Los resultados de las elecciones a la Asamblea en Venezuela han generado diversas reacciones. La mayoría son optimistas, ya se trate de la oposición o de los partidos de Gobierno. Lo cierto es que el 26 de septiembre se llegó al punto de inflexión a partir del cual el país tomará un rumbo definitivo. Chávez, con el control y a la defensiva, profundizará su revolución como lo viene haciendo. Quienes se oponen a ello tendrán en los próximos meses la última oportunidad para evitarlo.
La llamada Mesa de la Unidad ha señalado como triunfo el haber podido lograr el 51,88 por ciento del total de votos frente al 48,12 del oficialismo. Es válido que ante el ventajismo del Gobierno en el uso exclusivo de los medios de difusión y la prohibición para que la oposición pudiera utilizarlos en igualdad de condiciones, la consabida irrigación de dinero, amenazas y presiones, y la participación directa y permanente de Chávez en el proceso, violando una vez más las normas que expresamente lo prohíben, a tal punto que sustituyó totalmente a los candidatos mismos, se considere este resultado como un triunfo.
Pero a mi manera de ver esto no tendrá efecto ni en evitar que continúe la 'revolución' ni en generar un cambio efectivo a tiempo. El primer supuesto en el que se equivoca la oposición es asumir que Chávez entregará el poder como consecuencia de un proceso democrático. El segundo, que podrán detener la aprobación de leyes y la destrucción de la economía del país, para aspirar a que este resultado sea el 'estribo' que les permita, en el 2012, ganarle las elecciones presidenciales. En ese momento, no entregará el poder, porque habrá hecho todos los 'ajustes' necesarios para que no ganen o desconocerá el triunfo, y al ritmo acelerado de destrucción de la economía y libertades ya no quedará mucho que recuperar.
Es inconcebible que hayan olvidado cómo ha actuado cada vez que lo enfrentan. Cometió fraude en el referendo revocatorio del 2006, volteando a su favor los resultados. Cuando le fue negada una reforma constitucional en el 2008, violando esa misma Constitución, impuso mediante leyes y decretos muchas de las modificaciones constitucionales que pretendía. Cuando perdió algunas de las principales alcaldías y gobernaciones, anuló a los elegidos de la oposición creándoles cargos por encima de ellos y asfixiándolos con la entrega de recursos.
El último ardid lo acabamos de ver en acción cuando, por medio de unos 'cambios' en materia electoral, aprobados por la autoridad electoral que también controla, se produjo el incomprensible resultado de que la oposición con la mayoría señalada sólo obtuviera 67 diputados y los partidos de Gobierno, minoritarios, 98. Y para asombro mundial, el 'sistemita' con el que se realizaron estas elecciones implica que para elegir un diputado de la oposición se requieren 87.875 votos y para elegir uno del oficialismo 55.627 votos.
Como lo han señalado algunos analistas, en su abanico de instrumentos le quedan muchas acciones para 'consolidar' la revolución. Desde lo que la actual Asamblea pueda aprobar en los tres meses que le quedan, pasando por una amplia y extensa ley habilitante, hasta la compra de unos cuantos diputados que provienen de sus toldas o el cierre de la misma con el mañido eslogan de la 'contrarrevolución y el imperio' que no lo dejan gobernar.
Este resultado no es el principio del fin de Chávez dentro de la vía democrática y el Estado de Derecho, que no existen en Venezuela. Debe ser el inicio de una gran crisis, motivada por el abuso, la trampa y el desconocimiento impúdico de los derechos de las mayorías, la cual lo saque del Gobierno con todas las implicaciones que esto tiene.