Para la mayoría de los latinoamericanos el nombre de Juan Enríquez Cabot puede sonar desconocido. Sin embargo, este mexicano de 56 años es considerado uno de los analistas más brillantes que existen.
La razón es que entiende como pocos la evolución del ser humano, al igual que los retos y oportunidades que surgen de la genómica. De hecho, es el presidente de Biotechonomy, una firma con sede en Boston que invierte en empresas que se encuentran en la frontera de la innovación.
Invitado como uno de los oradores principales del primer foro internacional ‘Diálogos de innovación para la democracia’ que organiza la Asociación Primero Colombia y tendrá lugar hoy en Bogotá, el académico habló con Portafolio.
Usted es una persona que mira las cosas más en perspectiva, con respecto a la evolución del género humano…
Creo que las preguntas más interesantes que hay son: ¿de dónde surge la vida? O sea ¿qué es lo que diferencia lo mineral y lo orgánico? tanto a una piedra, a una bacteria, a un animal o un ser humano. La segunda es ¿qué hace el cerebro y cómo funciona? La tercera es ¿si la vida es común en otros planetas, si es algo que surge naturalmente? Y la cuarta pregunta, que es en la que estoy más metido y me interesa mucho, es: ahora que tenemos el poder para entender y manejar el código de la vida, que es el que determina si una fruta es un limón o una naranja o si una persona es este ser humano u otro, ¿qué vamos a hacer con este poder?
¿Y qué responde?
El ser humano nunca ha tenido tanto poder en sus manos y nunca tanta responsabilidad porque está empezando a entender cómo escribir un virus, cómo editar una bacteria, una planta, un animal e inclusive otro ser humano y eso nos da control sobre la evolución. Entonces eso es lo que me interesa a largo plazo y en la coyuntura. Me dedico a tratar de construir nuevas compañías que utilizan algunos de estos instrumentos y los aplican para cambiar la agricultura, la energía, la medicina. En fin, una serie de cosas en un periodo de cinco a ocho años.
¿Cree que el futuro es ya?
Absolutamente, y luego la segunda frase famosa: el futuro ya llegó, pero no se ha distribuido de manera equitativa. Entonces hay países que entienden las consecuencias de algunas de estas cosas y se adaptan, como lo hizo Corea. Pero otros no lo entienden y siguen haciendo lo que hacían los abuelos y acaban en una situación muy grave porque el mundo está cambiando a una velocidad pasmosa. Quienes se educan y preparan a sus hijos, sus empresas y sus gobiernos para eso, tienen oportunidades como nunca. En la historia de la humanidad nunca habíamos podido sacar a cientos de millones de la pobreza en una sola generación, pero al mismo tiempo -salvo una invasión o una guerra civil- era difícil deshacer una economía internamente en un periodo corto de tiempo y ahora sí lo podemos hacer.
¿Cree usted que esa realidad va a aumentar las brechas que hoy existen?
Están pasando cosas: por un lado, estamos elevando el piso de la humanidad a una velocidad pasmosa. Por ejemplo, el promedio de vida. En el caso de México, está tres años detrás de Estados Unidos y ese país está tres años detrás de Canadá. Antes estas diferencias eran absolutamente enormes. El promedio de hijos en México era de siete por mujer y hoy es dos o menos. Entonces, eso está generando un bono demográfico de mucha gente joven que llega a trabajar, puede mantenerse y no tiene que educar a tantos hijos.
¿Cuál es el reto?
Si los países de América Latina no aprovechan ese bono demográfico, no van a poder generar la riqueza que se necesita en la medida que envejecen nuestras sociedades. La segunda cosa que acentúa la gran diferencia entre países, es si se pueden generar nuevos negocios, especialmente de tecnología, porque casi todos los nuevos empleos y el crecimiento económico vienen de ahí. En el caso de Estados Unidos, el 0,2% de la economía se invierte en capital de riesgo, que es el que apoya a las pequeñas empresas de alta tecnología, que son las de alto crecimiento. Entonces ese 0,2% lleva a un 11% del empleo total y a un 21 % de la economía de ese país.
