Los ideologismos perniciosos desfiguran la verdad y hacen daño, como lo hicieron, por ejemplo, Las venas abiertas de la América Latina de Eduardo Galeano, que su propio autor repudió al final de su vida por apartado de la verdad. Ese texto, empero, inspiró guerrillas y bañó en sangre. De vez en cuando, el infundio vuelve a asomar sus cejas enjutas para distorsionar. Hace poco se ensañó contra el proyecto urbanístico Serena del Mar al norte de Cartagena.
Si un empresario privado adelanta una urbanización para las clases populares con apoyo del Estado, eso está bien. Pero si la urbanización se emprende para albergar retirados de otros países (que son como turistas permanentes) y gente pudiente, con todos los servicios y comodidades, es factor de desigualdad y está mal. En este caso, se insinúa que el desarrollo atenta contra los vecinos corregimientos de Manzanillo del Mar, Tierra Baja y la Boquilla, con los que desde el principio se ha cohabitado en armonía.
Las tierras de Serena del Mar fueron adquiridas por el visionario don Carlos Haime, quien se emocionaba con la belleza de los atardeceres en los Morros, cuando esos lugares valían poco, porque solo tenían comunicación acuática con Cartagena. Ninguno de los terrenos de las hoy mil hectáreas de la urbanización fue comprado a campesinos; se hubieron en varias operaciones con hacendados, las mas grandes con el capitán (r) Carlos Muñoz.
Serena del Mar ha sido una urbanización esmeradamente planeada. Se emplearon los mejores arquitectos y especialistas del mundo durante años. Se definió con cuidado el mercado objetivo: crecimiento demográfico de Cartagena, segundas viviendas y jubilados, que exigen servicios completos y de primera calidad (campo de golf incluido). Su plus es el contacto con el mar. No se trata de un exorcismo de lo autóctono, que estará, por supuesto, presente a todo alrededor, sino de atender el natural requerimiento del mercado, aunque la urbanización contiene, además, segmentos para vivienda de interés social y para estratos 3 y 4. Don Sancho Jimeno, defensor de Cartagena en 1697, habitaba una casa alta en encumbrado Barrio de la Catedral. Nadie le pedía que se mudara a Getsemaní.
Y nadie sale perjudicado, ni siquiera el fisco. En un galimatías sobre una trasnochada plusvalía o especulación del suelo, se pretende insinuar que se evaden impuestos. Al venderse los lotes, estos se pagarán sobre la diferencia entre el valor original de las tierras y su precio de venta, una vez deducidos los costos de urbanizar y promover. ¿Dónde está la especulación? Cartagena, como es obvio, se beneficiará del un boom catastral sin levantar un dedo, con gentes que sí pagan sus impuestos.
No se ve muy bien a quién perjudica Serena. Por el contrario, las comunidades aledañas se están ya beneficiando con empleos en la construcción del complejo, y en adelante lo serán más todavía con plazas permanentes y mercados para sus productos. No sobra añadir en la sucursal de la Clínica Santa Fe (necesidad muy sentida de la Cartagena turística), los habitantes vecinos serán atendidos vía su EPS.
Es ceguera malintencionada el no darse cuenta de que sin inversiones no se sale de la marginalización.
RODOLFO SEGOVIA
Exministro e historiador