Paula Moreno, afrodescendiente, mujer y joven. Tres rasgos sobre los que ella ha construido para hacer cosas transformativas. Siempre con una cara amable.
Usted ha pasado por las universidades más prestigiosas del mundo
Yo estudié ingeniería industrial y me gané una beca para estudiar italiano en Peruggia. De regreso paré en Londres y me dije ‘yo quiero venir a estudiar acá’, y no hablaba inglés. Me conseguí una beca en el Consejo Británico, estudié inglés, y las maestrías que me gustaban estaban en Cambridge. Me fui para Brighton a mejorar el idioma, pero le dije a mi mamá: “¿semejan-te viaje tan lejos para venir tres meses solamente?”. Entonces me quedé otro tiempo en Londres, pero apliqué a un internship en Naciones Unidas y me fui a vivir a Ginebra.
Cuando me presenté a la maestría ya tenía el inglés, pero no la beca. Hasta que un año después llegó Colfuturo y la universidad, que al ver mi persistencia, me dio el 30% de la beca.
¿Lo del italiano de dónde sale?
Conocí un italiano en San Andrés y no podíamos hablar, era más como amor platónico, pero yo dije ‘me encanta este idioma’.
¿Y su paso por MIT, por Yale?
Al terminar el gobierno en 2010, me fui a Providencia y allá dije ‘quiero estudiar, pero quiero un programa libre’. Quería estar en un ambiente académico para escribir porque ya había empezado a hacer el libro (El Poder de lo Invisible, 2018), y estaba haciendo un diario. Apliqué a Fullbright, en MIT, y me admitieron.
Luego busqué otro fellowship para poder terminar el libro y me escogieron en los World Fellows de Yale por un trabajo que venía haciendo con los Andes en la maestría de Gestión Ambiental.
¿Qué le dejó el paso por el Ministerio de Cultura?
El país en la cabeza. La conciencia de lo público fue muy fuerte, uno sentía que le respondía a todo el mundo. Yo visité 300 municipios. Ese llenarse de sensibilidad, de ese país generoso que me recibió muy bien, fue muy bonito.
¿Cree en la posibilidad de hacer política de manera decente?
Es difícil porque hay que tener mucho temple, mucha claridad, pero creo que es posible.
Como mujer exitosa,
¿Qué ha sido más difícil: ser mujer o ser afrodescendiente?
Faltó una, ser joven. En la junta directiva de Ford, y lo mismo en el Ministerio, llego ante un equipo que dice ‘esta muchachita con 28 años, que puede ser mi hija, ¿va a dirigir esto?’.
El tema afro a veces es como ‘usted no es de aquí’ y más cuando tienes una posición de poder que te permite entrar a ciertos espacios. Había sitios donde llegaba y la gente me decía ‘¿dónde está la ministra?’, y les decía ‘soy yo’ y ellos reaccionaban ‘usted no puede ser’. Es romper los estereotipos.
¿La reivindicación de las minorías sale del dolor o del orgullo?
Sale de las dos. Venimos de una historia de dolor. Mi abuela contaba que a sus hijas por ser negras no las dejaban hacer la primera comunión en Santander de Quilichao. Es el dolor de la impotencia. Al mismo tiempo es orgullo, porque la historia también se escribió con borrador, diciendo ‘usted es salvaje’, ‘lo suyo no es natural’, ‘lo suyo no tiene valor’, entonces hay un sentido de orgullo de decir ‘aquí estoy y no me interesa tu juicio’.
¿Qué está haciendo ahora?
Dirijo una fundación, Manos Visibles, que creé antes de salir del Ministerio. Lo que hacemos es cultivar líderes, estar mapeando liderazgos. Siempre hemos sentido que en el país todo lo malo se mapea, pero lo bueno no. Entonces es cómo mapear lo positivo y cultivarlo, escalarlo y nutrirlo, diciendo “este país te necesita”. El criterio que tuvimos fue las zonas más violentas y con mayor exclusión, no un criterio étnico, pero al final terminamos en zonas que son mayoritariamente afro. La más fuerte es en el pacífico. En todo el país ya contamos con 3.000 líderes.
Con personajes como Obama ¿la gente del Pacífico alcanza a percibir lo que eso implica?
Claro, porque se convierte en alguien como yo. Alguien como yo que alcanzó esto, alguien como yo que está acá. Hubo municipios del Pacífico, cuando fue la posesión de Obama, que nunca habían sacado pantallas para la posesión de ningún presidente, y el día de la posesión estaban con pantallas, llorando. Recuerdo estar en mi oficina en el Ministerio, llorando y mi mamá llamando.
Manos Visibles comenzó en Cartagena. Allí tenemos 120 líderes y más de 2.500 en el Pacífico. Cuando vino el presidente Obama a la Cumbre de las Américas, nos reunimos y decían “nuestro presidente Obama nos entregó los títulos de propiedad”, “él vino a saludarnos”. Y eso mismo pasa en el Pacífico. Nosotros tenemos un programa en el que trabajamos con veinticinco líderes de la diáspora africana de once países y cuando traemos a Quibdó, por ejemplo, a Lucía Mbomio, que es la única columnista negra de El País de España, la gente llora.
Trajimos a Iván Laranjeira, líder de un proyecto fantástico de turismo cultural en Maputo, Mozambique, lo pusimos a echar el cuento en Buenaventura de lo que él hace, tres horas y la gente no se paraba. El no verse es no imaginarse.
¿Qué la inspira?
Los niños y los jóvenes de esta generación me dan una esperanza brutal. Y la salsa, para bailar.
Jaime Bermúdez
Especial para Portafolio