En los lugares comunes de toda democracia está la crítica a la estructura tecnocrática. Los grandes opositores de la tecnocracia son los políticos. Mientras más populistas, más duras son las críticas a los técnicos que existen en los niveles superiores de la administración pública.
A los políticos les estorba la tecnocracia porque no les permite imponer sus prioridades localistas de corto plazo. Los elegidos por el pueblo quieren siempre favorecer sus intereses partidistas, regionales o de quienes financian sus campañas. Lo que ellos llaman ‘mandato popular’ es, en muchos casos, una sumatoria de aspiraciones parciales y contradictorias de poder que poco tienen que ver con el interés general. Esto es cierto en Colombia y en todas las democracias.
Por ello, en las democracias maduras existe un núcleo de funcionarios que garantizan la estabilidad de los intereses estratégicos del estado. Se diferencian de los burócratas, que son los servidores públicos que realizan las tareas básicas y de soporte de la administración. La tecnocracia es una élite, en muchos casos de origen meritocrático, que tiene el conocimiento detallado de los asuntos públicos. Por lo general son estables en sus cargos pues son difíciles de remplazar y ven pasar, uno tras otro, a los temporales ministros sometidos a los vaivenes de la politiquería.
Los tecnócratas trabajan muy fuerte pues tienen la doble misión de estudiar los temas en profundidad y atajar todas las creativas ideas de los políticos de turno que quieren meter los goles que complacen a sus electores así sean absurdas, imposibles de financiar o contrarias al bienestar general. También es cierto que hay tecnócratas que, con el pasar de los años, se transforman en redomados burócratas, que terminan adueñándose de los temas y petrificando la toma de decisiones.
Muchos de los tecnócratas son totalmente desconocidos de la opinión pública o los medios de comunicación. Sus salarios, comparados con sus homólogos del sector privado, son mucho más bajos y están a la merced de los riesgos jurídicos de los jueces y organismos de control que los cuestionan por tomar decisiones apoyadas en la realidad técnica y no en la política.
Tecnócratas los hay en ciertas entidades públicas que operan con mejor eficiencia y transparencia como el Banco de la República, el Ministerio de Hacienda, Planeación Nacional, las superintendencias como la Financiera, de Industria y Comercio o de Sociedades. Pero los hay en todos los ministerios y entes públicos aunque su peso y prestigio varía de manera notoria. A nivel territorial, donde su presencia es mucho más débil, están en las secretarías de hacienda o en contadas empresas públicas que han logrado escapar a las garras de la politiquería.
Los gobiernos y los políticos están de paso. Gracias a Dios hay tecnocracias que se mantienen y garantizan que los temas de estado tengan continuidad.
MIGUEL GÓMEZ MARTÍNEZ
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