Se cumple una década de la crisis hipotecaria y financiera de Estados Unidos, la mas grave desde la Gran Depresión de 1929, y son escasos los balances de las causas que la generaron y las evaluaciones de las políticas adoptadas para enfrentarla. Por eso es valioso el testimonio de Ben Bernanke, quien estuvo al frente de la Fed en ese difícil proceso, y el hecho de que su tesis doctoral hubiera sido sobre la Gran Depresión lo constituyeron en actor privilegiado.
En su libro ‘El Coraje de Actuar’, Bernanke justifica las medidas tomadas como necesarias para evitar un colapso de la economía, para no repetir el error de aplicar políticas contraccionistas como ocurrió durante la Gran Depresión y que fueron vehementemente criticadas por Friedman en su ‘Historia Monetaria de los Estados Unidos’.
En junio de 2007, una serie de fondos de cobertura, o hedge funds, administrados por Bear Stearns se declararon en bancarrota luego de haber realizado una gran inversión en hipotecas de mala calidad, conocidas como subprime; y el 9 de agosto del mismo año el banco francés BNP anunció que no permitiría el retiro de fondos de cuentas con títulos respaldados por tales hipotecas estadounidenses. Estos eventos generaron pánico en el público y corridas bancarias en múltiples partes del sistema financiero.
Ante esta situación, la Fed en su condición de prestamista de última instancia, activó la ventana de descuentos para ofrecer préstamos a un día para entidades de depósito con problemas de liquidez (Bernanke, 2016). Dicha medida tenía problemas, pues los préstamos estaban pactados al 6,25% (un punto porcentual por encima de los fondos federales). Además, usar la ventana de liquidez creaba una incompatibilidad, pues los bancos que recurrían a esta se percibían como instituciones débiles y ello los hacía más vulnerables, y sólo podían ser ofrecidos a entidades de depósitos, dejando por fuera a la banca en las sombras (shadow banking).
Para volver los préstamos más atractivos, se redujo la tasa de interés a la mitad, se extendió el plazo a 30 días, con posibilidad de renovación, y se solicitó permiso temporal para prestar a cualquier entidad solvente. Adicionalmente, la Fed comenzó a manipular la tasa de interés interbancaria y realizó operaciones de mercado abierto (OMA) de modo que desde septiembre de 2007 hasta diciembre del 2008 disminuyó el indicador del fondo federal de 5,25% a 0%, llevando la tasa de interés real a situación negativa.
Todas estas medidas iban encaminadas a aumentar la confianza en las instituciones financieras y aumentar su liquidez pero no fueron del todo efectivas y el mercado seguía liquidando sus posiciones en el sistema financiero.
Una vez la Fed se quedó sin campo para reducir las tasas, el secretario del Tesoro, Hank Paulson, logró la aprobación de la ley denominada Ayuda para los Activos Tóxicos, con el objetivo de estabilizar el sistema financiero; y otorgaba al Tesoro la capacidad de gastar hasta US$700.000 millones en compra de valores respaldados por hipotecas tóxicas inyectando así liquidez. Como el programa requería que las entidades pagaran al Gobierno un dividendo del 5%, el cuál aumentaría al 9% en el año 2013, existían incentivos para que las instituciones recompraran las acciones dentro del plazo de cinco años, y aumentaba la probabilidad de que el Gobierno tuviera ganancias por la valorización de las acciones.
Luego de la promulgación de la ley por el presidente Bush, el Tesoro implementó el Programa de Compra de Capital mediante inyección de capital para obligaciones de corto plazo a las instituciones financieras viables, que en el agregado sumaban US$125.000 millones (Bernanke, 2016).
Tras la posesión de Obama, se adoptaron políticas keynesianas de aumento del gasto público como compensación de la caída del gasto privado y promulgó la ley de Recuperación y Reinversión por un monto de US$787.000 millones para ayudar a gobiernos estatales, compensaciones de desempleo y reducción de impuestos.
Posteriormente la ley Dodd-Frank confirió a las autoridades herramientas para combatir estos momentos de estrés financiero, sin embargo, algunas de estas armas han sido eliminadas por la administración Trump.
Con la ley Dodd- Frank impulsada por Obama, el monto autorizado pasó de US$700.000 millones a US$475.000 millones, y Bernanke argumenta que siempre existió el temor de que ese dinero no fuese suficiente para cubrir las pérdidas bancarias, por lo cual, sugirió la aplicación de pruebas de estrés para asegurar la eficiencia de la distribución de dichos recursos a los bancos que presentasen problemas de liquidez y no de solvencia.
De esta forma, se recurrió de nuevo a la política fiscal como de contingencia a los tiempos de crisis. En otras palabras, ¡la Gran Recesión revivió a Keynes!.
En conclusión, la acción conjunta de la Fed con el Tesoro de los EE. UU. lograron reducir el desempleo desde dos dígitos ( arriba de 10%) hasta 4,5% al término del gobierno de Obama. Y lo mas notable es que las grandes inyecciones de liquidez no generaron inflación, e incluso mostraron cifras de deflación en el 2009.
Ello fue posible también por el ‘privilegio exorbitante’ del dólar americano que le asegura a la Fed, en momentos de estrés económico a nivel mundial, la posibilidad de generar liquidez en exceso y que sea absorbido por los mercados.
Pero con los fondos entregados para el rescate, los banqueros se fueron de vacaciones tras pagarse su bonificación “por buen desempeño”.