Desde hace años, después de Navidad viajo y regreso en carro desde Bogotá hasta la costa Caribe. La ruta completa son aproximadamente 2.200 kilómetros entre Bogotá y Cartagena, con incursiones a Mompox, Barranquilla, Santa Marta y Riohacha.
En general soy optimista. Pero consciente. Vamos con la crónica. Andar por las carreteras de Colombia es un acto de fe. Es una aventura. Hay tramos de 40 kilómetros en los que uno se puede demorar dos horas, como Villeta-Guaduas o un viaducto con dos túneles en los que uno se siente en Europa entre Bucaramanga y Barrancabermeja.
Es increíble que, después de más de una década del escándalo de la Ruta del Sol, el Gobierno -este y los anteriores- no hayan sido capaces de terminar esta obra que es la principal arteria vial de Colombia. Esto es falta de gestión. Es una pena y una vergüenza entrar y salir de la Ruta del Sol entre Guaduas y Bosconia y ver de cuando en cuando en la vía materiales pudriéndose y la doble calzada a medio hacer, sin que se vea movimiento y trabajo. Y muchos tramos que ya están terminados, tienen huecos.
Hay un meme de un ocurrente conducto que dice que el Gobierno debía cambiar el nombre de la Ruta del Sol por el de Ruta de la Luna porque está llena de cráteres. Es una pena. Para todos los que se quejan por el alto costo de los productos importados en Colombia, una de sus causas principales es esta: No tenemos buenas carreteras. El costo del transporte terrestre es altísimo. Estamos a años luz de Europa o Estados Unidos y de naciones como Perú, Ecuador o Argentina, que hoy tienen mejores vías.
Esta vez hice la ruta por el Cañón del Chicamocha. Es sobrecogedor recorrerlo. Hermoso e imponente. Y para cruzar Pescadero, en lo profundo del cañón, un trancón de una hora. ¿La razón? Una señorita recibiendo y dando vueltas del peaje carro por carro. Increíble. Hace años en todas las latitudes hay peajes electrónicos y aquí seguimos como hace 50 años. Y esa cola interminable en los peajes es a lo largo de toda la ruta.
Cuando no se va por la doble calzada, y la ruta es la antigua carretera, el promedio de velocidad son 30 o 40 kilómetros por hora porque al atravesar poblados sobre la vía hay gente, perros, vacas, burros, motos, mototaxis, hay que ir despacio. Un país palpitante, vivo. Pero demorado.
Los paradores de carretera para comer o dormir, son inciertos. Es imposible planear de antemano. Señalización, malísima. Hay que viajar con Waze o de otra manera no llega a donde quiere.
En fin, viajar por las carreteras de Colombia es una mezcla de felicidad por los paisajes y lugares, pena por el desgobierno y el abandono estatal, rabia por la falta de cultura de muchos y paciencia y esperanza porque un día por fin, algún gobierno, le preste la atención debida a este sector.
RICARDO SANTAMARÍA
Analista