¿Cuál es la impresión que tiene de cómo lo estamos haciendo del Río Grande para el sur?
Hay una enorme diferencia entre las estrategias de países. Hay unos que no han enfocado las reformas esenciales en educación, que no han empujado a los emprendedores, y esos han estado viviendo de petróleo o de bienes básicos y han mantenido gobiernos muy populistas. Las consecuencias las vemos en Venezuela, Argentina o Ecuador. Ni México ni Colombia son países perfectos, pero las reformas hechas han sido importantes para el crecimiento económico y la diversificación de la economía para que no dependan solo de un bien básico.
Cuéntenos un poco de las compañías en las que invierte…
Lo que tratamos de hacer es encontrar nuevas tecnologías que resuelven grandes problemas. Una de las cosas que me ha preocupado en las últimas décadas ha sido la resistencia a los antibióticos. Hemos usado tantos antibióticos para tantas cosas, inclusive en alimentos y animales, que muchos como la penicilina, han perdido su eficacia por completo. Eso lleva a que haya infecciones que no son curables. Inclusive en Estados Unidos eso mata más gente que el sida. Hemos estado usando biología y química sintética para crear una nueva generación de antibióticos y está funcionando. Luego, hemos empezado a programar células igual que uno programa un chip de cómputo. Estamos diseñando células para que, siempre y cuando esté escrito en el código que controla la vida, que es el ADN, esas cuatro letricas puedan generar energéticos, químicos, medicinas, o puedan almacenar información.
Hay personas que lanzan alertas sobre esa reprogramación ¿usted qué les responde?
Qué tienen poca memoria histórica porque, por ejemplo, la papa que es algo absolutamente básico, surge del Imperio Inca. Cuando empezaron los incas había 300 variedades de papa y la mayor parte eran venenosas. Entonces, generaron más de mil variedades haciendo cultivos selectivos de variedades individuales. El tomate, que nos gusta comer tanto, era una pequeña semilla verde también venenosa y a través de cientos de años fuimos cultivando los rojos y verdes de distintos tamaños. Llevamos mucho tiempo haciendo este tipo de selección y las traemos a nuestras casas.
¿Y ahora?
La diferencia es que lo hacemos con inteligencia, diseño y rapidez. Esto va a evitar que se arrase con el Amazonas, porque la productividad agrícola por hectárea ha estado subiendo. Hoy, gracias a la ingeniería genética y la revolución verde, la historia es otra. Sigue habiendo hambre en muchos lugares, pero ya no hay esas hambrunas que matan a millones, aun donde no hay violencia y agua.
¿El hecho de ser mexicano le ayuda a tener una visión más completa?
Creo que es un poquito más fácil para mi entender lo que está pasando en Grecia que lo es para un estadounidense o un canadiense que nunca ha vivido ni entendido alguna de las cosas que nosotros enfrentamos tan bien. Me gusta ser un puente y me gusta entender la tecnología más avanzada y el porqué es importante para articularla hacia nuestros países. Pero al mismo tiempo es importante entender algunos de los problemas limitantes y aspectos culturales que hacen que la implementación tenga que hacerse de una manera distinta o adaptarse a las condiciones locales. No es un switch que se prende y se apaga, es importante establecer programas de largo plazo como lo ha hecho la Ruta N en Medellín.
¿Cómo se imagina el mundo en 10 o 15 años?
Con países que se están poniendo las pilas y que van a seguir creciendo. Va a haber una convergencia con los desarrollados. Por ejemplo, Panamá era hace muchos años bastante atrasado, comparado con Costa Rica. Hoy, aunque hay algunos problemas políticos y estructurales, se parece más a Corea que a Guatemala. Al mismo tiempo, hay países que se atrasan mucho y creo que Venezuela es un buen ejemplo.
