“Así es que creo que tenemos un nuevo EE.UU.”. Ése fue un alarde por parte de Donald Trump durante su discurso ante la élite empresarial reunida en el Foro Económico Mundial en Davos. Entonces, ¿cómo es EE.UU. “nuevo”, si es que así lo fuera? ¿Cómo pudiera esta creencia de Trump afectar su agenda económica global? ¿Por qué Trump - quien sorprendió a Davos al declarar durante su inauguración que “la protección conducirá a una gran prosperidad y fortaleza”- se convirtió en tan solo el segundo presidente estadounidense en visitar la reunión en Suiza, después de Bill Clinton, en 2000?
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El principal objetivo de Trump, estaba claro, era afirmar que “después de años de estancamiento, EE.UU. está experimentando nuevamente un fuerte crecimiento económico”. Además, el país está “abierto para hacer negocios”. Éstas y otras afirmaciones similares se encontraban por doquier en su discurso. Es cierto que la economía de EE.UU. es fuerte; no es cierto que esto le siga a años de estancamiento.
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Entre el segundo trimestre de 2009 y el final de 2016, la economía estadounidense creció a una tasa compuesta anual del 2,2%. Durante los últimos cuatro trimestres, creció en un 2,5%. Eso no representa un cambio significativo. El gran cambio -a la baja, desgraciadamente- ocurrió después de la crisis financiera de 2008. La economía es un 17% más pequeña de lo que hubiera sido si la tendencia del período 1968-2007 hubiera continuado. Desde su recuperación, en 2009, la economía ha experimentado una tendencia más lenta. Puede que esto cambie, pero aún no ha sucedido. Lo mismo es cierto en lo que se refiere a la productividad laboral.
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La tasa de desempleo ha caído bajo el mandato de Trump, del 4,7% en diciembre de 2016 al 4,1% en diciembre de 2017, tasa históricamente baja. Pero esto representa una continuación de la tendencia experimentada desde 2010. Si alguien merece crédito es la Reserva Federal, por sus políticas condenadas con demasiada frecuencia por los Republicanos. El 86% de los hombres de entre 25 y 54 años tenían empleos en diciembre de 2017. Esto refleja un punto porcentual más que hace un año, pero 5,6 puntos porcentuales por encima de la cantidad en enero de 2010. Desafortunadamente, todavía está por debajo de los previos picos cíclicos de casi 90% en 1999 y de 88% en 2007. La proporción de mujeres en edad productiva con empleos también está por debajo de los niveles de 2000.
Trump es particularmente entusiasta acerca de las acciones, afirmando que el mercado de valores está “rompiendo un récord tras otro”. No es una equivocación. En términos de la relación precio-ganancias ajustada cíclicamente de Robert Shiller, las valoraciones del mercado estadounidense son tan altas como lo fueran en 1929, y han sido excedidas solo por las de 1998, 1999 y 2000. El aumento durante el último año es bastante notable, dado lo alto que ya estaba. Pero esto debería ser un motivo de preocupación, no de jactancia. Es probable que Trump pronto se arrepienta de elogiar un alto mercado bursátil.
Un argumento para tener esperanzas de que mejores épocas estén pronto por llegar es el enorme recorte de impuestos para los negocios. Sin embargo, es bastante improbable que esto desencadene una avalancha de inversiones y un mayor crecimiento. Un punto de vista más creíble es que principalmente hará que aumenten los precios de las acciones, la desigualdad de la riqueza y la velocidad de la carrera competitiva hacia el fondo en materia de tributación del capital. La experiencia británica en este aspecto es aleccionadora. La reducción de las tasas impositivas corporativas del Reino Unido al 19% ha hecho poco a favor de la inversión o de los salarios reales medios. La esperanza de que demuestre ser diferente en EE.UU. probablemente se verá decepcionada.
En pocas palabras, Trump se atribuye el mérito de la continuación de la recuperación poscrisis iniciada por su predecesor. Ésta no es una economía “completamente nueva”. Él ha tenido suerte. Si el mercado de valores no explota, puede que él continúe siendo afortunado.
Una particular preocupación la representa la política comercial. En relación con esto Trump ha declarado: “Apoyamos el libre comercio, pero debe ser justo y debe ser recíproco. Porque, al final, el comercio injusto nos socava a todos”.
La visión optimista es que vamos a ver más medidas del tipo de las anunciadas en relación con los paneles solares y las lavadoras. Estas medidas son insensatas, pero estándar. Incluso la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) pudiera ser en gran medida inconsecuente. Ahora que los otros 11 participantes en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) han acordado seguir adelante, lo cual dice mucho a su favor, Trump incluso ha declarado: “Consideraríamos negociar con el resto, ya sea individualmente o quizás como grupo”.
La visión pesimista es que la administración de Trump está adicta a doctrinas fundamentalmente descabelladas: el déficit comercial no es el resultado de desequilibrios macroeconómicos, sino de trampas en la política comercial; además, la forma de eliminar este déficit es mediante nuevos acuerdos bilaterales con todos los socios importantes. Este enfoque acabaría con el sistema multilateral de comercio.
También es incompatible con la economía de mercado. Solo las economías planificadas podrían intentar el equilibrio bilateral en el que aparentemente creen Robert Lighthizer, el representante comercial de EE.UU., y su ‘amo’. Una agraviada superpotencia armada con una doctrina tan ignorante pudiera causar un inmenso daño a la economía global y a las relaciones internacionales.
Entonces, ¿cómo debiéramos evaluar al confiado y ‘emoliente’ Trump que vimos en Davos? Puede que sus alardes no tengan sustancia, pero él de hecho ha tenido la suerte de heredar una economía que disfruta de una fuerte recuperación poscrisis. La economía debiera seguir siendo su amiga, siempre y cuando él no confíe demasiado en el mercado de valores.
Ésa representa una buena noticia para él. Una economía sólida también representa una buena noticia para el mundo. Un confiado Trump pudiera no serlo. La pregunta es cómo reaccionará. ¿Será más razonable o más intransigente? Su discurso no proporcionó todas las respuestas. Aún reina la incertidumbre.
Martin Wolf