Con la desintegración de la Superliga Europea, la integridad del juego se ha preservado. Sin embargo, los clubes de fútbol, desde Madrid hasta Macclesfield, aún enfrentan un problema permanente: como volverse financieramente sostenibles.
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La situación es doble. Dado que los ingresos están estrechamente relacionados con el desempeño en la cancha, los clubes se pueden enfrentar a grandes ganancias y dolorosas perdidas de un año a otro.
Y, sin importar cuanto aumenten los ingresos, las ganancias pueden ser devoradas por los costos de adquisición de jugadores y salarios, que también aumentan proporcionalmente.
Aun así existe una solución potencial: los equipos podrían sacrificar algunos ingresos a cambio de ganancias más predecibles.
Permítame explicarle. Las fuerzas impulsoras detrás de la Superliga europea parecen haber sido el Real Madrid, el Barcelona y la Juventus Football Club SpA, incluso aun cuando los equipos de propiedad estadounidense en Inglaterra, como el Manchester United Plc, estaban demasiado ansiosos por unirse a la carrera.
En las décadas de 1990 y 2000, equipos como el Real y el Barca tenían una gran ventaja financiera sobre sus rivales regionales porque eran propiedad de sus asociaciones de aficionados.
Eso significaba que podían financiar adquisiciones de jugadores con grandes cantidades de deuda porque no tenían que preocuparse por registrar ganancias significativas. En el momento en que el dinero del petróleo y los metales entro en el fútbol ingles y francés la situación cambió.
En 2003, el multimillonario ruso Román Abramovich adquirió el Chelsea F.C., el jeque Mansour bin Zayed Al Mansour de Abu Dhabi compró el Manchester City F.C. en 2008 y la Autoridad de Inversiones de Qatar se hizo cargo del Paris Saint-Germain en 2012.
A partir de ese momento, esos equipos podían obtener capital tanto con deuda como con acciones, sin necesidad de preocuparse por registrar grandes ganancias. Mientras tanto, el Barca y el Real estaban restringidos a financiarse con deuda, porque los fanáticos nunca aprobarían la venta de participaciones en acciones.
Estas circunstancias provocaron que el campo de juego financiero fuera desigual. La Superliga europea tenía como objetivo resolver esos problemas.
Para los 15 miembros permanentes, eliminaba el riesgo financiero que suponía no clasificar a la lucrativa competencia de clubes más importante de Europa, la Liga de Campeones, con sus jugosas regalías de transmisión de varios millones de euros.
Eso significaba que los equipos podían predecir con precisión sus años de ingresos en el futuro. Y, lo que es igualmente importante, el Financial Times informó que los equipos se habían comprometido a gastar no mas de 55% de los ingresos en armar sus equipos.
Por lo tanto, el torneo balancearía los desequilibrios de ingresos y egresos entre equipos.
Por supuesto, lo haría solo para unos pocos elegidos. Los otros 1.000 equipos profesionales del sistema de futbol europeo tendrían que pelear por las sobras. Y si el Barcelona, el equipo más rico del mundo por ingresos, tiene problemas con el desequilibrio del deporte, imagine usted las dificultades a las que se llegan a enfrentarlos equipos más bajos de la pirámide, en segunda o tercera división.
Ahora, aunque es probable que la amenaza de una liga separatista este casi muerta, la UEFA, el organismo administrativo del fútbol en Europa, todavía necesita encontrar una manera de hacer que el deporte sea económicamente sostenible para todos.
Esta es la razón por la que una solución viable podría ser que los equipos superiores sacrifiquen más ingresos a los que están más abajo en la cadena alimentaria, a cambio de una mayor rentabilidad.
Por ejemplo, la Premier League de Inglaterra cuenta con un sistema de pagos de paracaídas para aquellos equipos que quedan relegados, lo que significa que esos equipos reciben decenas de millones de libras en los tres años posteriores a su caída a la division inferior para suavizar el golpe a sus finanzas.
En la Champions League debería considerarse hacer lo mismo. Sí, sería mas complicado, porque es imposible predecir cuantos de los mismos equipos clasificaran cada año, pero se podría reservar un fondo de efectivo y el desembolso se igualara con el tiempo.
Las principales ligas nacionales también deberían compartir más ingresos constantemente con las que se encuentran más abajo en la pirámide, en lugar de simplemente a través de pagos de paracaídas.
Adquirir este modelo sería en beneficio de los equipos más importantes, pues reduciría los riesgos para sus negocios al proporcionarles un aterrizaje más suave en caso de que en el equipo caiga en tiempos difíciles.
A cambio, el futbol necesita un tope estricto en la cantidad que los equipos pueden gastar en su alineación.
Esto existe actualmente como una proporción de los ingresos, pero sería mejor establecer un solo numero para toda la región. Así es como funciona en Estados Unidos, donde los limites salariales se establecen anualmente en función de los ingresos de la liga: el año pasado, la NFL tenía un tope salarial de US$198 millones.
Eso es aproximadamente la mitad de los ingresos anuales, incluso de los equipos de futbol más pequeños. En 2017, el Manchester City gastó 79% de los ingresos en salarios, incluso antes de derramar 200 millones de libras (US$279 millones) en la compra de jugadores como el defensa francés Aymeric Laporte, y el portero brasileño Ederson.
El efecto neto de los topes salariales y la mejor distribución de ingresos sería para nivelar algunos de los picos y depresiones financieras. Nada de esto sera fácil de lograr.
Requerirá la participación de todas las partes interesadas. Pero para los propietarios de equipos, sacrificar algunos ingresos a cambio de garantizar la rentabilidad es un intercambio justo.
El desmoronamiento de la Superliga puede que haya reducido la presión sobre la UEFA, pero no resolvió ninguno de los problemas financieros subyacentes del deporte. Ahora, quizás, hay un mayor ímpetu para solucionarlos.
Bloomberg