Un empresario que dice que lleva el negocio en la sangre, Ajay Gandhi, de 61 años, no confía en la clase política de India. Le echa la culpa de las regulaciones bizantinas y la burocracia intrusiva que hacen que las empresas privadas enfrenten lo que él dice son “obstáculos inimaginables en cualquier otra parte”.
La desilusión del contador radicado en Hyderabad es aún mayor porque pensó que India estaba en la cúspide del cambio en mayo de 2014, cuando Narendra Modi llegó al poder, respaldado por una comunidad empresarial harta de la parálisis política de la anterior administración dirigida por el Congreso.
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El nuevo primer ministro tenía la reputación - lograda cuando era Ministro Jefe del estado de Guyarat - de alguien que podía crear un entorno favorable para la inversión privada. Su abrumador mandato nacional generó esperanzas de que se produciría una serie de reformas favorables al mercado.
“Se le identifica estrechamente con la comunidad comercial y empresarial; son sus simpatizantes más fuertes”, dice Gandhi, quien emplea a 270 personas en sus compañías de software y contabilidad. “No son de una ideología izquierdista. Creí que identificarían las áreas que afectan a los negocios y las abordarían”.
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Después de cuatro turbulentos años, Gandhi se siente decepcionado. India subió 30 puntos el año pasado en el Doing Business del Banco Mundial hasta ocupar el lugar 100 de 190 países. El movimiento de mercancías entre estados se ha vuelto más fácil y rápido. Sin embargo, los planes de crecimiento y reforma no han cumplido las expectativas y Gandhi dice que no se siente mucho cambio en el clima comercial.
“Me demostraron que yo estaba equivocado”, indica. “Hay 1.000 escollos que enfrentan todos los negocios y que son reconocidos por todos los propietarios. Pero el Gobierno de Modi no le presta atención a eso, no les interesa eso. Sólo les interesan los titulares”.
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El debate sobre el historial económico de Modi promete intensificarse a medida que el primer ministro - quien llegó al poder con promesas de más empleos y oportunidades - se postule para un segundo mandato en las elecciones que están a menos de 1 año.
No hace mucho tiempo, el carismático líder parecía preparado para lograr una victoria fácil contra una oposición débil y fragmentada. Pero como los opositores se han unido para tratar de detener el partido nacionalista hindú Bharatiya Janata (BJP, por sus siglas en inglés) de Modi, India ahora parece dirigirse a una contienda electoral ferozmente competitiva.
Lo que no está claro es si su historial económico ayudará u obstaculizará sus perspectivas. India se está recuperando de los dobles golpes de su prohibición draconiana del efectivo y una difícil transición a un nuevo sistema tributario. Justo cuando estaba comenzando a recuperar cierto impulso perdido, la economía enfrenta una nueva amenaza por la turbulencia global.
“Modi estableció expectativas muy altas”, asegura Vivek Dehejia, miembro sénior del Instituto IDFC de Mumbai. “Los votantes se preguntarán: ‘¿ha cumplido esas promesas?’”.
La pregunta puede parecer extraña. India es la economía grande de más rápido crecimiento en el mundo con un PIB que creció un 7,7% en el primer trimestre de 2018, algo de lo que el Gobierno se jacta como prueba de su éxito.
En los últimos cuatro años, la administración ha impulsado una nueva ley de bancarrotas, ha reorganizado el régimen tributario previamente enrevesado y ha fortalecido su marco de política monetaria. Ha invertido en carreteras y ferrocarriles e intentado hacer que los planes de bienestar social sean más eficientes. Los simpatizantes del Gobierno dicen que estos esfuerzos han puesto a India en vías de un crecimiento estable y acelerado.
“Realizamos las reformas estructurales que han preparado la escena para un alto crecimiento sostenido en el futuro para que podamos crecer durante décadas sin ciclos de expansión y recesión”, explica Jayant Sinha, el exviceministro de Finanzas, quien encabezó el esfuerzo, ahora abandonado, de privatizar la aerolínea estatal Air India. “No hay otro gobierno en los últimos cuatro años en ningún lado que haya intentado una agenda de reformas que sea tan amplia o impactante como la de India”.
