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Alberto Schelesinger Vélez

Frenesí comercial

Mucho antes de 18 años, el resultado del tratado con Corea, en ciernes, será más desequilibrado y no

Alberto Schelesinger Vélez
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Alberto Schelesinger Vélez

En la medida en que se demora la aprobación del TLC con EE. UU., crece el nerviosismo, llevándonos a un frenesí negociador con otros países. Diversos tratados se vienen presentando como la solución y respuesta al mercado americano, aduciendo que se podría sustituir con el mercado suizo o de los países del Triángulo Norte (Honduras, El Salvador y Guatemala) o de Panamá, como si el número de convenios fuera el factor de compensación. El primer gran interrogante es: ¿dónde está la coordinación e integración indispensable entre la carrera de apertura y el plan económico de la Nación? Por ejemplo, la coordinación con el desarrollo de la manufactura, la descentralización, las cadenas productivas... Un ejemplo son los sectores que fueron escogidos y ratificados como de ‘talla mundial’, en los que se ha venido haciendo un gran esfuerzo con resultados que ya se empiezan a ver. Basta recordar el reciente editorial de PORTAFOLIO sobre los avances del sector automotor y las perspectivas claras que se tienen de vincular empresas de primer orden para producir con una elevada integración y con planes reales de exportación, vehículos terminados. Ojalá no caigamos en el facilismo que nos es común de tratar de quedar bien con todo el mundo, desembocando en fórmulas que van en contravía de la generación de empleo y valor agregado interno, con gran sacrificio fiscal y serios obstáculos como con la OMC, por ejemplo, la figura de las zonas francas. Con ello, terminaríamos dando el mismo tratamiento arancelario a importadores y productores, y la señal para el capital nacional y, en especial, el extranjero serían contradictorias y perjudiciales. De otra parte, la revaluación estructural que estamos enfrentando, con grandes flujos de recursos en sectores intensivos en capital como el minero y 1’400.000 barriles de petróleo para el 2014, a precios superiores a US$80, acompañado de los pocos avances que hemos logrado en competitividad y la carencia de infraestructura, nos lleva a pensar que el frenesí comercial generará más importaciones y competencia desequilibrada con la producción interna e incorporación de un mayor valor agregado. Salvo el G-3, negociado con México y Venezuela, no tenemos otro TLC con resultados para evaluar. Con México, en los últimos 18 años, el saldo negativo de nuestra balanza comercial aumentó de US$161 millones a 3.055 millones, o sea 18 veces. Nuestras exportaciones pasaron de 80 a 638 millones, variando su participación dentro del total exportado, de 1,26% en 1994 a 1,60% en el 2010. Mientras tanto, México incrementó sus exportaciones de 342 millones a 3.857 millones, aumentando su participación en las importaciones de 2,85% en 1994 a 9,48% en el 2010. En total, les vendimos 5.979 millones contra 23.376 millones que les compramos. Ello nos debe llevar al TLC con Corea, nueva pieza central de nuestra política comercial. Además de ser un mercado mucho más cerrado que el mexicano, su amenaza es clara en sectores de larga trayectoria en el país como electrodomésticos, automotor y autopartes. Miremos lo que realmente importa Corea. Preguntémosle a Chile, que después de 6 años no ha logrado venderles una ciruela, a Brasil y a México, que no negocian con Corea un acuerdo, conocidos sus antecedentes y posibilidades reales, o a EE. UU. y sus dificultades con la carne –esa que juramos que vamos a vender–, o los mismos automóviles que queremos importar beneficiando a contados intermediarios, a costa del proceso productivo, cuando el Gobierno de Obama se negó a hacerlo con la simple pregunta de cuántos carros americanos hay en Corea y cuántos coreanos en EE. UU. Mucho antes de 18 años, el resultado del tratado con Corea, en ciernes, será más desequilibrado y nocivo para nuestra industrialización que la experiencia con México.

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