La primavera pasada, un alto ejecutivo estadounidense se quejó ante un funcionario del gobierno de la amenaza de Donald Trump de imponerles amplios aranceles a las importaciones de China en represalia por las prácticas comerciales ‘desleales’.
El ejecutivo alegó que la obsesión de la administración Trump por el comercio equilibrado de bienes entre las dos economías más grandes del mundo como un fin en sí mismo no tenía ningún sentido en términos económicos. Pasaba por alto el superávit del sector de servicios de EE. UU. con China, mientras que los aranceles afectarían las cadenas de suministro mundiales y constituirían un impuesto para las compañías estadounidenses y sus clientes.
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Sin llegar a discrepar, el funcionario respondió: ¿qué influencias utilizaría Trump para cambiar las prácticas chinas que han frustrado a las empresas durante décadas, desde las transferencias de tecnología obligatorias hasta las políticas industriales estatales? Alegó que, por lo menos, la amenaza arancelaria había desequilibrado a Pekín y había forzado al país a entrar en una negociación integral con mayor urgencia que en cualquier momento desde que se unió a la OMC en el 2001.
El ejecutivo dio una respuesta de tres letras: TPP, siglas en inglés del Acuerdo de Asociación Transpacífico del cual Trump se retiró en el primer día en el cargo.
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El intercambio pone de manifiesto la desconexión entre las empresas estadounidenses y la política comercial de Trump. Aunque las multinacionales apoyan el objetivo del Presidente, les desagrada mucho la forma en la que ha intentado ponerlo en práctica.
Estamos a punto de descubrir si el fin ha justificado los medios. Para finales de abril, es probable que Trump y su homólogo Xi Jinping lleguen a un acuerdo que le pondrá fin a la guerra comercial, en la que se han impuesto aranceles punitivos y contraaranceles a casi dos tercios del comercio bilateral de bienes entre ambos.
Cuando lleguen a ese acuerdo, el Presidente presumirá sobre las compras chinas centralizadas de exportaciones estadounidenses que reducirán temporalmente el déficit del país en productos comercializados con China, y provocará que el régimen de comercio exterior de Pekín esté menos orientado al mercado.
Las empresas estadounidenses se enfocarán mucho más en las concesiones económicas “estructurales” de China presentes en el acuerdo. ¿Tendrá éxito el representante comercial de EE. UU., Robert Lighthizer, en obligar al principal negociador de China, el viceprimer ministro Liu He, a realizar cambios significativos a su modelo único de desarrollo del “capitalismo de estado”?
Los indicios son que Liu está ofreciendo mucho menos de lo que le gustaría a Lighthizer, pero Trump se inclina a aceptar un acuerdo a pesar de esto.
Las multinacionales estadounidenses quedarán decepcionadas por esto si, después de decidir utilizar la “opción nuclear” de los aranceles, Trump no logra suficientes concesiones con respecto a los asuntos comerciales que más les interesan. Pero no dirán nada al respecto porque prefieren un trato decepcionante frente a la alternativa: aranceles cada vez mayores que afecten el comercio de bienes conforme se desarrolla la guerra comercial.
Quizá la mayor decepción de las compañías es que el acuerdo comercial que está cobrando forma será muy similar al tratado de inversión bilateral que la administración Obama estuvo cerca de lograr a finales de 2016.
Por muy imperfecto que pudiera haber sido, se suponía que coincidiría con el lanzamiento del TPP, que uniría a EE. UU. y otras 11 naciones del Pacífico, pero excluiría a China. El desafío estratégico planteado por el TPP, según piensan sus partidarios, habría sido una forma mucho más efectiva de convencer a Pekín de adoptar reformas financieras y económicas sustanciales que intentar golpear a un régimen ferozmente nacionalista con aranceles.
En su lugar, Trump se retiró del TPP y las empresas estadounidenses están sufriendo las consecuencias en términos de pérdida de cuota de mercado en Japón.
Para las multinacionales, las ventajas que Trump ha estado intentando obtener sobre China mediante los aranceles estuvieron presentes todo el tiempo en la forma del TPP. Pero lamentablemente para ellas, Trump lo echó todo a perder.
Tom Mitchell