Chávez, de todas maneras, tenía que regresar a Venezuela. Por sus propios medios o en forma horizontal, aunque muy probablemente lo habrían sepultado en Cuba, ‘la patria grande’, en caso de haber muerto. El mismo conflicto con los restos de Carlos Andrés Pérez. Uno en Cuba y el otro en Estados Unidos.
Lo que sí es un hecho es que su gravedad se iba a comprobar con ocasión del regreso para el 5 de julio, fecha en la que se conmemoraron los doscientos años de la firma del Acta de Independencia a la cual Chávez le ha dado todo el interés político, y sólo in artículo mortis no hubiera estado presente.
Eso no quiere decir que no tenga cáncer, que según fuentes de ‘alta credibilidad’ es en el colon sigmoideo, cerca del recto, nivel C, o sea, con perforación de la pared intestinal e invasión tumoral del abdomen, con fístula que conecta estos dos espacios.
Esto seguramente produjo la infección y lo más grave, tipo IV, es decir con metástasis distante. Claro está que ante la falta de una completa información oficial, como siempre sucede con los autócratas, podría ser otra cosa.
Cualquiera que sea el caso, sí hay efectos que se deben generar y se están produciendo.
Primero, en el parte leído desde Cuba –la primera vez que lo hace, y de pronto fue escrito a dos manos con Fidel–, se ve la semejanza subliminal con el Libertador en su recuento de las tres oportunidades en que ha descendido a ‘abismos insondables’ de abandono y desesperación. Tras el intento de golpe de 1992, en la crisis del 2002, y ahora cuando Fidel le llevó la triste noticia de su enfermedad.
Su regreso inesperado se dio, con tez demacrada, pero con el mensaje político a flor de labios, incluyendo el canto desafinado en Maiquetía. Como uno se sus ministros lo decía arrobado: “el Comandante siempre regresa al pueblo venezolano”.
Es un nuevo renacer en las palabras del líder; casi con sentido religioso elevándose a las alturas de quienes resucitan o se renuevan permanentemente: entre Jesucristo y Osiris.
Su discurso desde el ‘Balcón del Pueblo’ fue netamente emocional y dirigido a su gente exclusivamente. Con ello se marca la orientación y el uso político que le darán a su enfermedad ante un hecho inevitable –hasta ahora–, las elecciones del próximo año–.
Segundo, el impacto a su ego e imagen indestructible, así como a su sensibilidad a todo tipo de temores, harán mella en muchos de sus seguidores cercanos como cuando el león jefe de la manada empieza a cojear y los aspirantes en cualquier momento lo atacan.
En sus noches de insomnio, donde ya no será el susto a un atentado del imperio o la derecha fascista, la amenaza será de algún rojo rojito civil o militar y del avance de la enfermedad.
Todo está por verse en los próximos meses.
¿Qué puede más, el ‘renacer’ del líder y el impacto emocional ante sus huestes por su estado físico y la nueva batalla a la que convoca, o las limitaciones de la enfermedad y la lectura de su entorno y del votante?
Pero, ante todo, la oposición que hasta ahora no da las señales suficientes de la contundencia necesaria para derrotarlo, aun enfermo y disminuido.