Vuelve a ponerse en la agenda pública el TLC entre Colombia e Israel. En el Congreso se convocó a una audiencia para destrabar uno de los acuerdos que, en términos de cooperación, podría traer grandes beneficios para el país. Hay que recordar que Tel Aviv es por estos días la capital del mundo tecnológico y pocos como los israelitas tienen tanta experiencia en llevar agua a cultivos sembrados sobre territorios difíciles. En sí, se trata de un tratado que podría dejar, entre otras, la alternativa de enseñar a Colombia cómo hacer desarrollo rural. Toda una oportunidad si de hablar de La Guajira se trata.
Israel es un país que a lo largo de sus 22.144 km. cuadrados y cerca de 1.006 km. de frontera, alberga a más de 8 millones de habitantes. En casi 60 años su PIB per cápita ha subido a 35.833 dólares y su Índice de Desarrollo Humano (IDH) a una puntuación de 0,894, lo que le representa el puesto 18 a nivel mundial. Todo esto en medio de las más difíciles e inimaginables situaciones de conflicto armado, que en tiempo récord lo han obligado a mantener sus escudos alerta, y unos ritmos de crecimiento económico sustentados en autoabastecimiento, tecnologías de la información, investigación y emprendimiento.
Por eso, en una coyuntura en la que Colombia define su futuro inmediato en aspectos económicos y políticos, temas como las relaciones con Israel cobran trascendencia en la agenda legislativa. Y hay que recordar que en el informe más reciente del Dane, la producción industrial se expandió 8,2%; al restarle ese impulso de los derivados petroleros, la producción en realidad creció 4,3% frente a igual mes del 2015. De hecho, si se hace un balance, de los 39 subsectores manufactureros medidos, 24 presentaron una variación positiva en producción. Lo anterior, pese al debilitamiento que ha sufrido la industria en los años recientes.
Si se entendiera en Colombia la importancia que tiene la industria como generadora de empleo, antes que reemplazarla por call centers se podría jalonar un crecimiento menos dependiente de las materias primas, con valor agregado y sin temor a aprovechar acuerdos comerciales, bien negociados, con naciones como Israel. El país requiere una infraestructura competitiva, unas condiciones favorables para la industria (en términos tributarios y de costos de los servicios públicos) y un mayor diálogo de los empresarios con los negociadores. Precisamente, el ejercicio de consolidar consensos, que ha caracterizado al actual gobierno, no puede limitarse a los diálogos de paz sino por el contrario extenderse a otros sectores.
Cuando se revisa el informe del Dane sobre producción industrial –a propósito de la audiencia sobre el acuerdo con Israel–, llama la atención que, además de refinación, que creció 26,6%, se observó un desempeño sobresaliente en elaboración de bebidas (15,7%), producción de cemento y carbón (11,4%) y fabricación de autopartes y vehículos (59,2%). En contraste, 15 subsectores mostraron contracción, y sobresalen metalmecánica (-9,2%); textiles (-8,8%); equipos electrónicos (-8,2%), y elaboración de productos de cacao y confitería (-8,5%).
Lo anterior quiere decir que existen enormes oportunidades, pero también grandes desafíos para que empecemos, como país, a sacar provecho de la globalización.
Juan Manuel Ramírez Montero
Consultor
j@egonomista.com
Israel, al Congreso
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