, han aportado en mayor medida a su comunidad. La excelencia académica es algo a lo que sí debemos aspirar, no para que nuestros estudiantes sean mejores que otros, sino para que cada día sean una mejor versión de sí mismos.
Marcela Junguito Camacho
Rectora del Gimnasio Femenino
La excelencia académica
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