A solo tres días de las megaelecciones en Brasil, sus habitantes se preparan para decidir quién dirigirá el destino de su país en los próximos cinco años.
De los 142,8 millones de personas que conforman el potencial de votantes, la clase media, que representa más de la mitad de la población, es la que tiene la palabra sobre el futuro de la nación más grande de América Latina y la séptima a economía del mundo.
Brasil se divide en cinco clases sociales y las califica como en Colombia por estratos, pero con letras alfabéticas: A y B son los más ricos, C es la clase media, y D y E se refieren a los más pobres.
La balanza electoral está en la clase C, que incluye a quienes devenga salarios cercanos a los 2.500 reales (unos 1.000 dólares), de acuerdo a información del Instituto de Estudios Sociales Data Popular (el Dane brasileño).
Esta es la clase social que el Gobierno del expresidente Luiz Inacio Lula Da Silva y su heredera, la gobernante Dilma Rousseff, ayudaron a crecer en forma exponencial en los últimos doce años. Este estrato absorbió a las cerca de 40 millones de personas que, según datos oficiales, salieron de la pobreza en ese periodo.
Casi 100 millones de brasileños en edad de trabajar viven con sueldos de tres veces el salario mínimo (724 reales, unos 300 dólares).
UNA CLASE C EMERGENTE
La clase media brasileña sumaba el 54 % de población en el 2013, según Data Popular.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina (Cepal), al 2012 la pobreza en Brasil era de 18,6 %.
La prensa internacional dio cuenta a mediados del mes pasado de que Brasil redujo de 10,7 % a 5 % su población en situación de desnutrición, según el informe del organismo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura, FAO.
“Salimos del mapa del hambre”, aseguró a Portafolio un diplomático brasileño que prefirió el anonimato para que no se le vincule con ninguna corriente política de su país.
El diplomático destacó que Brasil consiguió uno de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio que la ONU estableció para el 2015. La pobreza también se redujo del 24,3 % al 8,4% entre el 2001 y el 2012, mientras que la pobreza extrema cayó del 14 al 3,5 %.
“Superar el hambre era una de las principales metas del Estado brasileño y se ha logrado”, dijo recientemente a la prensa la ministra de Desarrollo Social y Combate al Hambre, Tereza Campello.
Los programas estatales crearon una clase social de consumidores, clave desde un punto de vista electoral. Su nivel de ingresos ha hecho que se les considere como disparadores de los índices de consumo interno bruto, motor de la economía, que según los economistas ha cambiado el perfil del brasileño promedio.
Es una clase que se describe como un grupo que ha tenido acceso a la universidad, “es consumidor de tecnología, con una cuenta en el banco, acceso al crédito, se compra ropa de marca y muchos ya tienen su propia casa”, según analistas brasileños.
“Es una clase más cuidadosa, que reconoce los logros, pero espera más del que los gobierne. Es lo que los economistas consideran la paradoja de la nueva clase media brasileña que votó por Lula y por Rousseff, pero que hoy cuestiona si se hizo suficiente en educación y en salud”, dijo Luiz Carlos Mendonça de Barros, economista, exministro de Comunicación en el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso y actual director de la agencia Questinvest.
Esa es la población que empieza a fijarse en otras alternativas política, que decidirá quién los gobernará.
Analistas citados por la agencia EFE dicen que ese ascenso social generó nuevas demandas, aún no satisfechas, que fueron la causa de las multitudinarias protestas que tomaron las calles de Brasil en junio del 2013 y derrumbaron la popularidad de Rousseff desde el 70 % hasta el techo del 40 % que le atribuyen hoy los sondeos.
Ese perfil social se refleja en las diferentes regiones: en el estado de Sao Paulo, el más rico del país, Silva aventaja a Rousseff por 7 puntos. Pero en las zonas más empobrecidas del país, Rousseff lidera con holgura.
CON LA BALANZA COMERCIAL EN CONTRA
La balanza comercial brasileña registró un déficit de 939 millones de dólares en septiembre, el peor saldo para este mes en los últimos 16 años y con el que interrumpió una secuencia de seis meses consecutivos de superávit, informó este miércoles el Gobierno, según EFE.
El saldo negativo en septiembre fue producto de la diferencia entre importaciones por 20.556 millones de dólares y exportaciones por 19.617 millones de dólares, según el balance del Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior. Los principales destinos de los productos del país fueron China (34.600 millones de dólares) y Estados Unidos, (20.200 millones de dólares).
María Victoria Cristancho
Subeditora Internacional