Comienzo a acostumbrarme a que la Superintendencia de Salud brille por su ausencia en medio de esta crisis del sector. Mientras en el Ministerio hacen la tarea para garantizar la financiación y la prestación del servicio, en las oficinas de la Avenida Cali con 26, en Bogotá, desde donde se debería advertir y sancionar a quienes dejan morir o cometen abusos con los pacientes, no pasa absolutamente nada. No hay liderazgo, ni superintendente, solo un débil organismo al que las EPS (aseguradoras) e IPS (prestadoras de servicios de salud) no hacen caso y los colombianos no le creen.
Esa entidad se parece a esos falsos espantapájaros que no asustan a nadie cuando de proteger a los pacientes se trata. Las ‘sanciones’ que impone, que son pocas, resultan verdaderas burlas a las víctimas de las fallas del sistema de salud. Son tan simbólicas, que para las EPS e IPS resulta igual seguir cometiendo abusos antes que atender los llamados de la Superintendencia. Es una entidad temerosa, desde su cabeza, que difícilmente brinda explicaciones, con argumentos, a la justicia o a los medios de comunicación.
Y es una tristeza, porque técnicamente lo que la Superintendencia de Salud debería hacer es proteger a los pacientes y garantizarles el servicio. En otras palabras, poner en cintura a los actores del sistema, sobre todo a aquellos que se niegan a suministrar medicamentos, ponen barreras para hacer exámenes médicos o dejan morir a sus pacientes antes que recibirlos en una IPS. Pero este falso espantapájaros no pudo con la crisis. Ante los crecientes y aberrantes casos de abusos de las EPS e IPS (como el del niño que falleció en Bogotá hace unos días porque no lo remitieron a otra clínica a tiempo), no existen mayores actuaciones.
Recordemos que hace unos días se llevó a cabo un vergonzoso acto de supuesta solicitud de perdón de las EPS a sus usuarios por los abusos o errores que han cometido durante los últimos años. Lo cierto es que en la cita, una religiosa se convirtió en protagonista, cuando se tomó la vocería y les advirtió que no evidenciaba ningún tipo de arrepentimiento. En los discursos de algunos de los gerentes que hablaron, hubo tiempo hasta para hacerle publicidad a sus entidades. Toda una burla a los pacientes y víctimas. ¿Y la Super? Bien, gracias.
Uno esperaría que la Superintendencia se tomara por sorpresa cada noche un centro médico de este país. Que el Superintendente, personalmente verificara las condiciones de los pacientes, las camillas y la calidad del servicio. Que ante cada hallazgo se aplicaran sanciones ejemplares, y que los pacientes sintieran, de esa forma, un respaldo de quien vigila el sistema de salud. Nada de eso ocurre, porque mientras los colombianos padecen en los pasillos de las clínicas a la madrugada, el espantapájaros duerme plácidamente.
De nada sirve que el Ministerio de Salud siga haciendo la tarea, tan bien como la realizado (y eso hay que reconocerlo), si no existe una verdadera Superintendencia de Salud que vigile, controle y sancione. Se trata de una función complementaria. La indiferencia no puede seguir la respuesta a las miles de quejas que llegan a diario por parte de los pacientes.
Juan Manuel Ramírez Montero
Consultor privado
j@egonomista.com / @juamon
columnista
Un falso espantapájaros
POR:
Juan Manuel Ramirez M.
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