Y es que es demasiado inusual y absurda la posibilidad de que Estados Unidos incumpla con sus obligaciones financieras y entre en el llamado 'default'.
Inusual, pues en lo que lleva de historia EE. UU. jamás ha incumplido con sus pagos . Y absurda, dado que en el fondo lo que hay es una pelea entre dos partidos políticos que no logran ponerse de acuerdo y están arrastrando al mundo entero en su rencilla.
Lo que si es claro es que si no hay consenso antes del próximo martes 2 de agosto, los efectos del 'default' se sentirán en las cuatro esquinas del planeta, entre ellas, América Latina. Y por varias puntas.
El efecto inmediato del 'default' o no pago sería una crisis de confianza que afectaría el valor de los bonos del Tesoro de EE. UU., hasta ahora la inversión más confiable que existe en el mercado mundial.
Al EE. UU. incumplirles a sus acreedores con el pago de sus intereses, es probable que muchos los saquen al mercado para deshacerse de una inversión que ya no se ve tan segura.
Y eso generaría una caída en su precio. Aunque estos bonos son preferidos por países y grandes inversionistas, también hacen parte de paquetes accionarios que compran aseguradoras y fondos de pensiones de lo largo de la región. Por lo tanto, si los bonos pierden valor, los pensionados recibirían menos dinero.
Esta misma crisis de confianza podría debilitar aún más al dólar, hasta ahora la gran moneda de reserva en el mundo. En el caso de gobiernos e inversionistas, estos podrían diversificar sus portafolios e invertir en otros activos, como el oro –y en parte eso explica el aumento del precio de este metal en los últimos meses-, pues el metal precioso se convierte en una especie de 'refugio' para inversionistas.
Un dólar débil afectaría a economías latinoamericanas, como El Salvador, Panamá o Ecuador, que escogieron el dólar como su moneda nacional. Un dólar barato les haría más caro las importaciones y eso generaría aumentos en el costo de vida.
El otro gran vértice de este posible 'tsunami' arrancaría en EE. UU., pero tocaría las costas de todo el mundo, especialmente de América Latina.
Si Washington deja de pagar, las agencias de riesgo (Fitch Ratings, Moody's, Standard & Poor's) bajarían su calificación, lo cual quiere decir que al país se le volvería más costoso pedir prestado (pues a nadie le gusta prestarle a un deudor moroso y si lo hace es a tasas más altas). Eso implicaría que EE. UU. tendría que reducir su gasto –algo que de todas maneras está sucediendo pues parte del debate es reducir el déficit a través de recortes en los gastos-, y eso implica menos empleos en el sector público y también un golpe al sector privado que contrata con el Estado.
Así mismo, el aumento de las tasas de intereses se trasladaría a los particulares, lo cual elevaría el costo de su endeudamiento y por lo tanto reduciría su consumo. Por ejemplo, podría haber un nuevo bajonazo e la industria inmobiliaria o de carros y la gente compraría menos, pues las tarifas de las tarjetas de crédito aumentarían.
Menos consumo implicaría menos producción y por allí vendrían nuevos despidos y más desempleo, que ya está por encima de un histórico 9 por ciento. En otras palabras, EE. UU. volvería a entrar en recesión y los efectos serían planetarios.
Países como Colombia, que tiene en Estados Unidos a su principal socio comercial, verían reducidas sus exportaciones y eso generaría presiones en sectores como el floricultor y otros. Asimismo, habría una caída en el envío de remesas que son vitales para las economías de muchos países en sur, centro América y México.
En resumidas cuentas, cada vez que los 300 millones de voraces consumidores en el país del norte se aprietan el cinturón, todo el mundo sufre.
Tan calamitosos son los pronósticos, que por ahora nadie le está apostando al escenario de un 'default'. Como decía Winston Churchill, los estadounidenses siempre terminan haciendo lo correcto y de allí la confianza que el mundo deposita en ellos. Pero el tiempo se está agotando.
SERGIO GÓMEZ MASERI / Corresponsal de EL TIEMPO / Washington