Pero muchos indios, incluyendo el padre de Sinha, un veterano del BJP de 80 años de edad, ven los últimos cuatro años como una oportunidad desaprovechada, en los que Modi podría haber hecho mucho más para activar el potencial económico del país.
Hace apenas dos años, Arvind Subramanian, el principal asesor económico del Gobierno, pronosticó, de forma muy optimista, que India estaba preparada para un crecimiento del PIB de entre el 8 y el 10%. Ése es el rango, según los economistas, necesario para generar suficientes empleos para su población joven, y para alcanzar el estado de ingresos medianos altos en las próximas décadas.
Pero en lugar de reformar los mercados laboral y de tierras altamente regulados de India, o privatizar empresas estatales ineficientes, el tiempo y la energía se desviaron hacia la extravagante prohibición de efectivo de Modi, cuando se canceló abruptamente el 86% de los billetes con la intención de erradicar el dinero negro. Los críticos alegan que la administración también se demoró en enfrentar la gravedad de la crisis de deuda, un gran lastre para el crecimiento.
Ahora, el FMI y Moody’s pronostican que India crecerá entre un 7 y un 8% este año y el próximo. Eso es saludable según los estándares mundiales, pero muy por debajo del crecimiento de dos dígitos que se necesita en los próximos años para que Nueva Delhi eleve su ingreso per cápita - de apenas US$1.709 el año pasado según el Banco Mundial - a una cifra cercana a la de China de US$8.123.
TN Ninan, presidente del Business Standard, le da crédito a Modi por inyectarle dinamismo al inerte aparato gubernamental. Pero dice que los esfuerzos no han mejorado la competitividad: las exportaciones que requieren mucha mano de obra han permanecido sin cambios por tres años, a pesar de que los salarios de las fábricas son la mitad que en China.
“A este nivel de ingreso per cápita, crecer un 7% no es algo súper impresionante”, señala. “Si estuvieras haciendo algo bien, deberías crecer a un 9 o 10%”.
Ahora un clima económico mundial más volátil con los crecientes precios del petróleo, amenazas de guerras comerciales e inestabilidad en los mercados financieros ha expuesto las vulnerabilidades macroeconómicas de India, en especial sus frágiles finanzas públicas y el creciente déficit en cuenta corriente.
Desde 2014, el déficit fiscal combinado de los gobiernos centrales y estatales de India se ha mantenido por encima del 6%, pues los esfuerzos de consolidación fiscal se vieron contrarrestados por el gasto expansivo a nivel estatal.
Según HSBC, incluso el fuerte crecimiento de India en el primer trimestre fue “elevado por la mano del Gobierno”, pues el aumento en el gasto público compensó la débil inversión privada. “Ha habido mucho gasto gubernamental detrás de esta economía”, dice Jahangir Aziz, jefe de investigación de mercados emergentes de JPMorgan. “Pero el déficit fiscal se está ampliando y no hay suficiente potencia dentro de la política fiscal para proteger la economía”.
Como reflejo de los nuevos temores, los inversionistas de carteras extranjeras retiraron US$6.700 millones de los mercados de India entre el 1 de abril y el 4 de junio, como parte de un alejamiento cada vez mayor de los mercados emergentes hacia EE. UU. Los rendimientos de los bonos aumentaron del 6,2% en noviembre de 2016 al 7,8% la semana pasada. “Las cosas se han vuelto mucho más volátiles”, dice Aziz.
Modi llegó al poder con la primera mayoría unipartidista en 30 años. Teniendo en cuenta este fuerte mandato y su independencia de socios de coalición, muchos esperaban medidas atrevidas. “Pudo haber hecho lo que quisiera, nadie le hizo preguntas”, resalta Gandhi.
Pero el primer ministro no estaba interesado en implementar reformas que pudieran erosionar su popularidad. Un intento inicial de revisar la polémica ley de adquisición de tierras de 2013, la cual según los negocios hace que sea demasiado caro obtener tierras para la industria, fue abandonado después de una protesta de agricultores.