¿Cuál es el riesgo de no estar al tanto de lo que sucede?
Tomemos, por ejemplo, el asunto de los carros que se manejan solos. Si se vuelven la norma en 15 años, una consecuencia es que va a haber bastante menos empleos de choferes y eso significa que si no educamos tanto a los adultos como a los jóvenes para otro tipo de trabajos, va a haber una serie de líos muy graves.
Precisamente toca usted temas del empleo y hay analistas muy pesimistas sobre esa evolución. ¿Cuál es su impresión al respecto?
Sí, si no cambiamos e incluimos nuevas tecnologías y nuevos negocios en la ecuación. A principios del siglo pasado, cuando la mayor parte de la gente en México y Colombia trabajaba en agricultura, el hecho de mecanizar y adoptar innovaciones que cambiaban la superficie cultivada por hora, llevaron a que una parte de la gente del campo ya no pudiera trabajar y entonces se surtió un proceso muy rápido de urbanización. Entonces esa transición de una vieja economía a una nueva de servicios fue de un gran beneficio para mucha gente, pero la que no se adaptó sufrió por no hacerlo.
¿Cómo se adapta esa lección a la actualidad?
Cuando uno toma el tema de los automóviles que se pueden manejar solos, no solamente estamos hablando de choferes. Parte de lo que puede pasar es que no va a haber gente estacionada en dobles filas en las calles y esto significa que se necesita la mitad de las vías de circulación. No van a haber necesidad de tanta infraestructura, no va a haber tantos embotellamientos. Entonces una cosa que parece abstracta tiene una consecuencia fundamental sobre la construcción, sobre el diseño urbano, el empleo. A las sociedades que entiendan eso y se adapten les va a ir mejor. Las que sigan tratando de hacer las cosas como lo hacían los abuelos van a ser cada día más pobres.
En el caso del calentamiento global, ¿usted cree que nuestra capacidad de adaptación y evolución nos va a permitir resolver ese acertijo?
Creo que sí. Hay que ver esa pregunta de dos maneras. Una manera de verla, es si se vuelve un reto existencial. Si lo podemos resolver y la respuesta es sí. La pregunta es ¿con qué daño y a cuál costo? Si no empezamos a actuar muy rápidamente vamos a perder una cantidad muy importante de las ciudades del mundo, porque muchas están a nivel del mar. El costo de protegerlas contra un mar que sube un metro en promedio, contra tormentas, huracanes, va a ser altísimo. Pero de ahí a que sea una cosa que destruya la humanidad por completo, no. Empiezan a haber suficientes instrumentos para hacer geoingeniería a gran escala. Yo preferiría no llegar a eso porque afectaríamos la ecología del planeta que es fundamental.
¿Estamos abriendo una caja de pandora?
Por un lado sí, porque nunca le hemos dado tanto poder a tantos individuos. Una persona puede construir una compañía gigantesca en una década. Por ejemplo, Google, Facebook, Microsoft. La habilidad para mover unos y ceros permite que uno pueda escalar y concentrar riquezas de manera sin precedentes. Por otro lado, eso también le da un poder de destrucción a una serie de personas que pueden soltar un virus que lastime a una parte importante de las computadoras en el mundo. Alguien tendrá la posibilidad de lastimar a grandes sociedades. Entonces la caja de pandora la estamos abriendo pues empezamos a entender el cerebro, el código de vida, como hacer cosas a nivel mundial y estamos sacando a una parte muy importante de la humanidad de la pobreza con esos instrumentos.
En medio de esas disyuntivas, ¿se considera usted optimista o pesimista?
Me describo como un optimista refunfuñón. Cuando leo el periódico a diario, eso levanta mi lado refunfuñón, pero cuando veo las tendencias cada año y cada década, pues tiene que ser uno muy optimista porque es extraordinario lo que está logrando el ser humano.
Ricardo Ávila
Director Portafolio