El Pacto Cafetero estructuraba un cartel de países productores de un bien básico homogéneo que manejaba las cantidades ofrecidas en el mercado mundial. La élite cafetera colombiana influyó sobre la tasa de cambio del país y compartió los márgenes de comercialización con las grandes tostadoras de Estados Unidos y Europa. Los Comités Departamentales lograron llevar infraestructura (vías, electrificación rural) con corrupción moderada por el capital social a nivel local.
Este esquema de ‘progreso por goteo’ de la comercialización externa hacia los productores podía ser un equilibrio en un país aldeano y clientelista, pero se acabó hace cerca de tres décadas por los cambios en la estructura mundial de la industria.
Hay nuevos países productores que producen grandes volúmenes a precios muchos más bajos que los colombianos en el segmento de los bienes básicos. Hay también mayor competencia en el segmento de productos con denominación de origen.
Como el reinado de belleza de Cartagena o la Vuelta a Colombia en bicicleta, las ‘heladas’ en Brasil, que generaron las “bonanzas cafeteras”, son cada vez menos significativas para el ciudadano en la mediana. Es más probable que cualquier persona de la calle haya escuchado la palabra fracking, que la palabra caturra.
Lo cierto es que la Federación ha entorpecido con mucho éxito el cambio de modelo de negocio, introduciendo barreras al uso de nuevas especies y a la comercialización independiente.
Los departamentos más aventajados en la producción de nicho son los que eran menos importantes en la producción masiva hasta los años ochenta.
Modernizar la Federación de Cafeteros es un oxímoron. Equivale a resucitar la encomienda colonial. El progreso del sector cafetero en esta etapa de mercados globales no puede estar en manos de los comercializadores del pasado. La pregunta básica que debe hacerse es si existen fallas de mercado o ganancias por asociación que ameriten la existencia de un ente coordinador sectorial.
La respuesta rápida de un economista del siglo XXI es un rotundo no. El apoyo a la competencia en precios y calidad no requiere a la Federación. La investigación y desarrollo no necesita canalizarse ni centralizarse en Cenicafé.
La experiencia de Chile con respecto al posicionamiento de sus productos básicos es buena consejera en este caso. La Corporación de Fomento de la Producción de Chile (Corfo) es una institución pública que apoya el desarrollo de habilidades innovadoras, comerciales y administrativas, especialmente en el rango de las pequeñas y medianas industrias que incorporan tecnología en sus negocios. Se busca que las empresas sean responsables de sus pérdidas y ganancias y que aprendan a moverse en mercados globales. El programa de minería de Corfo, por ejemplo, apoya desde la exploración independiente hasta el desarrollo de proveedores de servicios sofisticados y equipos para los productores, llegando a la consolidación de una aglomeración de industrias vigorosa y expuesta al mercado mundial.
Las instituciones de apoyo a la agroindustria de Colombia deben ser genéricas y no sectoriales. Al continuar con la Federación, lo más probable es que continúe capturada por los intereses tradicionales que no tienen voluntad de cambio. Además, así la Federación estuviera compuesta en su totalidad por directivos y empleados sin agenda y comprometidos con la modernización, estos no serían empresarios ni innovadores.
La eliminación de la Federación liquidaría el conflicto de interés que rodeó, por ejemplo, al sector petrolero hasta 2003: tener una empresa pública que era juez y parte. Eliminar el corporativismo del sector cafetero implica más apoyo público a los cafeteros, pero más inteligente y focalizado.
Colciencias debería apoyar las alianzas en mejora genética entre universidades locales e internacionales. El Ministerio de Comercio, Industria y Turismo y Bancóldex estructurarían programas específicos de apoyo a la adopción de tecnología, estándares internacionales fitosanitarios y de calidad, de modelos de comercialización internacional y apoyar el mercadeo internacional de productos de nicho (tal como los whiskies de malta).
Las bolsas de valores podrían ofrecer instrumento de cobertura de precios y las instituciones financieras seguros mejor adaptados a proteger las cosechas de pérdida por oscilaciones climáticas y plagas.
En mi casa tengo excelentes cafés de nicho provenientes de La Mesa de los Santos (Santander), El Líbano (Tolima), La Unión (Nariño), Quimbaya (Quindío) y Gachetá (Cundinamarca), originados en proyectos impulsados por cooperativas, finqueros individuales o emprendedores que intentan incursionar en mercados internacionales, sin intervención de la Federación.
Las aglomeraciones para producir denominación deben ser voluntarias y basadas en la decisión de inversionistas individuales que encuentran valor en este tipo de asociación. Nada es peor que la búsqueda de rentas disfrazada de paternalismo. Los productores de nicho demuestran una voluntad de asumir riesgos y lo último que necesitan son los costos de transacción impuestos por un ‘Comité Departamental’.
Es sorprendente que en la actual discusión sobre el papel de la Federación, muchos economistas asuman que la Federación debe continuar y reformarse. Los diagnósticos que he leído matan el tigre y se asustan con el cuero al llegar a las recomendaciones.
Posiblemente los intereses del pasado siguen pesando mucho en la política colombiana y no haya más liderazgo público disponible al estilo del vicepresidente Vargas Lleras en infraestructura para estructurar programas públicos como los mencionados, que incluiría la financiación de la reconversión de las fincas sin futuro. Los cambios parciales a la Federación buscarían la convivencia del emprendimiento capitalista con el control político de los grandes comercializadores. Puede que no sea factible.
Juan Benavides
Analista