Donald Trump intensificó la guerra comercial el fin de semana pasado, implementando sus planes de imponer aranceles de 15% a importaciones adicionales de China por US$112.000 millones.
El presidente de EE. UU. se encuentra en medio de un tenso enfrentamiento con Xi Jinping, su homólogo chino, conforme disminuyen las esperanzas de que los dos líderes puedan forjar un compromiso. Pero Trump también está enfrascado en una batalla de voluntades con ciertas empresas estadounidenses, particularmente aquellas multinacionales que tienen grandes inversiones en China para servir a su mercado de 1.400 millones de personas.
(Trump amenaza con endurecer la guerra comercial con China).
El mes pasado, Trump prometió usar poderes de emergencia para obligar a las compañías a abandonar China, y el viernes nombró y reprochó a General Motors, el fabricante de automóviles estadounidense por su presencia en el mercado chino. “Trasladaron sus principales plantas antes de que yo asumiera el cargo. Esto se hizo a pesar de la asistencia que salvó su vida”.
La respuesta de las empresas ha sido desafiante. El Consejo Empresarial EE. UU.-China dijo que el consenso entre los miembros era que no cumplirían con las órdenes del Presidente y que no abandonarían el mercado chino.
Los grandes importadores han estado implementando cambios en la cadena de suministro hacia otros emergentes, pero abandonar China los privaría de una significativa fuente de ingresos y dañaría su participación en el mercado. Algunos empresarios creen que las bravatas de Trump contra las corporaciones son fanfarronadas: están apostando a que no se atrevería a obligarlos legalmente a cortar sus lazos con China.
Pero otros están preocupados: creen que la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional de 1977 (IEEPA) le permitiría al Presidente detener las transacciones financieras con cualquier país en caso de una ‘amenaza extraordinaria’ para EE. UU., incluso a nivel económico. También existe la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917, que se puede utilizar para frenar las relaciones económicas.
Y la Casa Blanca tiene poderes sobre las adquisiciones, como insistir en que el gobierno federal no debe comprar más productos de China, sin importar el costo.
(EE.UU. y China reanudarán negociaciones en medio de fuertes aranceles).
Las empresas también tienen que preocuparse por una represión china a medida que se profundiza la guerra comercial, incluyendo acciones regulatorias, restricciones de inmigración y hostigamiento judicial contra visitantes. Y siempre existe la posibilidad de un boicot - dirigido por el Estado o espontáneo - de productos estadounidenses en China.
Aunque las empresas estadounidenses con inversiones en China están bajo fuego, no se están inmutando. Pero viven con el temor de que quizá tendrán que abandonar sus plantas y trabajadores en China, lo cual sería la señal más tangible de un desacoplamiento de las dos economías más grandes del mundo.
Más allá de crear problemas para las empresas, el daño causado por la guerra comercial está comenzando a verse en la carrera presidencial demócrata de 2020.
La semana pasada, Beto O’Rourke, ex congresista de Texas y contendiente para la nominación de su partido, publicó un extenso plan sobre asuntos comerciales que incluía un voto para revertir todos los aranceles de China si asumía el cargo.
La postura de O’Rourke no es muy sorprendente, ya que se le considera moderado en cuestiones económicas y proviene de El Paso, donde el comercio internacional es una forma de vida. Pero muestra que las políticas proteccionistas de Trump no sobrevivirán si sale de la Casa Blanca, incluso cuando se trata de China.
O’Rourke dejó en claro que preferiría enfrentarse a Pekín en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en coordinación con los aliados de EE. UU., que simplemente regresar a una estrategia paliativa de compromiso.
Algunas de las otras grandes economías están intentando bloquear a Trump y limitar el daño a sí mismos mientras esperan que llegue un presidente con una mentalidad más multilateral. Pero deben darse cuenta de que es más probable que un escéptico comercial como Bernie Sanders o Elizabeth Warren obtenga la nominación demócrata que un centrista como O’Rourke.
Si los otros grandes miembros de la OMC quieren que EE. UU. vuelva al redil, deben preparar una oferta que aborde algunas de sus quejas con respecto al sistema multilateral que permita que un demócrata entrante se presente como el líder de un grupo que está luchando en contra del comercio injusto.
Robin Harding