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Internacional

22 dic 2017 - 4:45 p. m.

Dilema de los líderes mundiales: cómo comunicarse con Donald Trump

A medida que aumentan las tensiones en Corea del Norte, los países occidentales se sienten excluidos del círculo de Trump.

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos

Con excepción de Macron, la mayoría de líderes se sienten fuera del círculo de Trump.

Bloomberg

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Normalmente, las relaciones personales entre los líderes elegidos escasamente importan. La mayoría siguen los libros de instrucciones escritos por sus burocracias. Ellos se concentran en políticas nacionales de hace tiempo. Las discusiones acerca de ‘química’ personal suelen ser sólo chismes.

Pero la situación es diferente en el caso de Donald Trump. Después de una carrera dirigiendo una compañía familiar sin una junta directiva, él no cree en la burocracia. Él se rodea de leales lacayos. Por tanto, cualquiera que se las arregle para susurrarle algo al oído, tiene una oportunidad de moldear su opinión y el destino del mundo.

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Hasta ahora, Trump no se ha preocupado demasiado de los asuntos de política exterior. Trasladar la embajada a Jerusalén y abandonar los acuerdos climáticos de París fueron actos simbólicos. Pero eso pronto pudiera cambiar. Su proyecto de ley de reforma tributaria puede que sea su última gran legislación doméstica, dada su reducida mayoría en el Senado. Eso liberará más espacio en su cabeza para alterarse por asuntos extranjeros, desde Corea del Norte hasta Irán. Por lo tanto, otros países occidentales se enfrentan a una pregunta urgente: ¿cómo lograr influir a este hombre?

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Después de su inesperada elección, los embajadores en Washington apresuradamente invitaron a sus socios a cenar. Pero poco después de estas comidas, muchos de los asociados desaparecieron (¿te acuerdas de Rudy Giuliani?).

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Los funcionarios extranjeros comprendieron rápidamente que la Casa Blanca de Trump estaba estructurada como una pequeña empresa familiar: solamente los familiares (excluyendo a las esposas) son ‘indespedibles’. Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, llevó a la hija de Trump, Ivanka, a una obra sobre Canadá de Broadway, y Angela Merkel la invitó a Berlín para participar en un panel. Pero el mayor premio para los diplomáticos occidentales es Jared Kushner, el esposo de Ivanka, el llamado “secretario de Estado en la sombra”. Un funcionario francés que era un hablador de todos los temas repentinamente guardó silencio cuando se le pidió que evaluara a Kushner; el tema era demasiado delicado.

Los aliados también han mantenido una vigilante presencia en el lugar de retiro del presidente Trump en Florida, Mar-a-Lago. El individuo clave de Canadá es el ex primer ministro Brian Mulroney, quien conoce a Trump del circuito de vacaciones, pero todos pueden jugar este juego. “Cualquier servicio de inteligencia extranjero que no tenga un agente como miembro o empleado de Mar-a-Lago es culpable de total incompetencia”, declaró el escritor neoconservador estadounidense Max Boot.

Sin embargo, los aliados occidentales todavía se sienten fuera del círculo de Trump. Hablar con los ‘adultos’ de la administración - el secretario de Defensa Jim Mattis y el asesor de seguridad nacional HR McMaster - sólo los lleva hasta cierto punto: Trump aparentemente invalidó a los adultos en la decisión acerca de Jerusalén, por ejemplo.
Más que en anteriores administraciones estadounidenses, comunicarse con el presidente es esencial. Y los europeos necesitan establecer una conexión directa con él ya que no cuentan con muchos de los generales, multimillonarios y autócratas a quienes Trump admira.

Quizás el principal ‘comunicador’ con Trump en Europa es Emmanuel Macron, el presidente francés. El mejor actor político desde Ronald Reagan, Macron demostró por vez primera su dureza hacia Trump con el famoso apretón de manos de nudillos blancos.
Luego vino el golpe diplomático maestro de Francia: la visita de Trump a París para el desfile del Día de la Bastilla en julio pasado. Macron lo recibió sin mostrar indicio alguno de la condescendencia intelectual a la que Trump es tan sensible. Cuando los dos hombres se encontraron nuevamente en septiembre, el presidente Trump pasó los primeros 10 minutos reviviendo el desfile, el cual espera replicar en Washington el próximo 4 de julio. "¡Y quiero caballos!", le dijo a su séquito.

Los franceses no están seguros de cuánto les ayude esto. Trump, aun así, abandonó los acuerdos climáticos de París. Al menos, ellos dicen, Macron puede plantearle sus argumentos a Trump y ser escuchado.

Merkel y Theresa May quisieran poder hacerlo. Ellas son mujeres que carecen de carisma; no viven en palacios cargados de joyas; no pueden encontrarse con el Trump de ‘rey a rey’; y no juegan al golf. Merkel también sufre, tal y como lo ha señalado Constanze Stelzenmüller de la Institución Brookings, de la desaprobación de Trump con respecto a su país, ejemplificada en su comentario “Alemania es mala, muy mala”, una frase que en una ocasión usó en Bruselas cuando se quejaba ante los líderes europeos del superávit comercial alemán.

Su rechazo a darle la mano a Merkel en Washington fue una clara declaración de un hombre que aprendió el simbolismo de los apretones de manos después de entrar en el ámbito político. Thorsten Benner, el director del Instituto Global de Políticas Públicas de Berlín, ha declarado que: “Él la considera una europea irritante que siempre le da un sermón”. Como máximo, ella puede usar a Trump como argumento para empujar a los alemanes hacia una mayor cooperación europea. Jeremy Shapiro y Dina Pardijs, escribiendo para el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, llaman a esto el “efecto Anticristo” de Trump.

Merkel y May también están limitadas por sus públicos nacionales. Mientras que los votantes franceses tienden a tener poca inversión emocional en la política estadounidense, la mayoría de los alemanes y de los británicos quieren que sus líderes critiquen severamente a Trump. May ha típicamente manejado inadecuadamente esto. Días después de su toma de posesión, ella visitó Washington para darle la mano y pedirle un trato comercial. Ella le ofreció una visita de Estado que, si llegara a suceder, provocaría una histórica manifestación. Probablemente, Trump nunca le dará al Reino Unido su tan publicitado trato “muy grande y emocionante”.

Ahora, con Trump aparentemente planeando bombardear Corea del Norte durante los últimos meses antes de que pueda atacar a EE.UU., los europeos son meros espectadores. Su más optimista esperanza de influir sobre él pudiera ser comprar comerciales televisivos durante los programas matutinos de Fox News. A los europeos sólo les queda esperar que 2018 sea tan benigno como 2017.

Simon Kuper
Columnista del Financial Times

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