Al presidente Donald Trump le gusta jactarse de su estilo perturbador de política exterior -al llamar al líder de Corea del Norte "pequeño hombre cohete" o anunciar planes para retirar tropas de Siria sin notificar a sus principales generales.
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Pero con Venezuela, Trump está actuando de manera poco característica, utilizando la diplomacia de los manuales, que generalmente evita, para lograr la destitución del presidente Nicolás Maduro.
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En lugar de hacerlo solo, Trump ha recurrido a una paciente combinación de sanciones, en la diplomacia tras bambalinas y en un aumento de la presión publica. Esto ha fortalecido, por ahora, al líder de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, en su reclamación de la presidencia.
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De esta manera, más de 30 naciones han respaldado a Guaidó, haciendo que para Maduro sea más difícil describir todo como un gran complot "yanqui" por derribar su régimen. "La administración Trump ha acertado en esto", dijo Cynthia J. Arnson, quien dirige el programa latinoamericano en el Centro Internacional Woodrow Wilson para Académicos en Washington. "Esta es una dictadura que preside un desastre humanitario y un colapso económico. Latinoamérica y el resto del mundo simplemente tiene muchas razones prácticas para preocuparse, dados los 3 millones de refugiados que han huido de Venezuela desde 2014".
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Trump no ha silenciado completamente su cuenta de Twitter cuando se trata de Venezuela, pero ha diferido gran parte de la campaña pública a los principales asesores, incluido el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, y el secretario de Estado, Michael Pompeo.
Y se ha beneficiado de amplios cambios políticos en gran parte de Latinoamérica: las recientes elecciones han impulsado a líderes conservadores e inconformistas al poder, en lugar de izquierdistas, en países como Argentina y Brasil.
Como resultado, en lugar de arriesgarse a impulsar una nueva estrategia de política exterior, Trump está rodeado por docenas de países que están de acuerdo en que el gobierno de Maduro debería terminar.
"Las estrellas se alinearon de una manera que, a excepción de México, hay gobiernos inusualmente derechistas en toda Latinoamérica", dijo Francisco Monaldi, miembro del Instituto Baker en Houston que forma parte de la junta directiva de Mercantil, una institución financiera en Venezuela. "Estos gobiernos son muy opuestos, ideológicamente, a Maduro. Y la crisis masiva de refugiados en esos países los vuelve más convincentes".
Isaías Medina, un ex diplomático venezolano en las Naciones Unidas que rompió relaciones con Maduro en 2017, secundo este pensamiento. "Es una coalición de países, es una iniciativa de los países latinoamericanos", dijo. "Han expresado muy claramente que el régimen de Maduro es una amenaza para el sistema económico y para la seguridad de Latinoamérica".
Todavía no está claro si el enfoque funcionará. Guaidó ha luchado para ganarse a los líderes militares clave, obstaculizando los esfuerzos de la oposición para canalizar la ayuda humanitaria hacia el país. Esto plantea dudas sobre si los esfuerzos de la oposición para expulsar a Maduro están perdiendo fuerza.
Si el esfuerzo tiene éxito, el caso de Venezuela podría convertirse en un raro ejemplo de diplomacia multilateral efectiva en la era Trump.
Más allá de la presión política publica, el gobierno ha trabajado con aliados para privar a Maduro de las divisas necesarias para el pago a sus tropas: el banco de Inglaterra bloqueo su intento de retirar más de 1.000 millones de dólares en oro del país y muchas naciones europeas han reconocido a Guiadó como presidente interino.
Las decisiones de Estados Unidos en las últimas semanas se tomaron tras docenas de reuniones sobre Venezuela entre altos funcionarios de la administración y sus homólogos latinoamericanos desde que Trump asumió el cargo.
El senador Marco Rubio de Florida y el vicepresidente, Mike Pence, al igual que figuras de la administración de tono fuerte, como Mauricio Claver-Carone del Consejo de Seguridad Nacional, han estado en estrecho contacto con las figuras de la oposición venezolana.
En febrero de 2017, un mes después de la inauguración de Trump, Pence y Rubio se unieron al presidente en una reunión con Lilian Tintori, activista de la democracia y esposa del líder opositor encarcelado, Leopoldo López.
No todos se han unido al liderato estadounidense. Además de la predecible oposición de Moscú y Pekín, que se han convertido en importantes benefactores financieros del régimen de Maduro y de Cuba, los aliados de Estados Unidos como Turquía e Italia se han negado a apoyar a Guaidó. México y Uruguay han buscado establecer un dialogo.
"No creemos que la manera correcta de lograr un cambio en Venezuela sea eligiendo los bandos", dijo Juan José Gómez Camacho, embajador de México en la ONU. "Tenemos que dejar que el pueblo venezolano decida qué es lo mejor para ellos y presentar motivos neutrales para que las conversaciones prosperen".
El apoyo a Maduro ha sido más silencioso y menos organizado. Las ofertas en la mediación por el Vaticano y algunas naciones latinoamericanas han sido rechazadas con poco retroceso político.
Detrás de escena, incluso los aliados como Rusia cuestionan cuánto tiempo puede aguantar el líder venezolano, frustrado por el estado desastroso de una economía en un país con tanta riqueza petrolera.
El desorden da tiempo a la Casa Blanca para ganar más apoyo para su equipo y, para aquellos que están cerca de Maduro, para repensar sus alianzas. Pero si la presión sobre Maduro no continua creciendo, podría darse la sensación de que el impulso de Guaidó se está debilitando.
Hasta ahora, la administración de Trump continúa encontrando formas de aumentar la presión, buscando privar de fondos al régimen de Maduro y atraer a líderes militares hacia el lado de Guaidó. "Necesitamos que Estados Unidos siga presionando, no solo porque es lo correcto sino también lo moral", dijo Medina, el ex diplomático venezolano. "Estados Unidos tiene razón en sus acciones porque Maduro es un peligro claro y presente, y un riesgo para la seguridad nacional de la región y de Estados Unidos".