Respeto a los que esgrimen argumentos razonados para votar No el próximo domingo. Y no hablo de quienes lanzan consignas falsas, como aquella que afirma que el Acuerdo le entregaría el país al castro-chavismo. ¿Habrán leído el texto de lo acordado? Nos creen imbéciles y pretenden sacar réditos políticos a punta de engaños.
A los que respeto es a otros defensores del No: quienes temen que lo acordado implique grandes dosis de impunidad, con sus zonas grises a la hora de definir las restricciones efectivas de la libertad, los delitos atroces más importantes y los responsables de los mismos. También respeto a los que cuestionan lo que propone el Acuerdo en materia de narcotráfico, y rechazan que se haya cerrado la negociación sin que la guerrilla hubiera puesto sobre la mesa sus millonarias ganancias para reparar a las víctimas.
También respeto a los que invitan a votar por el Sí, con planteamientos sensatos. No me refiero a quienes recitan coros vacuos como el que dice que ahora sí el país alcanzará la paz. ¿Acaso no saben el reto que representan el Eln, las bacrim y la creciente delincuencia común? Esos que pintan palomitas en el aire tampoco me gustan.
Me gustan los que piensan que es bueno tener un conflicto menos en Colombia, sobre todo si ha segado la vida de más de 200.000 personas. Me gustan los que creen que es mejor dirimir las diferencias en el ámbito de la política que en el campo de batalla, y saben que esta oportunidad es única porque es muy difícil que se vuelvan a alinear los astros del país y la comunidad internacional a favor de un proceso como este.
¿Y por qué puedo respetar a unos y otros, siendo tan disímiles? Porque creo que la decisión de votar Sí o No depende de la historia de vida de cada cual: de la manera como cada uno ha experimentado el miedo y la zozobra, de lo cerca que haya tenido la sangre y el dolor de las víctimas, y de la idea que tenga sobre el futuro de este país.
Como la reflexión sobre ese futuro involucra tantos elementos de juicio, quiero proponer uno más: si llegara a perder el Sí, el Gobierno quedaría huérfano de poder durante dos años. En medio de semejante crisis de gobernabilidad, el país quedaría sometido a una parálisis marcada por las pugnas políticas: con las pirañas parlamentarias pescando en río revuelto, el gobierno no tendría capital político para hacer cosas fundamentales como pasar una buena reforma tributaria.
Y hay más: con una reforma tributaría fallida, las agencias calificadoras de riesgo bajarían su evaluación sobre la economía colombiana, lo que implicaría una salida de capitales, una menor financiación de nuestro déficit externo y un aumento sustancial de la tasa de cambio. Así se acelerarían otra vez los precios de los bienes transables y volverían a subir las tasas de interés para atajarlos, dejando a la economía ante una amenaza aterradora: recesión con inflación.
Es solo otro elemento de juicio para el domingo.
Mauricio Reina
Investigador Asociado de Fedesarrollo
Gobernabilidad
Creo que la decisión de votar Sí o No depende de la historia de vida de cada cual: de la manera como cada uno ha experimentado el miedo y la zozobra.
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