Luego, se desvanecieron las esperanzas de una revisión de las leyes laborales que hacen que sea casi imposible para las grandes compañías suspender o despedir a los empleados, reglas que los economistas dicen que han obstaculizado la creación de empleos y la manufactura a gran escala. La privatización ha tenido muy pocos avances.
En cambio, la administración se enfocó en promocionar a India como un destino atractivo para la inversión en el sector manufacturero, con su campaña ‘Make in India’ y una iniciativa para mejorar la clasificación del país en el índice de facilidad para hacer negocios. “Recurrieron a intentar ser buenos gerentes e impulsar reformas tecnocráticas, que no resultaran polémicas, y que no provocarían retroceso político”, apunta Dehejia de IDFC.
India atrajo US$40.000 millones en inversiones extranjeras directas en 2017 según la ONU, pero como porcentaje del PIB es aún más bajo que en su punto más alto hace una década, mientras que el crecimiento del empleo es lento. Mientras tanto, se permitió que se acumularan una gran cantidad de deudas incobrables en los bancos estatales. La administración se demoró dos años para impulsar la ley de bancarrotas, y otro año más para que el Banco de la Reserva de India llevara a 12 grandes infractores - lo cual representa el 25% de todas las deudas incobrables - a los tribunales.
Los préstamos incobrables llegaron a su punto máximo y la limpieza demorará años. A once bancos estatales en dificultades se les han restringido sus préstamos, mientras que Moody’s ha advertido que un plan de recapitalización de US$32.000 millones anunciado el año pasado “no es suficiente para respaldar el crecimiento crediticio”.
“El Gobierno se tardó tres años para verificar si las deudas incobrables eran un problema o si simplemente lo estaban amplificando los analistas”, cree Aziz. “Están haciendo lo correcto, pero lo están haciendo más tarde de lo debido”.
La medida más audaz de Modi es quizás la más extraña: la prohibición del efectivo de noviembre de 2016. Con la gran economía informal, la pérdida de empleos y las afectaciones al crecimiento, los indios todavía debaten si los beneficios superan los dolorosos costos.
Sin embargo, el industrialista Adi Godrej no tiene dudas: fue una pobre decisión económica, justo antes de una reforma importante pero disruptiva que tenía el fin de obligar a más empresas a pagar impuestos.
“En India, hay muchas sugerencias sobre las reformas, pero existe el peligro de que si se hace demasiado se desestabilicen las cosas”, asegura Godrej, presidente del grupo de bienes de consumo del mismo nombre. “Aunque había una gran economía clandestina, se podría haber evitado la desmonetización. Otras reformas ya iban a hacer la mayoría de las cosas que se suponía que debía hacer la desmonetización".
Los cálculos políticos aún influyen en la economía. Antes de las elecciones estatales del año pasado, Modi cedió ante las quejas de las pequeñas empresas de que el nuevo Impuesto sobre bienes y servicios (GST) era demasiado oneroso como para que pudieran cumplir con él, y revocó muchos requisitos para compañía con ingresos menores a US$300.000.
Saurabh Mukherjea, director Ejecutivo de Ambit Capital, estima que con esas medidas, Nueva Delhi esencialmente dio a las pequeñas empresas un recorte tributario equivalente a alrededor del 1% del PIB, un regalo que no podía permitirse. “Bajo coacción, están renunciando a todos los logros de la modernización y las reformas”, dice. Pero Rajiv Kumar, vicepresidente del grupo de estudio del gobierno NITI Aayog, insiste en que las acciones de Modi serán fructíferas.
“Después de implementar la desmonetización y el GST, va a ser mucho más difícil volver a levantar el ciclo de inversión”, dice. “Pero las reformas estructurales que hemos realizado cambiarán la economía india. Producirán un mayor crecimiento en el futuro. Para 2022, deberíamos tener un crecimiento del PIB de más del 9%”.
Amy Kazmin